Epígrafe Fronterizo

"El peor analfabeto es el analfabeto político. No oye, no habla, no participa de los acontecimientos políticos. No sabe que el costo de la vida, el precio de los garbanzos, del pan, de la harina, del vestido, de los zapatos y de los remedios dependen de decisiones políticas. El analfabeto político es tan burro que se enorgullece y se ensancha el pecho diciendo que odia la política. No sabe que de su ignorancia política nace la prostituta, el niño abandonado y el peor de todos los bandidos que es el político corrupto, mequetrefe y lacayo de las empresas nacionales y multinacionales"

Bertold Brecht

viernes, 3 de septiembre de 2010

Anomalías en el Umbral de Sensibilidad: Neurofisiología de la Decadencia de la Cultura Social y Política Chilena


Tengo un recuerdo recurrente de mis tiempos de secundaria en la ciudad de Temuco, en el sur de Chile. Una clase de biología en el último período de la jornada escolar. Era un día de protesta y podíamos oír entrelazarse las voces de insurgencia contra la dictadura militar, con la detallada explicación que el profesor desarrollaba sobre el concepto psicofísico de umbral de sensibilidad o de excitabilidad.

Ya sea en el ámbito visual, auditivo, olfativo o táctil, comenzamos a comprender que en los sistemas sensitivos un estímulo debe presentar una magnitud o una velocidad mínima para generar una reacción neurofisiológica denominada "impulso nervioso". Bajo ese punto mínimo de estimulación, es decir, umbral de sensibilidad, no se generaría ninguna reacción nerviosa. En tal caso, el estímulo -aunque integrante de la realidad del entorno- no alcanzaría a ser procesado por los niveles superiores perceptivos; en otras palabras, no alcanzaría a emerger en la conciencia. Entonces, concluíamos que si un estímulo no alcanza el umbral de sensibilidad, subjetivamente no existe.

Los comentarios acerca de ejemplos concretos de este fenómeno irrumpieron con prontitud. Cuando se entra a una habitación con muy poca ventilación el impacto de los olores de su interior es notorio, aún más si éstos son desagradables. Sin embargo, luego de un tiempo de exposición es posible que esos olores desaparezcan del campo de conciencia. Todo depende de la intensidad y de la variación del estímulo. Es decir, el umbral de sensibilidad puede modificarse dependiendo del grado de estabilidad de la estimulación. Sólo basta salir de la habitación y reingresar a ella para volver a ser impactado olfativamente, de manera diferente a la sensibilidad que se tenía un segundo antes de salir del lugar. Otra vez -pensábamos- el umbral de sensibilidad determinaba la presencia o ausencia de una experiencia concreta. Otra vez la magia de la neurofisiología.

Hace unos meses resido en Berlin y ese recuerdo me ha acompañado incluso al otro lado del charco. Al abandonar Chile, aquella reminiscencia hizo que sintiera que mi propia emigración fuese como despedirme de una habitación con un aroma particular. Y también pensar que la cultura de cada país tiene un umbral de excitabilidad característico, frente a sus propios procesos históricos, ya sean sociopolíticos, económicos y culturales. Chile tiene un umbral de sensibilidad altísimo frente a hechos traumáticos de su historia y eso es inquietante. Los chilenos somos capaces de negar, con una indolencia lamentable y patológica, períodos recientes de la historia caracterizados por desapariciones forzosas, torturas, asesinatos y el exilio de cientos de personas; sucesos traumáticos que, además, destruyeron a familias completas y dañaron seriamente nuestra psique cultural y nuestra dignidad moral.

¿Cómo surge y se desarrolla la ética social? Mientras los niños berlineses son llevados al campo de concentración Sachsenhausen, situado en Oranienburg, un pequeño pueblo ubicado al norte de Berlin, con el fin de conocer una parte de los horrores del holocausto nazi, en Chile la educación y los medios de comunicación masiva ocultan intencionadamente a nuestros niños y adolescentes los sucesos espantosos acaecidos durante la dictadura militar. Es probable que en la actualidad, el niño berlinés, impactado por las imágenes infernales de las cámaras de gas y de los crematorios por donde cinco millones personas encontraron la muerte, aprenda con dolor -pero, con elevada empatía- el incorruptible valor de los derechos humanos y desarrolle una visión profundamente humanista de la existencia y de la vida social.

Al contrario, en Chile muchos niños y adolescentes desconocen los atropellos a los derechos humanos que hoy viven diariamente minorías sexuales y grandes sectores desfavorecidos legal y socioeconómicamente; no saben de la represión política (policial), ni de los montajes perpetrados contra los mapuche que reivindican sus tierras ancestrales y padecen de la Ley Antiterrorista; ignoran la situación de vulnerabilidad medioambiental del territorio ante la acción depredadora de empresas nacionales y transnacionales; no dimensionan la política de despidos ideológicos -que se ejecutará en diciembre de 2010- de miles de funcionarios públicos chilenos, por una derecha que no entiende la diferencia entre la función de un trabajador del Estado y otro del gobierno de turno.

El contraste entre un niño y otro será determinante para el futuro de ambas naciones. Mientras uno levantará la voz contra toda forma de exclusión social y de vulneración de los derechos fundamentales, otro saldrá al mundo con una indolencia política y social sorprendente, sin una memoria histórica que regule su conducta moral y con una percepción de que la dignidad de la vida de todo ser humano es sólo un privilegio para unos pocos. Esto último es lo que ocurre cuando ante la fetidez de una habitación nos volvemos finalmente insensibles; empezamos a encontrar normal el hedor de sus paredes, evadiendo el hecho de que la fuente de las emanaciones proviene del cadáver de nuestra propia ética social. Transformar políticamente la tragedia de los mineros del norte en un bochornoso reality show, en lugar de debatir y legislar seriamente acerca de la seguridad laboral de los trabajadores de Chile, es un síntoma más de la decadencia de la cultura política y social chilena.

La responsabilidad política ante esta vergonzosa situación recae en todos los chilenos, pero por sobretodo en la elite política. Y bajar el umbral de sensibilidad constituye un imperativo sociopolítico de suma relevancia. Quizás se considere idealista esto que voy a decir, pero me gustaría que algún día todos nos pusiéramos de acuerdo sobre lo indigno e insalubre que es vivir entre tanta fetidez. No me canso de pensar que en esta habitación que compartimos es urgente que abramos todas las ventanas, para que entren nuevos aires de dignidad social y de evolución cultural en el Chile de hoy. Por último, por el respeto que debemos a nuestros muertos.