Epígrafe Fronterizo

"El peor analfabeto es el analfabeto político. No oye, no habla, no participa de los acontecimientos políticos. No sabe que el costo de la vida, el precio de los garbanzos, del pan, de la harina, del vestido, de los zapatos y de los remedios dependen de decisiones políticas. El analfabeto político es tan burro que se enorgullece y se ensancha el pecho diciendo que odia la política. No sabe que de su ignorancia política nace la prostituta, el niño abandonado y el peor de todos los bandidos que es el político corrupto, mequetrefe y lacayo de las empresas nacionales y multinacionales"

Bertold Brecht

martes, 15 de marzo de 2011

El Consenso Neoliberal chileno: De Termoeléctricas, Negociados y Goles de Mitad de Cancha


En Chile llamamos a eso “desayunarse”. Enterarse de algo “chocante” sorpresivamente. No sé si la denominación de “chocante” proviene del anglisismo schock, ni tampoco si la noticia generó sorpresa en muchas personas. Pero la sensación estomacal fue desagradable o, al menos, perturbadora. Como un alimento en dudosas condiciones ingerido a primeras horas de la mañana. Es decir, un mal desayuno.

Un amigo chileno de mis tiempos de adolescencia, el “gato” Vallejos, me lanzó el link a la cara. “La izquierda y la derecha en el mismo negocio” –me espetó a quemarropa. Un link de Youtube del cual colgaba la frase de entrada “El tono maternal de Bachelet me parece ahora falso y peligroso, muy peligroso”. Con esas palabras concluye el periodista chileno Tomás Mosciatti, en un enlace de radio Bio Bio para el canal de televisión CNN Chile, su reporte acerca de un casi probado y vergonzoso vínculo entre el gobierno de Michelle Bachelet –ella incluida- y altos funcionarios de la actual administración de Piñera, para aprobar el funcionamiento de la Termoeléctrica Campiche, en la provincia de Valparaíso - Chile. El link donde Mosciatti hace de interfase para difundir lo que Wikileaks puso a disposición del estómago de los chilenos y de la humanidad es http://www.youtube.com/watch?v=mEofyQl9LiU.

El gobierno de Michelle Bachelet habría autorizado el funcionamiento de la mentada termoeléctrica perteneciente a la megaempresa estadounidense AES Gener, en un área verde. Esto a pesar de que la Contraloría General de la República había resuelto que Campiche no se podía instalar en ese lugar. Lo mismo habría opinado la Corte Suprema de Justicia: en un área verde ni en sueños se puede instalar una termoeléctrica. Lo inquietante es que la Comisión Regional de Medioambiente (COREMA), en conocimiento de estos antecedentes, se habría alineado con el Gobierno de Bachelet para pasarse la institucionalidad por su mejor parte.

El problema es que son las instituciones las que hacen evidente el vínculo dinámico entre el mercado, las oportunidades (cuando son universalizadas), las fuerzas políticas en juego y los procesos sociales y culturales. Y en el contexto chileno y latinoamericano la construcción de organizaciones e instituciones se ha dado –muchas veces- en función de los intereses de las elites, independiente del color político del gobierno de turno. Porque en este caso se habla de funcionarios de absoluta confianza de la Presidenta Bachelet torciendo el Estado de Derecho, para dejar pasar el Lobby en una secuencia poco ética de operaciones político-financieras. Y aquí la frase favorita chilena de que “las instituciones funcionan”, obviamente es correcta; las instituciones funcionan, pero en favor del negocio de las elites. Y a la perfección. La solución legalista habría sido la publicación del Decreto Supremo 68, promulgado el 31 de Diciembre de 2009, por parte del Ministerio de Vivienda y Urbanismo, el cual modifica la Ley Urbanística Nacional con relación al Uso de Suelos para Fines Productivos. Mosciatti, con tono molesto, remata definiendo esta operación como un acto de sastrería política, donde la modificación legal consiste en una suerte de “traje a la medida”.  Pero, en este caso, un traje perfecto para la oscura corporalidad de los gringos de AES Gener.

Con relación a la parte más débil de la historia, la Municipalidad de la comuna de Puchuncaví se habría opuesto al proyecto. Sin embargo, a los pocos días -de manera surrealista- el Consejo Municipal se habría reconvertido y mostrado aquiescente con la noble iniciativa norteamericana, gracias a generosos aportes a sus agradecidas arcas municipales. Es sorprendente que ni la comisión de la cámara de diputados mandatada para investigar este contubernio haya funcionado en modo alguno. Ni los responsables políticos de aquel entonces, Patricia Poblete (ministra de vivienda), Edmundo Pérez Yoma (ministro del interior, pero vicepresidente de la república en aquel momento), ni la propia ex - presidenta han dado explicaciones al respecto. Se sabe que AES Gener, a través del embajador norteamericano en Chile, Paul Simons, llevó a cabo fructíferas conversaciones con el gobierno chileno destinadas a lograr la aprobación del negocio. De estas conversaciones no se habrían escapado ni las carteras ministeriales de Minería y Medioambiente. Todos alineados y obedientes ante el poderoso capital del gigante del norte. De la presidenta para abajo.

