Dibujo a grafito, del pintor y artista visual mapuche Eduardo Rapimán.
A muchos nos impacta la idea de
que un ser humano decida poner fin a la vida de otro. Para ello se requiere que
alguien se atribuya la autoridad de exterminar, de devastar el precario
equilibrio de la vida y que piense que esa potestad es legítima o justa. Entre
pensar y dar muerte a alguien, sólo dista un corazón forzado a detenerse. Y no
es una pausa lo que provoca, sino que el cese inexorable y para siempre del
rítmico latido del universo materializado en cada pulsación cardiaca. Muchos
nos vemos conmocionados cuando presumimos o tenemos una intuitiva certeza de
que los asesinatos se imbrican con objetivos políticos y económicos. Es decir,
matar para conseguir poder. Supuestos de esa índole pueden dirigir nuestras
elucubraciones hacia horrorosos senderos sembrados de dolor y de muerte.
Los últimos acontecimientos de extrema
violencia acaecidos en la
Región de La
Araucanía y la reacción del gobierno chileno representado por
el Presidente de la República de Chile, Sebastián Piñera Echeñique, vuelven
descarnadamente visibles las ruinas provocadas por el paso del poder, los
vestigios de la arremetida implacable de los agentes de dominación. En el marco
del mal denominado “conflicto mapuche”, un profundo dolor emerge al recordar
que el matrimonio Luchsinger – MacKay fue alevosamente asesinado en enero de
2013, así como también cuando reconocemos que miles de mapuche han sido asesinados,
en estos casi ciento treinta años de usurpación y dominación que el Estado
chileno ha establecido en el territorio mapuche, también llamado Walmapu, desde
tiempos inmemoriales.
¿Por qué la majadera denominación
de “conflicto mapuche”? Basta una mirada rápida para observar que con tal
etiqueta se pretende atribuir al Pueblo Mapuche la autoría de esta crisis en el
sur de Chile. Específicamente, se ha omitido que son principalmente ellos el
sector social subyugado, invisibilizando a los opresores representados por el
Estado chileno, sus gobiernos y los intereses de las élites económicas que
tienen sus negocios en el ancestral territorio mapuche. Esta invisibilización
ha llegado a tal extremo, que se ha llegado a ocultar del curriculum escolar el
carácter criminal de la llamada “Pacificación de La Araucanía”, que se
caracterizó por el despojo territorial y por el genocidio perpetrado contra el
Pueblo Mapuche, por parte del Estado y los gobiernos chilenos. Estos últimos
han intentado ocultar deliberadamente –mediante diversas formas- los motivos
históricos y actuales de esta crisis, criminalizando las legítimas
reivindicaciones territoriales de los pueblos originarios e intentando, en la
actualidad, otorgar a ellos la categoría de “enemigos”. Y al gobierno chileno,
especialmente al Ministro del Interior, Andrés Chadwick, es bueno aclarar esto:
el Pueblo Mapuche no es nuestro enemigo; es un pueblo hermano.
El vergonzoso doble estándar del
actual gobierno chileno no es casual. Apoya el bloqueo de carreteras realizado
por un grupo de camioneros y agricultores, pero demoniza y reprime brutalmente
la protesta social, tal como ocurrió con el movimiento de Aysén, con la
movilización estudiantil y en las protestas reivindicativas mapuche. Todo ello
nos lleva a pensar que la aplicación de la Ley Antiterrorista y las
arengas “bélicas” de los señores Chadwick y Golborne, promoviendo la
intensificación del proceso de militarización del Walmapu y la represión policial de las comunidades, correlacionan
positivamente con el riesgo que los grandes empresarios observan en sus
negocios, todos de carácter extractivo en los sectores pesquero, forestal,
minero y energético.
La Araucanía sangra
copiosamente a través de sus heridas. Sin embargo, para el gobierno y para una
parte importante de la sociedad chilena, hay víctimas y ciudadanos de primera y
de segunda categoría. Se solidariza con fuerza cuando las víctimas de la
violencia son blancas, propietarias de tierras y poderosas desde la perspectiva
de su estatus social. Al contrario, si las víctimas son de origen mapuche,
pobres y/o con un estatus social menor, el desdén se hace tan evidente, que sus
perpetradores pueden verse rodeados de total impunidad, como es el caso de los
carabineros autores de los asesinatos de Alex Lemún, Matías Catrileo y Jaime
Mendoza Collío. Esto no es trivial; es expresión directa del racismo y del
clasismo, en tanto características culturales y formas arraigadas de dominación
de la clase política y de gran parte de la sociedad chilena.
Aquí hay que asumir que la forma
en que el actual gobierno y la sociedad chilena han abordado la relación con el
Pueblo Mapuche y con sus demandas de recuperación y autonomía territorial, ha estado
totalmente equivocada. Como resultado de esa deliberada ineptitud debemos
lamentar el dolor por todas las víctimas de la violencia y observar con impotencia
la militarización y la sistemática represión policial ejercida contra las
comunidades mapuche. Todo Chile debiese rechazar explícitamente la prisión
política de los dirigentes mapuche, los montajes policiales y la utilización de
testigos sin rostro contra ellos, así como la aplicación de la Ley Antiterrorista. Debiésemos
sorber del amargo brebaje de la vergüenza de no saber o de no querer saber.
Porque no se trata aquí de la ignorancia del incauto; es la ignorancia
consentida que se expresa en la negación sistemática de las causas históricas
de la crisis política en el Walmapu.
En Chile decimos “hacerse el
huevón”, que no es otra cosa que el acto de descarada hipocresía que simula
nuestra bajeza moral de no querer saber, sabiéndolo todo. Porque de tanto
hacernos los que no sabemos, vendrán otros Luchsinger, otras MacKay y otros
Catrileo, Mendoza y Lemún, ultimados por el desplazamiento furtivo de los
agentes de dominación. Ya nadie puede hacer la vista gorda, ni verse tentado a
simular un tierno desconocimiento acerca del apoyo político, económico,
mediático y militar que el gobierno y la clase política ha prestado a los
intereses que los grandes empresarios tienen en el territorio mapuche,
continuando con ello el despojo, la dominación, la represión y la muerte. Y eso
lo saben muy bien Chadwick, Golborne, Mayol y Mathei, que hacen las veces de
comisarios políticos de las manos mancilladas del capital.