Epígrafe Fronterizo

"El peor analfabeto es el analfabeto político. No oye, no habla, no participa de los acontecimientos políticos. No sabe que el costo de la vida, el precio de los garbanzos, del pan, de la harina, del vestido, de los zapatos y de los remedios dependen de decisiones políticas. El analfabeto político es tan burro que se enorgullece y se ensancha el pecho diciendo que odia la política. No sabe que de su ignorancia política nace la prostituta, el niño abandonado y el peor de todos los bandidos que es el político corrupto, mequetrefe y lacayo de las empresas nacionales y multinacionales"

Bertold Brecht

lunes, 24 de junio de 2013

La Hegemonía Alemana y los Mitos de la Dominación


Fotografía de Rodrigo Pastor Pensa

Hace unos días leí, por recomendación de un amigo chileno, un artículo de Ignacio Ramonet, publicado en Le Monde Diplomatique, titulado “La Coacción Alemana”. El texto de Ramonet se desliza entre una descripción de la hegemonía económica germana en el escenario europeo (especialmente sobre los países del sur del viejo continente), la germanofobia que se estaría suscitando entre sus socios de la Unión Europea (incluyendo a Francia y al foráneo Reino Unido) y una mención a declaraciones que han realizado algunas autoridades políticas alemanas, respecto de eventuales causas culturales a la base de la crisis: pereza, despilfarro y corrupción, entre otros epítetos dirigidos a los pueblos europeos más socavados económicamente y estrangulados por las exigencias de austeridad emanadas desde Berlin.

Es probable que Alemania se erija, por su indiscutido éxito económico, en una suerte de barrio alto en la Europa del Siglo XXI. Con humor negro Ramonet cita una columna de Georg Diez, publicada por el semanario alemán Der Spiegel (11.11.2011), quien -en alusión a la actual conquista económica germana- comienza diciendo: “Alemania ganó la Segunda Guerra Mundial la semana pasada”. Quizás la autoestima alemana, aunque parezca soterrada, esté tomando magnitudes siderales entre su fauna política. Mientras atribuyen a la pereza, a la parranda y a la corrupción el desplome de los países que bordean el Mediterráneo, obviamente que pensarán lo contrario de sí mismos.

Esa suerte de xenofobia disfrazada de antropología cultural es más vieja que el hilo negro. Recuerdo que en un almuerzo en un casino de la Freie Universität Berlin, comentábamos –entre colegas alemanes y latinoamericanos- sobre el caso del entonces ministro de defensa alemán Karl-Theodor zu Guttenberg, quien fue acusado de haber plagiado su tesis de doctorado, lo que tomó ribetes de escándalo y desencadenó su estrepitosa renuncia. “Lo que pasa es que nos estamos latinoamericanizando…” –señaló muy suelta de cuerpo la colega alemana sentada a mi lado, para luego percatarse avergonzada de la estupidez de su afirmación. Lo interesante de ello fue la espontaneidad con que mi colega profirió esa idiotez, que de paso casi nos arruinó el almuerzo. Como diríamos en Chile: “le salió del corazón”. Es que lapsus linguae como aquellos no son menores. La atribución peyorativa a causas culturales es el dispositivo más popular utilizado para invisibilizar algo mucho más perverso: la legitimación de la dominación.

Lo que debe saber el ciudadano de Atenas, Lisboa o Madrid, que acusa de nazi a la canciller alemana Angela Merkel, es que detrás de la señora del Reichstag están las corporaciones transnacionales y los grupos económicos locales celebrando el verdadero festín. Y digo “transnacionales” porque para el saqueo no hay fronteras nacionales que valgan. Estas entidades maniobran en un nivel muy diferente al que opera la clase política, la cual ha legitimado e institucionalizado el desvalijamiento de naciones completas. En la monserga de caracterizaciones culturales, no hay ladrones responsables de la debacle que sonríen en la revista Forbes, sino que pueblos completos que duermen la siesta o que se rascan somnolientos las bolitas de la entrepierna. Las políticas de austeridad, que me recuerdan la jibarización del Estado que se viene ejecutando en Chile desde la dictadura pinochetista, no es otra cosa que una fase de privatización de bienes y servicios públicos, como antesala a la apropiación a destajo de los recursos de los países.

