Epígrafe Fronterizo

"El peor analfabeto es el analfabeto político. No oye, no habla, no participa de los acontecimientos políticos. No sabe que el costo de la vida, el precio de los garbanzos, del pan, de la harina, del vestido, de los zapatos y de los remedios dependen de decisiones políticas. El analfabeto político es tan burro que se enorgullece y se ensancha el pecho diciendo que odia la política. No sabe que de su ignorancia política nace la prostituta, el niño abandonado y el peor de todos los bandidos que es el político corrupto, mequetrefe y lacayo de las empresas nacionales y multinacionales"

Bertold Brecht

miércoles, 30 de agosto de 2017

Alberto Mayol y la Incomodidad Neoliberal


Me hizo bien estar mudo, a todo el mundo le haría bien un poco de silencio para pensarse. Los chilenos hablan tanto y agudo y gritado. El neoliberalismo farandulón los puso así, muy engreídos”.

-          Pedro Lemebel.

Si hay un efecto social que ha caracterizado –entre otros- la emergencia controvertida de la figura de Alberto Mayol, es la incomodidad. Del latín incommoditas, refiere a la condición de provocar molestia o de requerir esfuerzo, una tensión recurrente que ha podido observarse como resultado de sus hipótesis o proposiciones políticas y científicas. Ya sea en la forma o en el fondo, la acometida de Mayol en las primarias del Frente Amplio y su reciente creación de un bloque de izquierda al interior de su coalición, no han sido de fácil digestión. Su focalización en las relaciones de poder significó repolitizar el debate, siendo este último un bien escaso en el actual escenario deliberativo. Y su anclaje en la tradición de izquierda ha irritado la dermis sensible de conspicuos personajes de la intelectualidad académica, de la política y de los mass media.

Ya en una declaración pública del 26 de julio de 2017, señalaba que “todo discurso político desde la izquierda está en los derechos de los(as) trabajadores(as) y en el cuestionamiento a los mecanismos de acumulación económica y de generación de excedentes empresariales basados en el deterioro de los salarios, las condiciones laborales y la explotación del medioambiente”. Es decir, un golpe directo al vientre del naturalizado modelo de desarrollo chileno. E independiente de sus detractores y simpatizantes, su crítica al neoliberalismo criollo ha contribuido con un punto de inflexión para la pretenciosa y despolitizada racionalidad local. 

Desde su mediática irrupción en la ENADE (Encuentro Nacional de Empresarios), allá en el 2011, la controversia política y académica construida en torno a su figura ha sido continua y condimentada. Ante una incómoda élite empresarial, Alberto Mayol cuestionó el modelo económico y social chileno. En su análisis reinterpretó las movilizaciones estudiantiles y sociales de aquel año, como la manifestación de un malestar generalizado frente a un sistema económico-político en crisis. Es muy probable que el análisis del joven sociólogo, realizado en las suntuosas locaciones de Casa Piedra, haya alterado el ritmo cardiaco a más de algún habitué de las neoyorkinas páginas de la revista Forbes. Es que trasladar a esos recintos el aroma enrarecido de la calle, esa agridulce brisa de ciudadanía agobiada de tanto transitar por los estrechos pasadizos de la subordinación, no es precisamente una suave caricia para la afectación olfativa del gran empresariado criollo. La mezcla concurrida de olores nunca ha sido una predilección de palacio.

Tampoco las hipótesis políticas y científicas que declaró en una seguidilla de libros, entre los que se encuentran “El Derrumbe del Modelo” (2012), “No al Lucro” (2012) y “Economía Política del Fracaso” (2015). Sus textos críticos, deliberadamente dialogantes con el  ciudadano común, ofendieron también al espíritu racional-científico de la nobleza académica nacional. Sin embargo, esto último puede ser considerado positivo, toda vez que sus proposiciones e hipótesis, que recorren tanto las dimensiones estructurales como subjetivas del modelo de desarrollo chileno, abrieron un debate reinstalando la necesidad de “politizar” el diálogo académico, político y social, en términos de examinar las relaciones sociales de poder.