Pero, pasando a la vereda del frente, se reconoce en esta historia la participación del estudio de abogados de AES Gener, donde operaba Rodrigo Hinzpeter antes de ser el actual ministro del interior del gobierno de Piñera. También la presencia de la empresa lobbysta AZERTA de Cristina Bitar; ambos -junto a otros- son los mismos niños bonitos de la derecha chilena, vinculados hasta el cuello con el actual gobierno que acaba de aprobar hace pocos días el funcionamiento de la termoeléctrica a carbón Castilla (ver http://www.elmostrador.cl/sin-editar/2010/10/07/la-llegada-de-cristina-bitar-a-la-termoelectrica-castilla/).

Todo este rápido recuento de Mosciatti deja en evidencia que los principales sectores políticos chilenos, ya sean oficialistas o de oposición, se encuentran sin mínimos roces en el difuso terreno de los intereses económicos del momento. Sin embargo, la pregunta es qué les pasa a los chilenos cuando –como respuesta- toman plácidamente palco ante el feliz cierre del negocio. O, al menos, la incomodidad no los mueve ni un milímetro de sus butacas. Pareciera que los dueños de la billetera y del lobby, más que generar rechazo en la ciudadanía, hacen secretar copiosamente adrenalina producto de la admiración. Desde afuera da la impresión de que la base social no trata organizadamente de generar un proyecto-país a largo plazo, sino que inyecta toda su energía existencial (y su propia individualidad exacerbada) en tratar de recibir algún trozo del pastel que la fiesta de la elite económica deja a los quintiles inferiores de la población. Cuando no se tiene –individual o colectivamente- injerencia en la vida pública, en la vida que concierne a todos, la vivencia de desempoderamiento político emerge y se redirigen los intereses de las personas hacia la dimensión privada de la supervivencia económica y del deseo de alcanzar un estatus social eminentemente personal.

Es cierto que la crisis de representatividad generada por el sistema binominal implementado por Pinochet, es en parte responsable de la creciente inmovilidad política de la sociedad chilena. Pero, a estas alturas ya no quedan dudas de que ninguno de los sectores políticos que compiten periódicamente en elecciones hace 20 años, haya padecido insomnio por el binominalismo chileno. El cálculo electoral es más seguro y se evitan así los comportamientos impredecibles de la base social, cuando ésta –en toda su diversidad- se empodera y se hace protagonista de su propio destino. Imaginar a Chile cambiando la Constitución pinochetista, derogando el sistema binominal (también pinochetista) y poniendo por delante la lucha por los derechos políticos, económicos, sociales y culturales, parece ser el guión de una buena novela de política-ficción. Para una gran mayoría de chilenos el modelo capitalista neoliberal se transformó en una verdad absoluta, inamovible e incuestionable, evidenciándose con ello la manera en que en una cultura un mito, una creencia ilusa, puede llegar a vestirse de certera realidad.

No es de extrañar que la derecha se regocije con esta suerte de engaño; pero, que la izquierda chilena haya retirado de su análisis y de su acción política el cuestionamiento al mito que ubica al modelo económico chileno -apenas regulado- como la única forma de desarrollo posible, explica en gran medida la suerte de colusión política observada en el negociado de las termoeléctricas. Siempre debimos sospechar de aquella clase política que temblaba ante la posibilidad de arremeter críticamente contra la ilusión neoliberal. Así como de esa clase política que abandonaba el sano ejercicio de construir nuevas ideologías políticamente empoderantes. Pero, éramos niños maltratados y cansados sobrevivientes de la prepotencia militar de los años 70 y 80. Nos mandaron para la casa y/o anestesiaron nuestros sueños de un mundo mejor con la morfina de la tarjeta de crédito y de la capacidad de consumo. Nos desclasaron y nos vendieron la consigna de que el futuro del país es fruto del espíritu emprendedor, individual e innovador. Que la política era para los políticos y que nuestra función en ese escenario era periódica y disciplinadamente sufragar, sin osar hacer de la crítica una molesta costumbre.

Y mientras nos fuimos a ver cómo sobrevivíamos, cómo hacíamos para cambiarnos a un barrio “mejor”, mientras nos vestíamos con la moda del éxito económico individual y hablábamos con la papa en la boca, se nos olvidó que el país es de todos; de aquellos que lo construyeron y que ya no están; de aquellos que sí están, pero que el futuro de sus nietos es sólo una entelequia de la cual no se es responsable; de aquellos que aún no están, pero que probablemente heredarán de los que sí están ahora un mundo más miserable.

