Epígrafe Fronterizo

"El peor analfabeto es el analfabeto político. No oye, no habla, no participa de los acontecimientos políticos. No sabe que el costo de la vida, el precio de los garbanzos, del pan, de la harina, del vestido, de los zapatos y de los remedios dependen de decisiones políticas. El analfabeto político es tan burro que se enorgullece y se ensancha el pecho diciendo que odia la política. No sabe que de su ignorancia política nace la prostituta, el niño abandonado y el peor de todos los bandidos que es el político corrupto, mequetrefe y lacayo de las empresas nacionales y multinacionales"

Bertold Brecht

lunes, 31 de diciembre de 2012

La Violencia en La Araucanía y la Balanza inclinada



Cuadro: "Una Oscura Familia", del pintor mapuche Eduardo Rapimán.

Ocurrió en diciembre de 2012, allá en el sur de Chile. Se trata de un lamentable ataque de desconocidos a un fundo en Vilcún, destruyendo maquinarias y vehículos, implicando de paso millonarias pérdidas económicas. Naturalmente, el rechazo fue unánime; nadie –aunque alguien lo justifique- queda indemne cuando es agredido. Por suerte nuestro Código Penal no hace la vista gorda ante este tipo de hechos y los califica como delitos. Y aquí entra el ordenamiento jurídico, el cual tipifica, investiga, concluye y sentencia. El impacto de una agresión también genera reacciones en quienes no somos directamente agredidos, en quienes nos enteramos en la distancia; es decir,  la mayoría de la sociedad civil que tomamos palco y que -en algunas ocasiones- reaccionamos, opinamos, emitimos juicios, confiando en un supuesto equilibrio a la base de nuestras impresiones.

Sin embargo, como es plausible, la balanza casi siempre se inclina hacia un costado. El golpe incendiario asestado al latifundista detonó una seguidilla de indignadas declaraciones. Todos pusieron el grito en el cielo. Desde el Ministro del Interior, Andrés Chadwick; pasando por el Intendente de la Región de La Araucanía,  Andrés Molina; hasta la mirada escandalizada de la opinión pública, la cual fue sobre-estimulada por la prensa oficial que no escatimó en pormenorizar aquellos incidentes tan indeseables. Con dos querellas presentadas contra quienes resulten responsables, la mirada cayó indefectiblemente contra el movimiento reivindicativo mapuche. En vísperas de Navidad, un Andrés Chadwick con cara de niño ofuscado señaló que “no tenemos temores ni nos va a temblar la mano, sabemos que enfrentamos un enemigo poderoso, que goza de apoyo político, comunicacional e internacional”. Por otro lado, el acalorado intendente vinculó el trabajo de dos italianas en la zona, con una eventual incitación a la protesta social por parte de las comunidades, calificando ello como una grave “intromisión extranjera” y solicitando la inmediata expulsión del país.

Ahora bien, nadie sabe si fueron realmente comuneros mapuche los responsables de los hechos delictivos, pero obviamente iban a aparecer personeros de gobierno y fiscales ansiosos de escalar profesionalmente –a estos últimos se les ha imputado la realización de numeroso montajes con esos fines- que lanzarán toda la artillería judicial y policíaco-represiva contra los líderes políticos originarios del Gulumapu. Por eso, no se engañe (al menos por esta vez) y piense en lo siguiente: la balanza, así como los dados de un ludópata tramposo, está cargada, inclinada hacia la protección de los negocios que en la zona han desplegado las élites económicas.

Esta protección se traduce en un resguardo policial de corte represivo, amparado por una clase política cooptada y por una sociedad profundamente racista y clasista, además de ignorante de las razones a la base de las reivindicaciones mapuche. Esta sociedad sí se escandalizará cuando el patrón se vea afectado (porque todos se quieren parecer a él). Y, por otro lado, desviarán la mirada o justificarán la criminal y sistemática agresión del Estado policial chileno a las comunidades del sur, que haciendo las veces de guardia pretoriana de las élites económicas, ha traspasado todo límite de lo tolerable en materia de derechos humanos.