Mientras usted no le ponga el cascabel al gato, que parece gato, pero su tendencia depredadora sobrepasa los límites de peligrosidad del genoma felino, seguirá haciendo dos cosas: Primero, creer que es la clase política (y no la económica) la última y principal responsable del secuestro y esclavitud de millones de seres humanos. Y, segundo, continuará –como mi colega alemana y sus exabruptos xenófobos- pensando que es la última chupada del mate y que necesariamente existen algunos seres humanos que quedarán fuera de la categoría de “prójimo”.

Y eso, sin lugar a dudas, no es culpa de los alemanes. 

* Publicado en "Bufé Magazín de Cultura" y en "El Quinto Poder". 

martes, 28 de mayo de 2013

Crónicas del Desprecio: Desde el Cinismo al Genocidio en el Orden Social

Obra del pintor mapuche Eduardo Rapimán.

Mi paso por el campo de concentración Auschwitz II-Birkenau, así como el de cientos de miles de visitantes que han transitado por los restos de este centro industrial de exterminio y de horror, se estrella contra cualquier intento de articular lo inconcebible. Sobre él se han escrito miles de libros, artículos y ensayos y nunca será suficiente. Además de ser el cementerio más grande del mundo, se erige como un ejemplo sin precedentes de cómo ejecutar un genocidio organizado. Con los años, las cenizas de los restos incinerados de millones de personas se han confundido con la tierra dulce y adolorida.

Las preguntas, que nunca encontrarán el mínimo atisbo de respuesta, se atropellaban unas a otras en aquella tarde de lluvia en tierras polacas ¿Cómo pudo ocurrir? ¿Cómo podemos llegar a considerar al otro como un ser inferior, a tal grado de encontrar legítimo y deseable el trayecto inexorable y directo hacia su aniquilación? Cualquier respuesta balbucea su pequeñez. Muy rara vez nuestra limitada y autocomplaciente moralidad se ha elevado al nivel de una profunda y descarnada comprensión. Nosotros, los seres humanos, hemos mirado horrorizados el Holocausto nazi, sin dejar de lado un cierto relamido cinismo.

El eufórico triunfo norteamericano sobre el imperio nipón se cimentó sobre la masacre atómica de dos pobladas ciudades japonesas. El avance por el Este de los soviéticos sobre Polonia en 1940 se erigió ultimando, uno a uno y de un tiro en la cabeza, a veintidós mil oficiales, artistas e intelectuales polacos, desarmados y prisioneros, en los bosques de Katyn. La lista pasada y presente es abrumadora. Los distintos órdenes sociales siempre se han consolidado sobre el desprecio de unos sobre los otros, haciendo reverberar la noción foucaultiana referida al antiguo principio de soberanía de “dejar vivir y hacer morir”.  Para repudiar el asesinato masivo de unos y soslayar el de otros, es necesario desarrollar ese laxo relativismo moral, tan presente en la filosofía nazi, en la impronta estalinista (que muchos confunden con el comunismo que pregonaban Lenin y Trotski), en las dictaduras militares y, en la actualidad, en el sofisticado moralismo de nuestras tan preciadas culturas neoliberales.

No importa la escala en que se produzca, el grado en que se realice, los métodos y recursos que se utilicen. Siempre nos vemos enfrentados a la situación excluyente que confina a algunos seres humanos –generalmente, la mayoría- a las categorías sociales destinatarias del desprecio y de la subordinación. El valor de la vida es relativo, dependiendo de la posición social, política, económica y cultural. No hace falta construir otros Auschwitz II-Birkenau para constatar esta tragedia. El patrón del desprecio se expresa a diario, en nuestra indolencia en las calles con las personas en condición de indigencia, en nuestra resignación ante la explotación laboral, en nuestra aceptación del saqueo de los recursos en nuestros territorios y en nuestra admiración abierta o soterrada hacia aquellos saqueadores que sonríen triunfantes en las luminosas portadas de la revista Forbes. El desprecio se hace visible contra las mujeres, pueblos originarios, afrodescendientes, pobres, minorías sexuales, inmigrantes, discapacitados y contra otras categorías despojadas de su dignidad y de su valor social, cultural, económico y político.