Romper el mito neoliberal no es sólo una exigencia moral, sino un imperativo de justicia. Cierto movimiento telúrico se está produciendo, no sólo en la configuración geológica chilena, sino que en la conciencia social y política de sus nuevas generaciones. Sin embargo, Mosciatti no exagera. Lo de las termoeléctricas fue un gol de mitad de cancha. Realmente, los niños bonitos de la sociedad chilena, con un buen espaldarazo gringo, nos pasaron sin asco y por enésima vez “gato por liebre”.

viernes, 7 de enero de 2011

De la Impotencia del Pueblo al Contrapoder Social ¿Fin del Rebaño en Chile?


Para muchos la propia impotencia, esa compleja emoción asociada a la falta de poder para dirigir o modificar el curso del destino, se está transformando en una rabia subterránea. En este caso, me refiero a la exasperación social, a la indignación ética y política. Es una rabia que se mastica soterradamente, pero que tiene sus días contados en cuanto a su permanencia bajo tierra. Porque desde la geología hasta el mentado psicoanálisis y la sociología –así de amplio el abanico disciplinar- ha existido el consenso de que la acumulación de fluidos, de gases, o bien, de energía psíquica o social, en algún momento ejerce su presión hacia afuera, hacia la superficie, irrumpiendo a borbotones o bajo la súbita forma de una erupción. El descontento individual puede llegar a ser colectivo y, en condiciones especiales, transformarse en contrapoder social.

La impotencia y la rabia consiguiente siempre han connotado más rebeldía que sumisión. Y me alegro de que sea así. En la política, así como en la vida misma, es de suma importancia considerar esa diferencia. Una cosa es estar amarrado de manos y desear romper las ataduras y otra es dejar de forcejear contra las cuerdas o encontrar hasta cómodo –es extraño el ser humano- el nudo apretando las muñecas.  La disyuntiva ahora obliga a mirar al contrapoder social o al “pueblo”, auscultando su eventual orientación insumisa o su grado de mansedumbre. Porque la elite política concertacionista ya dio suficientes muestras de docilidad política dejando intacto el modelo económico heredado por la dictadura. Y en el actual modelo neoliberal, la docilidad social y política es un delicioso banquete para la digestión de la derecha chilena. Como la bucólica vista del patrón de fundo cuando ve pasar, en el hall de la puerta señorial, su ordenado rebaño de corderos o su corral de pavos arribistas.  Eso lo aprendimos a punta de sangre y a culatazos de fusil sedicioso.

En un futuro no muy lejano, quizás ya no sea la actual elite política opositora la que realice una defensa efectiva de los derechos sociales y políticos conquistados, sino que el pueblo de Chile, esa misma base popular  organizada que en 1990 fue enviada para la casa por la precaria transición concertacionista. Pareciera que la base social está despertando de esa modorra que la convirtió en una masa de ciudadanos consumidores durante más de veinte años. De esa metamorfosis de la cual muy pocos se escaparon y que ahora, ante el extenso listado del accionar derechista que declama malos versos de eficiencia, está comenzando a sobrepasar los laxos límites de tolerancia que erigieron chilenas y chilenos durante tantos años.

Al menos perplejidad le producirá al más indolente la clausura de centros contra la violencia a la mujer por “falta de casos”, como si fuesen departamentos comerciales de un retail o la reducción de las horas en las asignaturas de historia y educación cívica, menguando la capacidad crítica de millones de niños y jóvenes chilenos. Algo extraño experimentará hasta el más distraído cuando se entere de que Cencosud lucró descontando impuestos por mercaderías que donó tras el terremoto de Chile, para luego cobrar por ellas. Alguna incomodidad generará que la compra de materiales para la reconstrucción haya sido adjudicada por el gobierno derechista –entre cuatro paredes- a tres empresas líderes del rubro, las que incluso subieron el precio de algunos productos. Un poco de vertigo o confusión sentirá aquel que vea como Piñera pretende privatizar el agua de todos los chilenos, proceso que comenzaron Frei y Lagos. Sí, Ricardo-Lagos-Escobar: el mismo que apuntó con el dedo en televisión al dictador chileno. El listado es largo y abrumador, a pesar de que aún no completa un año este negociado a destajo que se llama “nueva forma de gobernar”.