Si las reivindicaciones territoriales mapuche amenazan los negocios, no habrá pudor, ni serán suficientes las genuflexiones para visualizarlos como el enemigo poderoso de Chadwick o como los pobrecitos interdictos de Molina, que son atizados por la intromisión extranjera. Esta intromisión resultó ser a posteriori la acción de dos veedoras italianas de derechos humanos, en comisión de servicio por un organismo internacional reconocido por el Estado chileno. Teniendo en contra al Estado, al capital nacional e internacional y a la misma sociedad chilena, el pueblo mapuche debe cargar solo con sus jóvenes impunemente asesinados. Debe morderse los labios cuando sus niños, mujeres y ancianos son brutalmente agredidos; cuando sus territorios continúan ilegalmente usurpados y depredados. Finalmente, deben lidiar con una realidad ignorada con el deprecio que sólo puede erigir el hacendado o el arribista criollo que, en todo su racismo y clasismo, se sulfura por el daño inflingido a la casa patronal y aprueba –abierta o solapadamente- el balazo por la espalda perpetrado contra un Lemún, contra un Catrileo o contra un Mendoza Collío.

sábado, 17 de noviembre de 2012

“La Quemadura”. O la dignidad labrada en la memoria




Imagen: René Ballesteros (de "La Quemadura")

Lo conocí en Temuco en 1994, cuando ingresó a la Escuela de Psicología de la Universidad de La Frontera.  Oriundo de la comuna  de Padre Las Casas, vivía con su abuela. Ella se erigió como madre de él y de su hermana, porque la mujer que los había lanzado al mundo pensó que el suyo era más liviano sin ellos. La vida es dura, sino pregúntenle a René, quien vio evaporarse el útero de donde venía, mientras se abrigaba perplejo -y luego resignado- en los brazos de la anciana.

René Ballesteros llegó una noche de invierno a mi casa para quedarse en mi vida. Cuando los viejos faltan y los espíritus hermanos se encuentran, la historia se vuelve una tierra común difícil de labrar. Cada brote es una fiesta dolorosa y cada cosecha un designio incierto. Pero, René sembró en las piedras húmedas del sur de Chile, el brote rebelde de su historia, su proto-relato de existencia. Yo me balanceaba con la música y las palabras; él se dejaba ir en el vaivén de las palabras, de la música y de la imagen. Se enamoró de todo eso, pero con más profundidad de la imagen. Concluyó sus estudios de psicología, trabajó con los niños de la calle, con aquellos vástagos arrojados desde catapultas para esculpirse solos en los adoquines de la soledad urbana. El deja vù no es otra cosa que volver sobre los propios pasos, romper con la unidireccionalidad lineal del tiempo, para reconocerse en los espejos, en las curtidas pieles de los otros. Se encontró de súbito con la niñez borrada de cuajo; ese es el precio de adentrarse en el doloroso sendero de la niñez interrumpida.

Luego avisó que se iba. Se despidió de todos, de su abuela y de su hermana. Casi no hubo apretón de manos; la distancia es una tontería para los amigos. Arribó a Cuba y estudió cine. Se le abrieron los sesos y ya no era un vaivén de palabras, de música y de imagen, sino una furiosa secuencia de espíritu, sonidos, textualidad y movimiento. Volvió encendido a Temuco, a las cazuelas de su abuela, a la copa de vino con los amigos. No recuerdo bien en qué momento, pero un día apareció su madre. Y vimos llegar a un padre, a hermanos y a medios hermanos. René soñó que los amores rotos se podían remendar, como los retazos zurcidos apresuradamente. Pero, la vida a veces no sabe de costuras; los dobladillos se deshacen, los hilos finalmente ceden. Le pidieron, como si no le pidieran. Primero, que diera vuelta la página, que callara la soledad de retoño, que mirara de pronto su historia, su memoria rota y láctea de niño entumido, como si todo hubiese sido un mal paso, un accidente en la esquina de su calle, un traspiés en el camino. Le pidieron el olvido, que es lo mismo que pedir desde el desamor. Porque por más dura que haya sido la vida, ella se reconoce íntegra en cada recoveco de memoria. Quizás, eso se llame dignidad. Esa fuerza interior incomprensible que ruge en el recuerdo de cada derrota padecida. Pedir olvido no es otra cosa que reclamar al otro, al que se le ha asestado el mortal golpe del desengaño, la insultante renuncia a la propia dignidad.