En Chile, así como en muchos lugares del planeta, el desprecio hacia el otro está cada vez más cuestionado. La historia de nuestra república está plagada de situaciones, donde la existencia del otro (o de la otra) ha sido destinataria de la muerte o de la lenta y prolongada agonía social. Desde los centros de tortura y exterminio en dictadura, hasta la histórica represión del pueblo mapuche y el desenfreno de un modelo de desarrollo que arrasa con recursos, culturas, personas y comunidades. Perdonen la insistencia: nuestro cinismo se puede estirar hasta el infinito, como el húmedo canto de sirena que primero nos cautiva, para luego estrellarnos contra los gruesos roqueríos de nuestra pobreza moral.

* Publicado en "Bufé Magazín de Cultura" y en "El Quinto Poder". 

jueves, 2 de mayo de 2013

Chile 2013: Apuntes de Gastronomía Electoral



 
Foto de Philine von Düszeln, del Proyecto audiovisual "Aysén profundo" / www.aysenprofundo.cl

Las elecciones presidenciales 2013 en Chile huelen a cocina rancia. Los mesones y hornos parecen limpios; las ensaladeras, ollas, cucharones y cuchillos parecen brillar reflejando la luminosidad que se cuela por las ventanas. Las verduras parecen frescas, enviadas directamente desde bio-huertos y las carnes parecieran provenir de animales criados sin estrés. Pero, “todo parece”. En un país donde es más importante parecer que ser, el dominio de las apariencias hace las veces de recurso político.

La caída del presidenciable del partido de derecha UDI, Laurence Golborne, abre una brecha en ese mito manoseado de las artes de aparentar. Porque, aunque podamos saber a cabalidad algo, tenemos la costumbre de hacer como que no sabemos. Finalmente, la tienda de calle Vicuña Mackena tuvo que reconocer que el candidato de la sonrisa exultante había sido gerente general de holding Cencosud, el artefacto de dominación de Horst Paulmann que -como un matón de cuello y corbata- metía unilateralmente su mano en la exigua billetera de miles de familias chilenas. Golborne respondió como todo lacayo colmado de prebendas: que sólo era un simple directivo y que seguía las directrices del señor feudal. Finalmente, se hizo público su patrimonio millonario no declarado en la Islas Vírgenes Británicas, hundiendo definitivamente su candidatura para dar paso a dos figuras controversiales: a Andrés Allamand y a Pablo Longueira.

¿Qué tienen de controversiales? Allamand y Longueira surgen como los dos saludables platos del menú de la derecha chilena. El primero es cofundador en 1987 de Renovación Nacional, al alero de Sergio Onofre Jarpa. El segundo es el entonces jovencito gremialista que en Chacarillas rindió un caluroso y fascista homenaje al dictador, siendo ungido con posterioridad y por un muy encandilado Jaime Guzmán. Como tenemos el hábito de la amnesia y un desprecio desmesurado por la historia, nos cuesta recordar que estos dos otrora ardientes promotores del “Sí” a la continuidad de Pinochet en 1988, ahora constituyen los más acérrimos defensores del modelo heredado por la dictadura. En términos culinarios, un plato recalentado en las oficinas de pinochetistas nostálgicos, defensores de la Constitución castrense y comisarios de las políticas neoliberales de Chicago.

Sin embargo, la indigestión puede tener otros orígenes. Presionados por las movilizaciones sociales más importantes de los últimos cuarenta años, la oposición al gobierno de Piñera tuvo que revisar la cocina donde diseñan -con apariencia de progresismo- sus recetas neoliberales. Una de las promesas gastronómicas más importantes de Michele Bachelet es una comisión de destacados juristas para la elaboración de una nueva Constitución. El dilema es si esta nueva carta fundamental se elaborará entre las clásicas cuatro paredes o mediante una asamblea constituyente. Esta última posibilidad tiene al socialista Camilo Escalona con el estómago descompuesto. Es que Escalona –para desgracia de las bases militantes del PS chileno- terminó llevándose la palabra “socialista” para la casa. Primero, se opuso a una asamblea constituyente, atribuyendo esta iniciativa a un grupo de entusiastas consumidores de opio. Y cuando la ex-presidenta abrió el flanco a la discusión sobre esta última fórmula democrática (que promueve el jurista Fernando Atria), Escalona furibundo vaticinó la caída estrepitosa de la institucionalidad chilena.