El problema para Piñera y para los grupos económicos que exudan festivos su flamante alternancia en el poder (y también para algunos neoliberales en lo económico con discurso de izquierda), es que el pueblo chileno está comenzando a hacerse –ahora con más frecuencia- preguntas de mayor profundidad. La subordinación del pueblo chileno ante el actual desmantelamiento del reducido bien público que disponíamos a pesar de más de treinta años de fiesta neoliberal, la sumisión de ese mismo pueblo que puso el 17 de enero de 2010 a la plutocracia en el poder, constituye un capítulo sociopolítico de la historia chilena que en algún momento debiese concluir.

Muchos se están cuestionando cómo, por las legítimas razones que hayan esgrimido, pudieron deslumbrarse con la mediocre poesía del multimillonario. Otros nos preguntamos cómo pudimos pasar por alto que el proyecto concertacionista no tenía, ni por si acaso, interés en transformar –por la vía política- este modelo de desarrollo económico inhumano y despiadado, como también que más tarde iba a defender con uñas y dientes el regreso de Pinochet a Chile, tras su detención en Londres. Como si la elite política a diestra y siniestra se hubiese puesto de acuerdo, después de las sesiones televisadas, en ocultar el hedor genocida que emanaba el dictador y en felicitarse de sus asépticas reformas con sabor a caviar.  Si no se trata de una suerte de sumisión voluntaria y consciente (cosa que daría escalofríos) que raya en el nihilismo político o en una vocación cuasi religiosa de corte inquilino, la visión de una masa ovina complaciente sería sólo una mala quimera de un empresario apoltronado en La Moneda, embriagado de feudalismo decimonónico.

Y esto, debería dejar lecciones éticas y políticas para todos. Con la compleja emoción de la impotencia no se juega. Nunca.  

martes, 30 de noviembre de 2010

La Crisis Política en Honduras: Del Espejismo a la Realidad Descarnada


La tarde del 26 de Octubre de 2010, el Instituto de Estudios Latinoamericanos de la Universidad Libre de Berlin fue protagonista de la visita de los jueces hondureños destituidos, Tirsa Flores Lanza y Guillermo López Lone. Hasta ese momento, la mayoría de los estudiantes del área de ciencias políticas allí reunidos, desconocíamos a estos dos abogados que habían puestos sus pies en la capital alemana. En una inquietante reunión, ambos juristas expusieron acerca de los atropellos a los derechos humanos que actualmente se cometen en ese país centroamericano, tras el golpe de estado perpetrado el 28 de Junio de 2009, contra el Presidente Manuel Zelaya. La atmósfera se vio enrarecida por la insólita y no anunciada presencia de un joven representante de la Embajada de Honduras en Berlin, que se instaló silenciosamente entre los estudiantes.

Que la historia se desarrolle con un carácter cíclico quizás para muchos no constituya ninguna novedad. Y tampoco que -en Latinoamérica- los procesos de construcción democrática hayan sido interrumpidos innumerables veces por la sedición castrense, al amparo de los intereses de la derecha política y económica. Desde el golpe militar de 1956, Honduras ha visto desmoronarse los persistentes esfuerzos progresistas y democráticos que han emergido en ese país. Luego de algunos fallidos intentos golpistas, en octubre de 1963 los militares volvieron a asestar una cruenta estocada al corazón del complejo sistema democrático hondureño. Esta vez las consignas uniformadas emanaban un marcado hálito anticomunista, dejando a su paso un impactante curriculum de casi tres mil personas asesinadas. Esta antesala histórica, que Flores Lanza y López Lone nos mostraban a quemarropa, antecedía al testimonio referido al golpe militar del 2009.

En los años 90 aparece el primer partido de izquierda en Honduras, emergiendo además diversos movimientos contestatarios organizados; estos procesos políticos abrirían en este país una importante fisura en su imagen histórica de retaguardia contrarrevolucionaria, de corte oligárquico y proestadounidense. En el año 2006, triunfa en las elecciones Manuel Zelaya Rosales, del Partido Liberal hondureño. Y para sorpresa de muchos, lo que parecía ser un proyecto de continuidad comenzó a experimentar un inédito viraje hacia la izquierda. El abaratamiento en la importación de combustibles en desmedro de las transnacionales, el aumento del salario mínimo en un 60%, la incorporación de Honduras al ALBA (Alianza Bolivariana para los Pueblos de Nuestra América) y al Programa Petrocaribe, además del planteamiento de reformar la Constitución, entre otras medidas, provocarían un fuerte escozor dérmico en la reactiva oligarquía hondureña, en los intereses económicos internacionales y en el gigante del norte.