René traspasó la encrucijada, se despidió de su abuela, de su hermana y se marchó a Francia con la memoria afiebrada. Estudió más cine y plasmó su historia en las descarnadas fibras de la imagen en movimiento. De esas presencias pujando en sus recuerdos surgió “La Quemadura”, su propia respuesta frente a la sedosa y ladina tentación de la amnesia. Su primera obra obtuvo el Premio al Mejor Largometraje de Creación Documental del Festival Internacional Documenta Madrid (España), el Premio Joris Ivens del Festival Internacional de Documentales Cinéma du Réel  (Francia), el premio al mejor director en el SANFIC 2010 (Chile), además de un reconocimiento internacional unánime.

Su abuela falleció hace poco tiempo, en el campo, allá en el sur de Chile. Alcanzó a despedirse de ella, para atesorar su olor de madre y de madera húmeda en el sitial más apacible de sus recuerdos. En la “Quemadura” queda plasmada esa anciana voz de camino recorrido. Y, en la actualidad, en ese inquietante mundo erigido por él en su apartamento parisino, reverbera siempre la fortuna de saber recordar, de hacer de las reminiscencias y del rescate de cada rastro, el privilegiado arte de reconstruir la propia dignidad.

jueves, 15 de noviembre de 2012

Los Trasplantados: Artistas Visuales Chilenos en Berlin



Fotografía: Pablo Ocqueteau (www.ocq.cl)

Los he ido conociendo de a poco y a más de alguno lo conozco desde  antes. Llegaron a Berlin, cruzando el Atlántico y por distintas razones, desde Temuco, Santiago, Valparaíso o desde otras urbes chilenas. Llegaron a la capital alemana incursionando en un oficio que en Chile, salvo por pequeños momentos de relativo reconocimiento, la mayoría de las veces obtuvo como recompensa el “quedarse pelando la cebolla”. Son excepcionales estos artistas visuales transplantados. Son talentosos, técnicamente consistentes y no le hacen asco al trabajo. Muchos de ellos aprendieron alemán, un idioma sintáctica y gramaticalmente tan diferente al español chileno, tomando cursos y conversando en las calles o donde pudiesen enhebrar alguna frase germana coherente.

Poco a poco la sorpresa los invadió ante lo evidente. Comenzaron a mirar el propio suelo desde afuera, desde la cotidianeidad del otro país donde ahora residen. Es que acá, independientemente del estrato socioeconómico de proveniencia (los chilenos somos adictos a la clasificación y a la compartimentación social), de la región de origen o de las diversas historias de vida, para las chilenas y chilenos que arriban a la capital alemana ocurre algo así -recurriendo a conceptos criollos- como un “emparejamiento de cancha”. Alguien dijo por ahí que el fascismo se cura leyendo y el racismo, viajando. Yo diría que el clasismo se cura un poco en Berlin, en la austeridad del día a día, aguzando el ojo en las calles y en la gente de una ciudad que ha vivido el paraíso y el infierno, durante su accidentada historia.