Desde esta perspectiva, el aroma del llamado establishment político denota el uso de ingredientes con fechas de vencimiento caducados. No hay proyectos políticos, sino meros proyectos electorales. Y eso constituye un problema de salud pública para la sociedad y la política chilena. Es como comer comida chatarra durante cuarenta años. Por eso la postulación presidencial del economista y activista político Marcel Claude parece ser un condimento de hierbas finas vertido en los rancios platos de una mesa mal servida. No encaja, no se entiende, incomoda y hasta asusta. Y el sabor transformador de sus ingredientes es muy tentador para nuestro exiguo paladar. Marcel Claude es claro: Asamblea constituyente, nacionalización de recursos naturales, fin de la AFPs, sistema de salud público, reforma tributaria profunda, educación pública, gratuita y universal, entre otras  propuestas muy saludables de digerir.

Muchos esperamos que esta refrescante receta política apoyada por los movimientos sociales chilenos, no sea un golpe nutricional demasiado fuerte para nuestros grasosos estómagos de inquilino. Esto no es broma: póngale ojo y coma bien.

* Publicado en "Bufé Magazín de Cultura" y en "El Quinto Poder".

jueves, 14 de marzo de 2013

Voto chileno en el exterior y la mosca en la sopa



Foto editada por Pablo Ocqueteau.

Es una suerte de exilio político que sobrepasa lo absurdo. Con frecuencia las chilenas y chilenos residentes en el extranjero, ya sea en Berlin, Toronto, Moscú o donde las vueltas de la vida nos haya llevado, vemos como miles de inmigrantes de otros países concurren a sus consulados a ejercer su derecho a voto. Como estamos la mayoría acostumbrados a masticar el sabor amargo de la orfandad política, a “naturalizar” y a convivir con la vulneración de nuestros derechos, la mera idea de votar en el extranjero nos parece parte del guión de una película marciana. Muchas veces me enfrento a la situación de que una amiga o un conocido de algún país latinoamericano –o de cualquier lugar del orbe- me cuenta que va a ir a votar al consulado de su país. Ahí es donde comienzo a sentir una incomodidad interna, la que desde un inicial carácter ocasional comienza a transformarse en una incomodidad crónica. Un malestar en la conciencia ¿Por qué no pueden votar? – me preguntan, en medio de la sorpresa y de la conmiseración. Obviamente, me cuenta mucho responder.

¿Cómo otorgamos a una situación política completamente absurda, una justificación plausible de digerir? Somos unos de los pocos países en el mundo, cuyo ejercicio efectivo del derecho a voto en el extranjero se encuentra bloqueado por su misma institucionalidad política ¿Cómo explicar que para aquellos que detentan el poder, el tener derechos es casi una insolente quimera “comunista”? ¿Cómo justificamos que esa palabrita, “derecho”, con excepción del derecho de propiedad, es en Chile sólo una prerrogativa de privilegiados y una prebenda para los buenos inquilinos?

La verborrea dictatorial borró ese vocablo de nuestra cultura republicana, en un país donde los problemas públicos pasaron a ser meros problemas individuales. En esta perversa transmutación semántica, de alquimia política, sus sílabas se oyen como extraños sonidos de un idioma exótico. Es más que una xenofobia lingüística. Como en nuestro país hablar de derechos es como platicar de física cuántica, el sólo hecho de reclamar lo justo; es decir, demandar que el casi millón de chilenas y chilenos puedan ejercer el derecho a voto en el extranjero, genera serios inconvenientes para que ello sea asimilado culturalmente.

Porque para la mayoría de las chilenas y chilenos que residen en el territorio nacional, el voto en el exterior es tan urgente como sembrar zanahorias en la luna y, salvo valiosas excepciones, este tópico no ha formado parte de la agenda política cotidiana de nuestros legisladores y partidos políticos. Lo que para muchos de otros países es una vergüenza de proporciones, una vulneración grave de un derecho político, para muchos de nuestros connacionales es menos incómodo que una mosca en la sopa. Una expresión de sorprendente autorreferencia. Porque cuando Chile fue azotado por la dictadura militar, cuando nuestra angosta faja de tierra era violentada por los desastres naturales, la “solidaridad” desde el extranjero transgredía los límites espaciales de nuestro estrecho nacionalismo, para medir el diámetro del planeta tierra.