El efecto testimonial del relato fue como si nos expusieran ante un clarificador cable de Wikileaks. Es decir, nos hizo comprender que con la asunción de Porfirio Lobo Sosa, en la eleción postgolpista del 29 de Noviembre de 2009, Honduras no había regresado a sus cauces democráticos, ni había restablecido a plenitud el estado de derecho. Entiéndase por esto último la protección de los derechos fundamentales, la independencia de los tres poderes del Estado, el imperio de la Ley y el control de los actos gubernamentales por parte de instituciones legitimadas para ello. En este contexto, se presume el asesinato político de 120 personas y, desde enero de 2010, se reportan ocho periodistas opositores ultimados. Asimismo, jueces (entre ellos Tirsa Flores y Guillermo López) fueron removidos de sus cargos -sin un debido proceso- por oponerse a un golpe militar que consideran inconstitucional y por haber interpuesto un recurso de protección a favor del presidente democrático derrocado.

Dos días después del golpe militar, el Congreso Nacional se reúne y elige a Roberto Michelletti como nuevo Presidente, con la venia de la Corte Suprema de Justicia, de las autoridades de la Iglesia y del Fiscal General. Se sabe que en esa sesión, no fueron convocados los parlamentarios afines a Manuel Zelaya. Por otra parte, los juristas señalaban que la elección posterior de Porfirio Lobo se había realizado sin ningún control de observadores internacionales, ni con la debida vigilancia interna. Esta situación pone en tela de juicio la legitimidad de un nuevo gobierno que todo el mundo dio por sentada. Una legitimidad que ha sido respaldada por Estados Unidos y por la Unión Europea y ante la cual la izquierda chilena ha mantenido un silencioso, pero ya conocido recato.

Afortunadamente, las fuerzas democráticas y progresistas de Honduras han presentado una creciente organización política y social, desde el primer momento en que su institucionalidad fue socavada. La persistencia de la Asociación de Jueces por la Democracia y de distintas organizaciones políticas, sociales y culturales, muchas de ellas reunidas en lo que hoy se denomina Frente Nacional de Resistencia Popular, se erige como un ejemplo incluso para muchos países latinoamericanos que se muestran autocomplacientes con sus propias condiciones antidemocráticas. Llama la atención el notable nivel de organización que han desarrollado las mujeres hondureñas, siendo un sector profundamente golpeado hasta el día de hoy. A pesar de la represión, de los insultos, de las violaciones y de la agresión física por parte de servicios policiales y de seguridad, las mujeres hondureñas –provenientes de diferentes espacios y contextos- se han organizado en un frente amplio, agrupando diversos sectores, como es el caso de Feministas en Resistencia.

En la actualidad, la Corte Penal Internacional ha decidido investigar la posible comisión de crímenes de lesa humanidad en Honduras. Asimismo, en otros ámbitos se ha empezado a analizar la responsabilidad de EEUU y de la UE en el origen y desarrollo de la crisis política hondureña, especialmente el rol directo o indirecto de la fundación alemana Friedrich Neumann Stiftung en el cauce de este proceso.  La pregunta es si las fuerzas progresistas latinoamericanas (y en lo que a mí concierne, la izquierda chilena) dirigirán su mirada con intensidad suficiente –y a la altura de su papel histórico- hacia la situación política hondureña. Me refiero a salir de su autorreferencia y comprender que los propios procesos de evolución política se encadenan con contextos mayores, como lo son Latinoamérica y, finalmente, el escenario global.

La pregunta es relevante si se piensa que el restablecimiento democrático en Honduras, luego del reporte de Tirsa Flores Lanza y de Guillermo López Lone, pareciera ser un espejismo instalado. Y los espejismos políticos finalmente terminan agotando la paciencia del contrapoder social. A los que presenciamos el testimonio de ambos juristas aquella fría tarde berlinesa, nos queda la interrogante acerca del futuro de Honduras y de la capacidad de respuesta de la izquierda latinoamericana. Interrogante que también debiera plantearse privadamente el joven funcionario de la Embajada de Honduras, quien fue enviado desde Tegucigalpa -como informante- para acusar un testimonio que, finalmente, devela nuestra propia ignorancia e irreverencia política.

jueves, 21 de octubre de 2010

El Perverso Arte de la Distracción y de la Pirotecnia Política


Yo no sé qué hubiese pasado si en los primeros días del mes de Octubre de 2010 hubiese muerto -por inanición- alguno de los comuneros mapuche que se encontraban en huelga de hambre en Chile. Se trata del escenario político y del imaginario de millones de chilenos, de miles de mapuche y de innumerables seres humanos situados en otros lugares del orbe, que hubiesen sido fuertemente impactados por una desgracia de esa índole. Finalmente, ninguno falleció y aunque los compromisos de acción establecidos en las negociaciones con los representantes de los comuneros en huelga fueron suficientes para detener la renuencia de ellos a ingerir alimentos (deponer la huelga), no parecía -en la semanas previas- que se le asignase un valor superior a la vida de cualquiera de ellos. Prevalecía el temor al desastre de la imagen-país y a la airada reacción de la opinión pública (nacional y mundial), que hubiese devenido ante la famélica muerte de un peñi (1), de un weichafe (2) o de un comunero mapuche movilizado de tan extrema forma.