Sin embargo, así como la sensibilidad empresarial se vio interpelada críticamente durante la ENADE del 2011, un sector del respetable estamento de científicos sociales no estuvo exento del malestar suscitado ante la eventual “poco académica” calidad de sus proposiciones. “Pseudocientífico”, “pseudoinvestigador” o “poco serio”, son parte del conjunto de  epítetos que algunos de sus pares han emitido aludiendo a su actividad como investigador y teórico. Es probable que muchos de estos calificativos provengan de la complejidad narcisista que abunda a raudales en la academia chilena. También de pares que no han leído un texto suyo, construyendo sus impresiones con base al rumor, a la opinión de “terceras fuentes” o a la cuña editada en los mass media. En otros casos, la crítica proveniente de personas informadas ha sido valiosa para promover los debates político, académico y ciudadano.

Cuando Alberto Mayol, junto a Javiera Araya publicó su estudio que cuestiona la neutralidad política del Fondecyt Regular en la selección de proyectos de investigación, el fuego cruzado del cual ambos fueron blancos -desde el mismo programa público y desde la academia chilena- fue digno de antología. La crítica metodológica y la atribución de “falta de seriedad” del informe, fueron esgrimidas para invalidar la hipótesis (considerada por sus críticos como “absurda”), que señala una relación entre los procesos políticos y la probabilidad de adjudicarse un Fondecyt. Sin embargo, el argumento de la falta de seriedad metodológica es insuficiente para invalidar una afirmación hipotética. Se requiere, además, de la realización de otros estudios que refuten la asociación entre la dimensión política y el proceso deliberativo que sustenta la selección de proyectos de investigación. Esto último, no sólo constituye un criterio científico, sino que también un principio de lógica cotidiana: No se puede hablar de una imposibilidad de hacer pan, sólo por el hecho de que se cuestione la forma en que se ejecutó la receta.

De toda esta trifulca se puede extraer que la receta no trasciende su condición de ser sólo una referencia, una fórmula metodológica subordinada a toda afirmación científica o política. En otras palabras, toda hipótesis crítica constituye una apuesta resiliente, frente a una lógica o itinerario procedimental con pretensiosos ropajes de validez universal. Porque cuestionar que la neutralidad de la institucionalidad científica es inmune a los intereses políticos particulares, es reubicar el lugar de la actividad académica y científica al interior de múltiples relaciones de poder. En otras palabras, contribuye a promover el debate estructural en los ámbitos de la política, de la academia y de la ciudadanía.

Un criterio de relevancia estratégica que debiese proyectar el excandidato, es que la comunicación efectiva de todo análisis y proposición crítica debe permear las diferentes texturas del tejido social. Se trata de promover estos debates en todos los espacios posibles de discusión, así como instalar sus ideas-fuerza en la diversidad de conversaciones cotidianas. En un país neoliberal, donde la vida social está segregada y privatizada en casi todos los ámbitos de interacción colectiva, el riesgo de que las ideas se distribuyan fragmentadamente es casi seguro; es decir, que éstas sólo alcancen a ser digeridas por aquellos sectores sociales más próximos y que resulten ser un eco deformado o silencioso para otros grupos y actores del entramado social.  

Desde esta perspectiva, no deja de ser interesante la alusión apasionada de Lemebel, cuando dispara su prosa contra el engreimiento neoliberal chilensis. La restitución de lo colectivo -tan presente en las propuestas de Mayol- puede ser percibida como una idea difusa o impracticable, debido a la infinidad de clausuras sociales que resultan de tanta segregación. Y el efecto individualista de ello es la falta de reconocimiento entre ciudadanas y ciudadanos, producto de una débil coexistencia, coexperiencia e intercambio sociales. No debe sorprender con ello la emergencia de la vanidad, del prejuicio y de la ignorancia. Tampoco las dentelladas de algunos egos ofendidos. Al contrario, la incomodidad generada por las proposiciones de Mayol puede constituir una valiosa oportunidad para restituir, mediante el debate, el ethos político de todo acto social deliberativo. Pero, al mismo tiempo, poner en tela de juicio la actitud engreída que trae consigo nuestra permanencia prolongada en los frívolos pasillos de la farándula neoliberal.

(*) Imagen: Werkén Rojo.
(**) Columna Publicada en el Periódico NN. Concepción, Chile.