Una de las pocas cosas en esta vida de las cuales tengo una relativa certeza, es que la percepción de cualquier circunstancia depende completamente de la posición desde la cual se la mira. Desde una posición espacial, temporal o lógica. Desde el apego a una creencia o desde su desapego a ella. Desde la quietud interna o desde la ebullición de las pasiones. La perspectiva tras la cual se miran las cosas puede ser explicable en muchos contextos, pero también es un estado de conciencia. Acá surge lentamente la percepción de que se está transplantado, de que los espacios habitados son prestados momentáneamente, de que lo que creemos de nuestra propiedad es una ilusión equivalente a las sombras percibidas en la platónica caverna. Así, nos vemos obligados a contemplarnos más allá de la artificial clasificación social a la que recurríamos en Chile. El esfuerzo del transplante, muchas veces difícil, nos hace transgredir el valor espurio de las credenciales, para revelar a los demás nuestra propia humanidad. Ese es el “emparejamiento de cancha”, potencialmente aplicable a cualquier lugar de esta nave espacial llamada planeta Tierra.

Por eso creo que la diversidad berlinesa imbricada en cada recoveco de esta ciudad, irriga tanta creatividad chilensis, pero ahora transplantada en otra habitación terrestre. ¿Cómo no transmutar en una ciudad que alberga a más de ciento veinte nacionalidades, en sus tres y medio millones de habitantes? Pueden hacer un pequeño esfuerzo y googlearlos, si lo desean: Francesca Mencarini, Francisco Rozas, Pablo Ocqueteau, Mónica Segura, Marcela Moraga, Carmen Accorsi y Christian Demarco, entre muchos otros artistas visuales chilenos que han potenciado su trabajo a trece mil kilómetros de su terruño. Desconocidos en Chile, pero muy lentamente reconocidos en la fascinante escena berlinesa, han debido romper sus propios esquemas mentales para plasmar, en sus nuevas obras, la espléndida evidencia de su evolución personal y artística.

Lamento que en Chile todas ellas o ellos hayan experimentado muchas veces -ante su oficio- la gélida indiferencia social o la tenue y fugaz atención de un público cercano, pero reducido. Un pueblo que no reconoce tempranamente a sus artistas, se priva de alcanzar las elevadas trayectorias del espíritu. Se queda ahí, paralogizado, cautivo de las cadenas de una única forma de auscultar el mundo. Y que, por eso mismo, deja de ser mundo, para convertirse inexorablemente en una absurda y miope prisión mental. 

(Publicado en Bufé Magazín de Cultura. Vol. 3. http://www.bufemagazin.cl/)

martes, 30 de octubre de 2012

Abstención y Voto Chileno en el Exterior: Distracción o Cinismo Político



Fotografía: Pablo Ocqueteau

A sólo pocas horas de haber concluido las últimas elecciones municipales en Chile, los medios de comunicación han puesto sobre la mesa un nutrido repertorio de análisis, acerca del comportamiento electoral de los casi trece millones de chilenas y chilenos que, mediante la inscripción automática, fueron habilitados para votar. Y uno de los focos primordiales de reflexión se centró en el hecho de que sólo 5,6 millones de personas hayan concurrido a las urnas, es decir, menos de un 40 % de participación efectiva, lo que constituiría un golpe de proporciones históricas al tablero institucional de la política chilena. Algunos atribuyen esta situación de desafección a la apatía por el sistema político y a la crisis de legitimidad de las instituciones. Otros apuntan a una colección variopinta de candidatos, sin un verdadero proyecto o relato que congregue a la ciudadanía. Inclusive, el carácter voluntario del voto es erigido como un factor responsable de la ausencia de participación en las urnas.