La política, cuando pierde sus nobles derroteros, tiene entre muchas de sus cualidades una profunda y compulsiva tendencia a generar distracción entre las personas, especialmente cuando el tejido social no presenta niveles suficientes de organización sociopolítica. La cortina de humo generada por la combustión mediática impulsada desde La Moneda (instrumentalizando la tragedia minera), no sólo procuró desatender la dolencia crónica de la seguridad laboral de millones de trabajadores de Chile. También se buscó desperfilar -con unos niveles de inhumanidad sobresalientes- la tragedia de la justicia chilena, aquella dirigida con una inmoralidad calculada hacia los mapuche, allá en el sur de Chile. Es extraño que un país se embriague de patrioterismo y de farándula, cuando la catástrofe de los 33 mineros rescatados debiese redirigir las miradas hacia las condiciones de desprotección de los trabajadores y poner en tela de juicio el modelo de desarrollo neoliberal que privilegia el capital en desmedro de la fuerza de trabajo.

Es igualmente patológico encontrar normal que en los procesos penales contra los comuneros inculpados se utilicen testigos encubiertos para que declaren contra ellos, sin que tengan finalmente la obligación jurídica de decir la verdad, ya que si mienten (sea por venganza, sea por intereses particulares) no se les podría acusar de falso testimonio. Y aquí el escenario se vuelve inquietante. Es común encontrarse -entre aquellos que auscultan este tipo de acciones penales- con la hipótesis de una perpetración planificada de montajes, donde estarían incluso coludidos fiscales y policías. La epifanía de ofrecer “pan y circo” al pueblo implementada en la antigua Roma no se distingue mucho de la dantesca parafernalia mediática, calculada desde el sillón de O’Higgins para encubrir la miseria social y resguardar los intereses neofeudales de las elites económicas chilenas.

En el terreno de la política, muchas veces nos encontramos con que la calidad de vida y la vida misma presentan un estatus inferior, supeditándose éstas al temor que los poderosos experimentan ante la inminencia de perder el apoyo ciudadano o la adhesión popular. En muchos casos, la mantención del poder político y/o económico ha sido un imperativo superior al de la vida humana. Tras 80 días de huelga de hambre, el Gobierno y el parlamento chileno aún no podían resolver la modificación de la Ley Antiterrorista, a pesar de la posibilidad cierta de muerte de algún huelguista y de que la elite política haya tenido durante años el tiempo suficiente para dirigir su mirada hacia esa Ley, además de hacerse cargo de esta normativa -a todas luces injusta- creada en los tiempos de la dictadura de Pinochet. Pero, faltó el desliz de salón, el traspié de la Democracia Cristiana chilena al no alcanzar a inscribir a sus candidatos en las elecciones parlamentarias del año 2001, para que todo el Congreso Nacional en menos 48 horas hiciera carambolas para reparar la inscripción a destiempo. Por centésima vez, los asuntos de poder fueron impostergables.

El arte de la distracción resulta, entonces, un recurso antiguo del ejercicio disfuncional del poder. Mientras que aquí en Europa se miraba con extrañeza al presidente latinoamericano que circulaba por estas latitudes blandiendo el papelito emblema que lleva grabado el feliz mensaje de supervivencia de los 33 mineros, también muchos se han comenzado a preguntar acerca de qué verdades podrían ocultarse en el reverso de la histórica misiva. Poco hace presagiar que al girar la preciada epístola surja con clara caligrafía la decidida intencionalidad política de avanzar hacia una mayor igualdad, libertad y fraternidad. Es muy probable que se intente estirar al máximo el elástico de la distracción, de la serpentina y de la pirotecnia. El problema es que en algún momento el carnaval se acaba y los comensales embriagados se van para la casa. Entonces, sólo queda el trabajador de la limpieza encargado de la titánica labor de lidiar con todas esas toneladas de basura patriotera. Y todo por un par de chauchas (3) y con el desesperado deseo de no encontrarse entre los desperdicios con el famoso papelito, ese que nunca lo distrajo, que sólo le recuerda su exclusión social y que ahora, luego de los festejos y de las diáfanas lágrimas de emoción, no sirve absolutamente para nada.


