Epígrafe Fronterizo

"El peor analfabeto es el analfabeto político. No oye, no habla, no participa de los acontecimientos políticos. No sabe que el costo de la vida, el precio de los garbanzos, del pan, de la harina, del vestido, de los zapatos y de los remedios dependen de decisiones políticas. El analfabeto político es tan burro que se enorgullece y se ensancha el pecho diciendo que odia la política. No sabe que de su ignorancia política nace la prostituta, el niño abandonado y el peor de todos los bandidos que es el político corrupto, mequetrefe y lacayo de las empresas nacionales y multinacionales"

Bertold Brecht

jueves, 14 de marzo de 2013

Voto chileno en el exterior y la mosca en la sopa



Foto editada por Pablo Ocqueteau.

Es una suerte de exilio político que sobrepasa lo absurdo. Con frecuencia las chilenas y chilenos residentes en el extranjero, ya sea en Berlin, Toronto, Moscú o donde las vueltas de la vida nos haya llevado, vemos como miles de inmigrantes de otros países concurren a sus consulados a ejercer su derecho a voto. Como estamos la mayoría acostumbrados a masticar el sabor amargo de la orfandad política, a “naturalizar” y a convivir con la vulneración de nuestros derechos, la mera idea de votar en el extranjero nos parece parte del guión de una película marciana. Muchas veces me enfrento a la situación de que una amiga o un conocido de algún país latinoamericano –o de cualquier lugar del orbe- me cuenta que va a ir a votar al consulado de su país. Ahí es donde comienzo a sentir una incomodidad interna, la que desde un inicial carácter ocasional comienza a transformarse en una incomodidad crónica. Un malestar en la conciencia ¿Por qué no pueden votar? – me preguntan, en medio de la sorpresa y de la conmiseración. Obviamente, me cuenta mucho responder.

¿Cómo otorgamos a una situación política completamente absurda, una justificación plausible de digerir? Somos unos de los pocos países en el mundo, cuyo ejercicio efectivo del derecho a voto en el extranjero se encuentra bloqueado por su misma institucionalidad política ¿Cómo explicar que para aquellos que detentan el poder, el tener derechos es casi una insolente quimera “comunista”? ¿Cómo justificamos que esa palabrita, “derecho”, con excepción del derecho de propiedad, es en Chile sólo una prerrogativa de privilegiados y una prebenda para los buenos inquilinos?

La verborrea dictatorial borró ese vocablo de nuestra cultura republicana, en un país donde los problemas públicos pasaron a ser meros problemas individuales. En esta perversa transmutación semántica, de alquimia política, sus sílabas se oyen como extraños sonidos de un idioma exótico. Es más que una xenofobia lingüística. Como en nuestro país hablar de derechos es como platicar de física cuántica, el sólo hecho de reclamar lo justo; es decir, demandar que el casi millón de chilenas y chilenos puedan ejercer el derecho a voto en el extranjero, genera serios inconvenientes para que ello sea asimilado culturalmente.

Porque para la mayoría de las chilenas y chilenos que residen en el territorio nacional, el voto en el exterior es tan urgente como sembrar zanahorias en la luna y, salvo valiosas excepciones, este tópico no ha formado parte de la agenda política cotidiana de nuestros legisladores y partidos políticos. Lo que para muchos de otros países es una vergüenza de proporciones, una vulneración grave de un derecho político, para muchos de nuestros connacionales es menos incómodo que una mosca en la sopa. Una expresión de sorprendente autorreferencia. Porque cuando Chile fue azotado por la dictadura militar, cuando nuestra angosta faja de tierra era violentada por los desastres naturales, la “solidaridad” desde el extranjero transgredía los límites espaciales de nuestro estrecho nacionalismo, para medir el diámetro del planeta tierra.

Por eso, la solidaridad debe ser recíproca y la cultura cívica chilena, la demanda y la construcción colectiva de derechos, debe trascender las nociones decimonónicas de geopolítica y de espacio geográfico. Sólo la modorra política o una cultura incapaz de sentir vergüenza por la vulneración de los derechos de su gente, puede seguir tolerando un año más el bloqueo intolerable del legítimo derecho a votar en el exterior.