Epígrafe Fronterizo

"El peor analfabeto es el analfabeto político. No oye, no habla, no participa de los acontecimientos políticos. No sabe que el costo de la vida, el precio de los garbanzos, del pan, de la harina, del vestido, de los zapatos y de los remedios dependen de decisiones políticas. El analfabeto político es tan burro que se enorgullece y se ensancha el pecho diciendo que odia la política. No sabe que de su ignorancia política nace la prostituta, el niño abandonado y el peor de todos los bandidos que es el político corrupto, mequetrefe y lacayo de las empresas nacionales y multinacionales"

Bertold Brecht

martes, 26 de julio de 2016

Biopolítica de la Vida Swinger


Ilustración de Jorge Zambrano.

Enarbolando una húmeda y vanguardista pluma, la escritora francesa Anais Nin abofeteó con su “Delta de Venus”, allá por 1939, la puntillosa sensibilidad de la época. Su intensidad descarnada arrastró su exploración erótica y emotiva hacia los imbricados recovecos del incesto y del encuentro íntimo con hombres, mujeres y parejas. Transgrediendo los cánones heteronormativos y judeocristianos, su itinerario vital hilvanó lo que lentamente dio a lugar a un indeleble pacto entre la propia vida y la combustión erótica de su obra, entre la urgencia de la vivencia y la osadía con que observó el universo de su corporalidad y de toda frágil libertad.  El erotismo es una de las bases del conocimiento de uno mismo, tan indispensable como la poesía” –sentenció abiertamente, rozando en retrospectiva las huellas mnémicas de aquello que en otros despertaría la necesidad apremiante de la reserva o el erosivo temor a la sanción social.

Era cosa de tiempo. Después de casi tres meses de intentos por concertar una entrevista con parejas que han extendido su experiencia sexual al tándem erótico con pares, sus testimonios revelaron una paradójica libertad. Profesionales o con trabajos en una amplia gama de producción y venta de servicios, dedicados[as] a la maternidad y paternidad, además de concentrarse en el bienestar de sus parejas, sus vidas no difieren de los altibajos que padece y goza cualquier mortal de este planeta. Provenientes de diversos sectores sociales y con una diversidad de apariencias corporales, las parejas swingers parecen practicar una suerte de democracia socioerótica que no vulnera ese contrato tácito ligado a la fidelidad afectiva. Se trata de una relativización de la exclusividad  sexual, que se caracteriza por la permisividad del contacto íntimo –simultáneo o sucesivo- con otras personas, bajo el consentimiento explícito de la pareja.

El relato de Paula [los nombres han sido cambiados], de 44 años de edad y con casi una década de encuentros swingers, devela una ruptura con las concepciones de pareja heteronormativas y patriarcales. Sus contactos sexuales en fiestas con otras mujeres y hombres son valorados como un acto orientado a buscar, no sólo el propio placer, sino que también el máximo deleite sexual de la pareja. Ahora bien, si las fiestas grupales donde se fraterniza sexualmente sugieren el quiebre del tradicional imperativo monogámico, también es cierto que esa aparente libertad sexual es ejercida sin obviar una dimensión intransferible que imponen a la fidelidad: se ama sólo a la pareja. Francisca (37), otra entrevistada, revela que esta regla es transversal dentro de la ética swinger. Nada transcurre tras bambalinas; el despliegue de contactos sexuales, por múltiples que sean en un solo evento, deviene con el inequívoco conocimiento y la aprobación de la pareja. Un encuentro sexual sin aviso puede generar una crisis conyugal, así como aquellas expresiones de afecto con otras personas que denoten algo más que el solo deleite de la corporalidad compartida. 

Desde una perspectiva foucaultiana, las prácticas swingers no están exentas de su ubicación en los ámbitos del poder, del control y de la vigilancia. Y no sólo respecto de la sociedad, sino que también al interior de los mismos espacios de intercambio de experiencias sexuales. En otras palabras, se rigen bajo otros dispositivos biopolíticos que regulan la expresión de la sexualidad, del género y los deseos. Del mismo modo, no consistirían en prácticas que destruyen las concepciones de relación de pareja, de fidelidad y de la sexualidad. Al contrario, se erigirían como una expresión socioafectiva que resignifica todo eso, dependiendo de los espacios de aceptación o rechazo establecidos por la sociedad, así como por las otras parejas o individuos swingers.

Por otra parte, esta resignificación conduciría a un replanteamiento de la heterocentralidad y del machismo. Fernando (52), profesional del marketing, refiere que para un hombre es mucho más difícil adaptar su estructura valórica a la experiencia swinger de su pareja-mujer. Romper con el arraigado habitus cultural, que establece un dominio exclusivo del hombre sobre el cuerpo y la sexualidad de “su” mujer, se experimentaría como una transformación mayúscula del propio sistema de valores y de creencias. Para Fernando fue alcanzar un nivel de transparencia y de honestidad que define como “brutales”, donde el sentido de propiedad sobre el cuerpo de su pareja dio a lugar a la desapropiación y a su focalización en la fidelidad afectiva.

Así como la revelación literaria de la vida erótica de Anais Nin irrumpió con estruendo en la aparente solidez moral de la época, actualmente la práctica swinger se ha erigido en las redes y espacios sociales como una concepción más sobre la propia sexualidad, que ha ido transformado las nociones heteronormativas y patriarcales de relación entre cuerpo y afecto. Quizás sin concebirlo, aquellas personas que la ejercen han modificado la biopolítica de la sexualidad, con relación al entorno social. En una sociedad patriarcal, donde la sexualidad se erige –bajo una óptica foucaultiana- como un campo de batalla donde se establecen sobredeterminaciones y dominaciones, también surgirían resistencias, negociaciones y extensiones de límites. Al transgredir las normas heteronormativas y patriarcales y al ser susceptibles del rechazo social, los individuos y parejas swingers transformarían en un proceso político su identidad y sus concepciones eróticas y sexuales.

Así como las nociones predominantes acerca de la sexualidad establecen las posibilidades del cuerpo, aquí el control y la vigilancia de la sexualidad administran lo más profundo de la vida humana y de las relaciones sociales. De esa tensión entre dominación y resistencia, surgen las transformaciones referidas a la vivencia y expresión de la propia sexualidad, sus vectores, su estructura valórica y su poder político transformador. Mirada de esta manera, la práctica swinger no se trataría de una vida de descontrol y de libertinaje sexual, sino que de un pacto político diferente sobre la administración de los cuerpos, de la afectividad y de la experiencia sexual. Al fin y al cabo, se trata de una variante biopolítica que en ciertos espacios porfía por su vigencia, aunque Anais Nin y Michel Foucault retocen -tras sus muertes- en las inciertas dimensiones de la incorporeidad.

(*) Columna preparada para la Revista Bufé. Concepción, Chile.