(1) Peñi. "Hermano", en mapuzungun, lengua del pueblo mapuche.
(2) Weichafe. "Guerrero", en mapuzungun.
(3) Chauchas (o pocas monedas). Modismo chileno que alude a un pago insuficiente, de poco valor, con relación a la calidad y cantidad de trabajo realizado a cambio.

viernes, 3 de septiembre de 2010

Anomalías en el Umbral de Sensibilidad: Neurofisiología de la Decadencia de la Cultura Social y Política Chilena


Tengo un recuerdo recurrente de mis tiempos de secundaria en la ciudad de Temuco, en el sur de Chile. Una clase de biología en el último período de la jornada escolar. Era un día de protesta y podíamos oír entrelazarse las voces de insurgencia contra la dictadura militar, con la detallada explicación que el profesor desarrollaba sobre el concepto psicofísico de umbral de sensibilidad o de excitabilidad.

Ya sea en el ámbito visual, auditivo, olfativo o táctil, comenzamos a comprender que en los sistemas sensitivos un estímulo debe presentar una magnitud o una velocidad mínima para generar una reacción neurofisiológica denominada "impulso nervioso". Bajo ese punto mínimo de estimulación, es decir, umbral de sensibilidad, no se generaría ninguna reacción nerviosa. En tal caso, el estímulo -aunque integrante de la realidad del entorno- no alcanzaría a ser procesado por los niveles superiores perceptivos; en otras palabras, no alcanzaría a emerger en la conciencia. Entonces, concluíamos que si un estímulo no alcanza el umbral de sensibilidad, subjetivamente no existe.

Los comentarios acerca de ejemplos concretos de este fenómeno irrumpieron con prontitud. Cuando se entra a una habitación con muy poca ventilación el impacto de los olores de su interior es notorio, aún más si éstos son desagradables. Sin embargo, luego de un tiempo de exposición es posible que esos olores desaparezcan del campo de conciencia. Todo depende de la intensidad y de la variación del estímulo. Es decir, el umbral de sensibilidad puede modificarse dependiendo del grado de estabilidad de la estimulación. Sólo basta salir de la habitación y reingresar a ella para volver a ser impactado olfativamente, de manera diferente a la sensibilidad que se tenía un segundo antes de salir del lugar. Otra vez -pensábamos- el umbral de sensibilidad determinaba la presencia o ausencia de una experiencia concreta. Otra vez la magia de la neurofisiología.

Hace unos meses resido en Berlin y ese recuerdo me ha acompañado incluso al otro lado del charco. Al abandonar Chile, aquella reminiscencia hizo que sintiera que mi propia emigración fuese como despedirme de una habitación con un aroma particular. Y también pensar que la cultura de cada país tiene un umbral de excitabilidad característico, frente a sus propios procesos históricos, ya sean sociopolíticos, económicos y culturales. Chile tiene un umbral de sensibilidad altísimo frente a hechos traumáticos de su historia y eso es inquietante. Los chilenos somos capaces de negar, con una indolencia lamentable y patológica, períodos recientes de la historia caracterizados por desapariciones forzosas, torturas, asesinatos y el exilio de cientos de personas; sucesos traumáticos que, además, destruyeron a familias completas y dañaron seriamente nuestra psique cultural y nuestra dignidad moral.

¿Cómo surge y se desarrolla la ética social? Mientras los niños berlineses son llevados al campo de concentración Sachsenhausen, situado en Oranienburg, un pequeño pueblo ubicado al norte de Berlin, con el fin de conocer una parte de los horrores del holocausto nazi, en Chile la educación y los medios de comunicación masiva ocultan intencionadamente a nuestros niños y adolescentes los sucesos espantosos acaecidos durante la dictadura militar. Es probable que en la actualidad, el niño berlinés, impactado por las imágenes infernales de las cámaras de gas y de los crematorios por donde cinco millones personas encontraron la muerte, aprenda con dolor -pero, con elevada empatía- el incorruptible valor de los derechos humanos y desarrolle una visión profundamente humanista de la existencia y de la vida social.

Al contrario, en Chile muchos niños y adolescentes desconocen los atropellos a los derechos humanos que hoy viven diariamente minorías sexuales y grandes sectores desfavorecidos legal y socioeconómicamente; no saben de la represión política (policial), ni de los montajes perpetrados contra los mapuche que reivindican sus tierras ancestrales y padecen de la Ley Antiterrorista; ignoran la situación de vulnerabilidad medioambiental del territorio ante la acción depredadora de empresas nacionales y transnacionales; no dimensionan la política de despidos ideológicos -que se ejecutará en diciembre de 2010- de miles de funcionarios públicos chilenos, por una derecha que no entiende la diferencia entre la función de un trabajador del Estado y otro del gobierno de turno.