Por eso, la solidaridad debe ser recíproca y la cultura cívica chilena, la demanda y la construcción colectiva de derechos, debe trascender las nociones decimonónicas de geopolítica y de espacio geográfico. Sólo la modorra política o una cultura incapaz de sentir vergüenza por la vulneración de los derechos de su gente, puede seguir tolerando un año más el bloqueo intolerable del legítimo derecho a votar en el exterior.

sábado, 12 de enero de 2013

La Araucanía herida y el racismo genocida del capital



Dibujo a grafito, del pintor y artista visual mapuche Eduardo Rapimán.
 
A muchos nos impacta la idea de que un ser humano decida poner fin a la vida de otro. Para ello se requiere que alguien se atribuya la autoridad de exterminar, de devastar el precario equilibrio de la vida y que piense que esa potestad es legítima o justa. Entre pensar y dar muerte a alguien, sólo dista un corazón forzado a detenerse. Y no es una pausa lo que provoca, sino que el cese inexorable y para siempre del rítmico latido del universo materializado en cada pulsación cardiaca. Muchos nos vemos conmocionados cuando presumimos o tenemos una intuitiva certeza de que los asesinatos se imbrican con objetivos políticos y económicos. Es decir, matar para conseguir poder. Supuestos de esa índole pueden dirigir nuestras elucubraciones hacia horrorosos senderos sembrados de dolor y de muerte.

Los últimos acontecimientos de extrema violencia acaecidos en la Región de La Araucanía y la reacción del gobierno chileno representado por el Presidente de la República de Chile, Sebastián Piñera Echeñique, vuelven descarnadamente visibles las ruinas provocadas por el paso del poder, los vestigios de la arremetida implacable de los agentes de dominación. En el marco del mal denominado “conflicto mapuche”, un profundo dolor emerge al recordar que el matrimonio Luchsinger – MacKay fue alevosamente asesinado en enero de 2013, así como también cuando reconocemos que miles de mapuche han sido asesinados, en estos casi ciento treinta años de usurpación y dominación que el Estado chileno ha establecido en el territorio mapuche, también llamado Walmapu, desde tiempos inmemoriales.

¿Por qué la majadera denominación de “conflicto mapuche”? Basta una mirada rápida para observar que con tal etiqueta se pretende atribuir al Pueblo Mapuche la autoría de esta crisis en el sur de Chile. Específicamente, se ha omitido que son principalmente ellos el sector social subyugado, invisibilizando a los opresores representados por el Estado chileno, sus gobiernos y los intereses de las élites económicas que tienen sus negocios en el ancestral territorio mapuche. Esta invisibilización ha llegado a tal extremo, que se ha llegado a ocultar del curriculum escolar el carácter criminal de la llamada “Pacificación de La Araucanía”, que se caracterizó por el despojo territorial y por el genocidio perpetrado contra el Pueblo Mapuche, por parte del Estado y los gobiernos chilenos. Estos últimos han intentado ocultar deliberadamente –mediante diversas formas- los motivos históricos y actuales de esta crisis, criminalizando las legítimas reivindicaciones territoriales de los pueblos originarios e intentando, en la actualidad, otorgar a ellos la categoría de “enemigos”. Y al gobierno chileno, especialmente al Ministro del Interior, Andrés Chadwick, es bueno aclarar esto: el Pueblo Mapuche no es nuestro enemigo; es un pueblo hermano.

El vergonzoso doble estándar del actual gobierno chileno no es casual. Apoya el bloqueo de carreteras realizado por un grupo de camioneros y agricultores, pero demoniza y reprime brutalmente la protesta social, tal como ocurrió con el movimiento de Aysén, con la movilización estudiantil y en las protestas reivindicativas mapuche. Todo ello nos lleva a pensar que la aplicación de la Ley Antiterrorista y las arengas “bélicas” de los señores Chadwick y Golborne, promoviendo la intensificación del proceso de militarización del Walmapu y la represión  policial de las comunidades, correlacionan positivamente con el riesgo que los grandes empresarios observan en sus negocios, todos de carácter extractivo en los sectores pesquero, forestal, minero y energético.