Independientemente del peso argumental de este tipo de explicaciones (todas susceptibles de escrutinio) y a pesar de que se diga de que con un 61 % de abstención el sistema político podría ir a parar a la UTI, también es muy probable de que esto sea sólo un vendaval, una inocua inclemencia climática que no perturbará la estructura de relaciones económicas, sociales y políticas del Chile de hoy. Es cierto que una arraigada cultura de despolitización y la pérdida de legitimidad de las instituciones políticas podrían explicar parcialmente el ausentismo electoral. Sin embargo, eso no significa que aquí la política pasó a mejor vida, sino que la que quedó malherida es la “política despolitizada” y restrictiva. Alberto Mayol ya señala en su libro “No al Lucro” que, a partir de las movilizaciones sociales del 2011, en la ciudadanía ha irrumpido un proceso de re-politización. Podría eso explicar en parte el triunfo de algunos líderes sociales por sobre candidatos designados por centralizadas cúpulas partidistas. Abstención y re-politización coexisten actualmente, aunque en la superficie parecieran entrar en contradicción.

Del mismo modo, lo que no se dice en esa superficie, se oye a gritos fuera de Chile. Una de las elegantes maneras de definir la operación analítica que deja a algunos ciudadanos fuera del foco de reflexión sociopolítica, sin parecer que se les oculta, es la invisibilización. Se trata de excluir, por desconocimiento pueril o debido a una solapada intención deliberada, a un sector de la sociedad al que se le priva del ejercicio efectivo de un derecho consagrado normativamente. Sorprende que no se diga que con la inscripción automática, cientos de miles de chilenas y chilenos que residen en el exterior componen ese 61 % de supuesta “abstención”. Tampoco se dice que, aunque la normativa les concede el derecho a voto, la institucionalidad política no ha implementado el reglamento electoral, ni la logística correspondiente, que les permita ejercer su derecho legítimo a sufragar encontrándose en el exterior.

Desde esta perspectiva, esta supuesta “abstención” está conformada por un porcentaje importante de ciudadanas y ciudadanos residentes en el exterior, que deseaban expresar su voluntad política en estas últimas elecciones y que vieron obstaculizado ese derecho por la misma institucionalidad chilena. Hace años que diversas organizaciones chilenas residentes fuera del país vienen demandando que se implemente efectivamente el derecho a voto en el exterior. Sin embargo, ese derecho se encuentra secuestrado por los mismos responsables de implementarlo. Sólo basta observar la campaña “Mánchate el Dedo, Vota por Chile”, originada en Francia, pero efectuada por la Red de Chilenas y Chilenos en el Exterior, que consistió en la realización de votaciones simbólicas en las principales ciudades del planeta, en Octubre de 2012, con gran convocatoria. Obviamente, la invisibilización aquí operó a la perfección. Incluso, volviendo espurio hasta los más sesudos análisis acerca de la “abstención” en las últimas elecciones municipales chilenas ¿Distracción o cinismo político? La mayoría en el exterior, afortunadamente, se da cuenta de que se trata de lo segundo.

lunes, 22 de octubre de 2012

El Chile Cortesano y el Declive de su Despolitización


"Like a Rolling Stone", Obra Visual de Pablo Ocqueteau (www.ocq.cl)


Se puede. Pero, no es fácil. Menos aún cuando se nos dijo majaderamente que la política era para los “políticos”, ya sea militando en un partido u ocupando cargos de “representación popular” o de gobierno. Más de alguno habrá intuido que eso era una falacia y que eso se llama “despolitización”. Y que esto último, en el modelo neoliberal implementado sin contrapeso desde la dictadura militar, se constituiría y aún se constituye en una virtud. Despolitizarse en Chile era necesario para integrarse a la sacralizada supremacía del mercado: Si quiere integrarse, consuma. No piense en que su país se ha erigido en un país feudal, donde unos cuatro o cinco grupos económicos deciden desde el precio de un yogurt en el supermercado, hasta las leyes de la república.
   