El contraste entre un niño y otro será determinante para el futuro de ambas naciones. Mientras uno levantará la voz contra toda forma de exclusión social y de vulneración de los derechos fundamentales, otro saldrá al mundo con una indolencia política y social sorprendente, sin una memoria histórica que regule su conducta moral y con una percepción de que la dignidad de la vida de todo ser humano es sólo un privilegio para unos pocos. Esto último es lo que ocurre cuando ante la fetidez de una habitación nos volvemos finalmente insensibles; empezamos a encontrar normal el hedor de sus paredes, evadiendo el hecho de que la fuente de las emanaciones proviene del cadáver de nuestra propia ética social. Transformar políticamente la tragedia de los mineros del norte en un bochornoso reality show, en lugar de debatir y legislar seriamente acerca de la seguridad laboral de los trabajadores de Chile, es un síntoma más de la decadencia de la cultura política y social chilena.

La responsabilidad política ante esta vergonzosa situación recae en todos los chilenos, pero por sobretodo en la elite política. Y bajar el umbral de sensibilidad constituye un imperativo sociopolítico de suma relevancia. Quizás se considere idealista esto que voy a decir, pero me gustaría que algún día todos nos pusiéramos de acuerdo sobre lo indigno e insalubre que es vivir entre tanta fetidez. No me canso de pensar que en esta habitación que compartimos es urgente que abramos todas las ventanas, para que entren nuevos aires de dignidad social y de evolución cultural en el Chile de hoy. Por último, por el respeto que debemos a nuestros muertos.

martes, 24 de agosto de 2010

Homofobia en Chile: Cultura política de exclusión y conservadurismo de izquierda


Hace menos de un mes, transitando por calles de otras latitudes del orbe, me encontré con el revuelo que había provocado la propuesta del socialista chileno Fulvio Rossi, acerca de extender -en Chile- la opción del matrimonio civil a relaciones entre personas del mismo sexo. Dentro de esta misma polémica, surgieron también las declaraciones de Osvaldo Andrade, presidente en ejercicio del Partido Socialista de Chile, quien señalaba que la sociedad chilena no estaba preparada para aceptar propuestas de esta índole. Para ello cito el link del diario electrónico El Mostrador (http://elmostrador.cl/noticias/pais/2010/08/04/progresistas-pero-no-tanto/), donde se encuentra una nota más detallada acerca de la propuesta de Rossi y de la controversia producida. En esta discusión entra en juego el cuestionamiento al carácter de progresista de la izquierda chilena (en este caso, al interior del PS), además de emerger la pregunta acerca del significado del concepto de progresismo en Chile y de su relación particular con los diversos procesos de inclusión y exclusión social observables en este país latinoamericano.

Es probable que la sociedad chilena sorprendería al señor Andrade, con respecto de lo preparada que está para muchas cosas. Asimismo, a otros sorprendería la emergencia de argumentos adversos a la proposición legislativa de Rossi, que aluden a un eventual golpe mortal a la estructura familiar tradicional, al carácter de trastorno mental que tendría la homosexualidad e, incluso, a floridas equivalencias entre la orientación homosexual y fenómenos patológicos como la pedofilia, la zoofilia y la necrofilia. Estos argumentos construidos a punta de volteretas lógicas, de imposición dogmática y de una autocomplaciente ingnorancia, no sólo representan en la cultura chilena -y en una parte de su izquierda sociopolítica- una abierta expresión de homofobia, conservadurismo y un reducido respeto a la diversidad y a la vida de las personas. También ocultan un bajo nivel de reflexión acerca de las multiples condiciones y realidades de exclusión social presentes en Chile, no sólo en su clase política, sino que incluso en los bastiones de izquierda de la política chilena.

Extender la figura del matrimonio civil a relaciones entre dos adultos del mismo sexo, que por mutuo consentimiento y en libre conciencia, opten por esta alternativa hasta hoy privativa a la orientación heterosexual, constituye un grano de arena más en la lucha contra toda forma de exclusión política, jurídica, económica, social y cultural. Así como ya se levantan tímidamente algunas voces solidarias hacia la vergonzosa situación en que se encuentran los presos políticos mapuche en huelga de hambre y la aplicación de la Ley Antiterrorista de Pinochet, también debiesen esgrimirse con fuerza los argumentos inclusivos y democratizadores de Rossi, en un terreno tan controversial como el matrimonio civil. Quizás, ante la ausencia o dispersión de paradigmas orientadores de la reflexión y acción política de las fuerzas democráticas y de izquierda chilenas, debiese florecer con vigor la dicotomía dialéctica inclusión/exclusión social, como instrumento de análisis político y de discusión valórica. Y eso es tan necesario como el aire que entra en los pulmones. La izquierda chilena debe estar atenta a los diferentes grados y magnitudes de fascismo sexual, racial o cultural que pueden surgir en su seno, además de enarbolar como primer paradigma la lucha contra toda forma de exclusión social en Chile y en todo el planeta.