La Araucanía sangra copiosamente a través de sus heridas. Sin embargo, para el gobierno y para una parte importante de la sociedad chilena, hay víctimas y ciudadanos de primera y de segunda categoría. Se solidariza con fuerza cuando las víctimas de la violencia son blancas, propietarias de tierras y poderosas desde la perspectiva de su estatus social. Al contrario, si las víctimas son de origen mapuche, pobres y/o con un estatus social menor, el desdén se hace tan evidente, que sus perpetradores pueden verse rodeados de total impunidad, como es el caso de los carabineros autores de los asesinatos de Alex Lemún, Matías Catrileo y Jaime Mendoza Collío. Esto no es trivial; es expresión directa del racismo y del clasismo, en tanto características culturales y formas arraigadas de dominación de la clase política y de gran parte de la sociedad chilena.

Aquí hay que asumir que la forma en que el actual gobierno y la sociedad chilena han abordado la relación con el Pueblo Mapuche y con sus demandas de recuperación y autonomía territorial, ha estado totalmente equivocada. Como resultado de esa deliberada ineptitud debemos lamentar el dolor por todas las víctimas de la violencia y observar con impotencia la militarización y la sistemática represión policial ejercida contra las comunidades mapuche. Todo Chile debiese rechazar explícitamente la prisión política de los dirigentes mapuche, los montajes policiales y la utilización de testigos sin rostro contra ellos, así como la aplicación de la Ley Antiterrorista. Debiésemos sorber del amargo brebaje de la vergüenza de no saber o de no querer saber. Porque no se trata aquí de la ignorancia del incauto; es la ignorancia consentida que se expresa en la negación sistemática de las causas históricas de la crisis política en el Walmapu.

En Chile decimos “hacerse el huevón”, que no es otra cosa que el acto de descarada hipocresía que simula nuestra bajeza moral de no querer saber, sabiéndolo todo. Porque de tanto hacernos los que no sabemos, vendrán otros Luchsinger, otras MacKay y otros Catrileo, Mendoza y Lemún, ultimados por el desplazamiento furtivo de los agentes de dominación. Ya nadie puede hacer la vista gorda, ni verse tentado a simular un tierno desconocimiento acerca del apoyo político, económico, mediático y militar que el gobierno y la clase política ha prestado a los intereses que los grandes empresarios tienen en el territorio mapuche, continuando con ello el despojo, la dominación, la represión y la muerte. Y eso lo saben muy bien Chadwick, Golborne, Mayol y Mathei, que hacen las veces de comisarios políticos de las manos mancilladas del capital.

lunes, 31 de diciembre de 2012

La Violencia en La Araucanía y la Balanza inclinada



Cuadro: "Una Oscura Familia", del pintor mapuche Eduardo Rapimán.

Ocurrió en diciembre de 2012, allá en el sur de Chile. Se trata de un lamentable ataque de desconocidos a un fundo en Vilcún, destruyendo maquinarias y vehículos, implicando de paso millonarias pérdidas económicas. Naturalmente, el rechazo fue unánime; nadie –aunque alguien lo justifique- queda indemne cuando es agredido. Por suerte nuestro Código Penal no hace la vista gorda ante este tipo de hechos y los califica como delitos. Y aquí entra el ordenamiento jurídico, el cual tipifica, investiga, concluye y sentencia. El impacto de una agresión también genera reacciones en quienes no somos directamente agredidos, en quienes nos enteramos en la distancia; es decir,  la mayoría de la sociedad civil que tomamos palco y que -en algunas ocasiones- reaccionamos, opinamos, emitimos juicios, confiando en un supuesto equilibrio a la base de nuestras impresiones.