Deje la política para los políticos, que ellos mantendrán intacta la estructura neoliberal de relaciones económicas y de concentración de poder, ya sean éstos políticos de centro-derecha o de centro-izquierda. Usted sólo consuma. Y sea innovador, sea emprendedor, para que su capacidad de consumo aumente y se cambie a un barrio mejor, sus hijos vayan a un colegio privado de élite, se salga de FONASA e ingrese a una Isapre. En un país de arribismo cortesano, de ansias de formar parte de una suerte de aristocracia, todas y todos quieren pertenecer a la Corte del Rey. Acercarse a las élites se transformó en el sueño –explicito u oculto- del Chile despolitizado. “Rotear” al vecino o al del barrio de al lado, se convirtió en el ethos de un país que se embeleza con el elitismo y ningunea al que no cumple sus estándares de consumo.

¿Por qué “roteamos”? Por ignorancia. Porque no nos damos cuenta de que entre un poblador de la Pintana (en Santiago) o de Lanín  (en Temuco) y un pujante individuo que se ha comprado una casa en un “buen barrio”, con un crédito bancario a treinta años, los une una terrible realidad que los hermana, pero que es negada bajo el velo de esa despolitización obstinada. Ambos se encuentran subordinados, sujetos al poder omnímodo de las élites económicas, de estos señores feudales que exudan exitismo en la revista Forbes, mientras saquean a destajo y deciden cuánto vale su bono de atención en salud, el paquete de arroz en el supermercado, el monto de su jubilación, si podrá votar estando en el extranjero o si las grandes empresas (las de ellos) pagarán o no en Chile un impuesto de primera categoría decente.

La re-politización que se inició en Chile en el 2011, consiste en comprender que estamos insertos en relaciones desiguales de poder, en relaciones de dominación y subordinación, ya sean de clase, de género, étnicas, laborales o de lo que sea, y que esa sola reflexión es peligrosa. Porque apunta a modificar la estructura de relaciones económicas y políticas de dominación. La última vez que se intentó eso en Chile, los señores feudales impusieron 17 años de dictadura militar. Es un tema, por tanto, de clase. Si usted está en esa línea, dejará de actuar, entonces, como –usando la antigua jerga- un “desclasado”. Se puede, pero es doloroso. Y no se deje engañar. La política no es de los políticos; la política es un bien público, una actividad cotidiana ejercida por todas y todos, una reflexión y una acción que irradia todas las áreas de la vida social… para bien de cada uno de nosotros, pero para mal de la dictadura económica de los grandes mercaderes y de toda esa acaramelada cultura cortesana.

jueves, 16 de febrero de 2012

Camila Vallejo en Alemania: Una generación política que arribó para quedarse


Fotografía: Pablo Ocqueteau

Cuando en agosto 2011, durante un debate en la Canal CNN Chile, el entonces vicepresidente de la FECH Francisco Figueroa le anunciaba a Sergio Bitar -ex ministro de educación del gobierno de Ricardo Lagos- que su generación llegó a la política para quedarse”, no pocos contemplaron atónitos las declaraciones del dirigente estudiantil (http://www.youtube.com/watch?v=q-3MaNKVAV4). Sí, atónitos. La declaración de Figueroa no sólo explicitaba el quiebre entre el movimiento estudiantil y la clase política; no solamente le enrostraba a Bitar la deslegitimación de los gobiernos de la Concertación, con relación a su función contrahegemónica frente a un modelo autoritario y neoliberal extremo implementado en Chile. Lo señalado por el joven dirigente rompía con una tradición político-cultural asociada a los movimientos sociales, desde el fin de la dictadura militar. Mientras que, una vez conseguido el poder, la estrategia política concertacionista fue que los miles de chilenos que lucharon contra la opresión castrense “se fueran para la casa” (y se quedaran en ella), la promesa de los estudiantes movilizados en el 2011 fue rechazar el carácter efímero de la movilización social, apostando por su permanencia en la lucha por los cambios estructurales.

Y no hubo marcha atrás. A pesar de la oposición del gobierno de Sebastián Piñera, de la derecha económica (la oligarquía) y de la derecha política frente las demandas estudiantiles y sociales; a pesar incluso de muchos concertacionistas neoliberales con discurso “progresista”, esta promesa está plenamente vigente en el año 2012. Y no sólo dentro de Chile, sino que su expresión en el escenario internacional se ha encarnado en la sucesora de Figueroa, Camila Vallejo. Seguida por los medios de prensa de todo el orbe, la dirigente estudiantil -que ocupó la presidencia de la FECH y la vocería de la CONFECH en el 2011- se ha transformado hoy en día en un ícono indiscutido de la izquierda chilena y mundial. Aquí se trata de una representatividad política para la izquierda que trasciende la vinculación orgánica que Vallejo tiene con el Partido Comunista de Chile.

La reciente visita de la actual vicepresidenta de la FECH a la República Federal Alemana, junto a Karol Cariola (secretaria general de las Juventudes Comunistas de Chile) y a Jorge Murúa (dirigente nacional de la Central Unitaria de Trabajadores, de Chile), ha recibido el espaldarazo, no sólo de la comunidad alemana y europea, sino que también de un gran número de chilenas y chilenos residentes en el país germano. Invitados por la fundación alemana Rosa Luxemburgo, asociada al partido Die Linke (La Izquierda), recorrieron Alemania dialogando con la comunidad local respecto de la movilización estudiantil chilena del 2011 y de su proyección para los meses que se avecinan.

En Berlin, el 8 de febrero de 2012, el Audimax de la Humboldt Universität se vio colmado de asistentes que escucharon concentradamente el testimonio de la delegación chilena. Camila Vallejo, junto a Cariola y a Murúa, expuso en detalle acerca del proceso político a  la base de la movilización social, en una lucha difícil contra esa suerte de “modelo feudal oligárquico” que forma parte de la cultura de este país sudamericano. Aunque en Chile a algunos les provoque escozor el carácter de figura internacional de Vallejo, afortunadamente la movilización estudiantil chilena -transformada en un gran movimiento social- ha tenido como resultado una legitimación política de gran envergadura a nivel global. Y Camila Vallejo ha contribuido significativamente a ello.

Sin embargo, la resistencia cultural es otro escollo que aún tendrán que sortear los estudiantes y las miles de chilenas y chilenos que desean cambios estructurales. En los medios circulan aseveraciones respecto de la disminución del apoyo ciudadano a las movilizaciones, aduciendo al cansancio generado por las continuas protestas sociales. Quizás ello resulte de las vicisitudes del proceso de emergencia de una nueva conciencia política aún inconclusa; no es fácil comprender –en una cultura donde las desigualdades son “naturalizadas” y responsabilizadas a nivel individual- que los destinos de las personas se construyen y se sustentan con base a derechos colectivos y universales. Asumir que la pobreza, en su sentido más extenso, no es un problema de exclusividad personal, sino que surge de un sinnúmero de derechos universales que no están siendo garantizados, es un verdadero cambio en la cultura sociopolítica.

Es comprensible, por tanto, ese cansancio ante la protesta social, si no se entiende que los cambios estructurales van a enfrentarse a la férrea resistencia de las élites económicas y de una significativa parte de la clase política cooptada económica o ideológicamente. La protesta social –que es criminalizada en Chile de manera escandalosa por estas mismas élites- constituyó en el 2011 uno de los instrumentos políticos más importantes para poner en la mesa el fracaso de un modelo de desarrollo, sólo exitoso para unas pocas familias chilenas. Y ante la resistencia violenta y represiva de la oligarquía y del gobierno chileno, la protesta social pasó a concebirse como un derecho.  Eso lo dejaron muy en claro Camila Vallejo, Karol Cariola y Jorge Murúa, en el Audimax de la Humboldt Universität, Berlin. Y enhorabuena. La legitimación política de la protesta social es un derecho ya demandado por una generación que, afortunadamente, llegó para quedarse.