Sin embargo, como es plausible, la balanza casi siempre se inclina hacia un costado. El golpe incendiario asestado al latifundista detonó una seguidilla de indignadas declaraciones. Todos pusieron el grito en el cielo. Desde el Ministro del Interior, Andrés Chadwick; pasando por el Intendente de la Región de La Araucanía,  Andrés Molina; hasta la mirada escandalizada de la opinión pública, la cual fue sobre-estimulada por la prensa oficial que no escatimó en pormenorizar aquellos incidentes tan indeseables. Con dos querellas presentadas contra quienes resulten responsables, la mirada cayó indefectiblemente contra el movimiento reivindicativo mapuche. En vísperas de Navidad, un Andrés Chadwick con cara de niño ofuscado señaló que “no tenemos temores ni nos va a temblar la mano, sabemos que enfrentamos un enemigo poderoso, que goza de apoyo político, comunicacional e internacional”. Por otro lado, el acalorado intendente vinculó el trabajo de dos italianas en la zona, con una eventual incitación a la protesta social por parte de las comunidades, calificando ello como una grave “intromisión extranjera” y solicitando la inmediata expulsión del país.

Ahora bien, nadie sabe si fueron realmente comuneros mapuche los responsables de los hechos delictivos, pero obviamente iban a aparecer personeros de gobierno y fiscales ansiosos de escalar profesionalmente –a estos últimos se les ha imputado la realización de numeroso montajes con esos fines- que lanzarán toda la artillería judicial y policíaco-represiva contra los líderes políticos originarios del Gulumapu. Por eso, no se engañe (al menos por esta vez) y piense en lo siguiente: la balanza, así como los dados de un ludópata tramposo, está cargada, inclinada hacia la protección de los negocios que en la zona han desplegado las élites económicas.

Esta protección se traduce en un resguardo policial de corte represivo, amparado por una clase política cooptada y por una sociedad profundamente racista y clasista, además de ignorante de las razones a la base de las reivindicaciones mapuche. Esta sociedad sí se escandalizará cuando el patrón se vea afectado (porque todos se quieren parecer a él). Y, por otro lado, desviarán la mirada o justificarán la criminal y sistemática agresión del Estado policial chileno a las comunidades del sur, que haciendo las veces de guardia pretoriana de las élites económicas, ha traspasado todo límite de lo tolerable en materia de derechos humanos.

Si las reivindicaciones territoriales mapuche amenazan los negocios, no habrá pudor, ni serán suficientes las genuflexiones para visualizarlos como el enemigo poderoso de Chadwick o como los pobrecitos interdictos de Molina, que son atizados por la intromisión extranjera. Esta intromisión resultó ser a posteriori la acción de dos veedoras italianas de derechos humanos, en comisión de servicio por un organismo internacional reconocido por el Estado chileno. Teniendo en contra al Estado, al capital nacional e internacional y a la misma sociedad chilena, el pueblo mapuche debe cargar solo con sus jóvenes impunemente asesinados. Debe morderse los labios cuando sus niños, mujeres y ancianos son brutalmente agredidos; cuando sus territorios continúan ilegalmente usurpados y depredados. Finalmente, deben lidiar con una realidad ignorada con el deprecio que sólo puede erigir el hacendado o el arribista criollo que, en todo su racismo y clasismo, se sulfura por el daño inflingido a la casa patronal y aprueba –abierta o solapadamente- el balazo por la espalda perpetrado contra un Lemún, contra un Catrileo o contra un Mendoza Collío.

sábado, 17 de noviembre de 2012

“La Quemadura”. O la dignidad labrada en la memoria




Imagen: René Ballesteros (de "La Quemadura")

Lo conocí en Temuco en 1994, cuando ingresó a la Escuela de Psicología de la Universidad de La Frontera.  Oriundo de la comuna  de Padre Las Casas, vivía con su abuela. Ella se erigió como madre de él y de su hermana, porque la mujer que los había lanzado al mundo pensó que el suyo era más liviano sin ellos. La vida es dura, sino pregúntenle a René, quien vio evaporarse el útero de donde venía, mientras se abrigaba perplejo -y luego resignado- en los brazos de la anciana.

René Ballesteros llegó una noche de invierno a mi casa para quedarse en mi vida. Cuando los viejos faltan y los espíritus hermanos se encuentran, la historia se vuelve una tierra común difícil de labrar. Cada brote es una fiesta dolorosa y cada cosecha un designio incierto. Pero, René sembró en las piedras húmedas del sur de Chile, el brote rebelde de su historia, su proto-relato de existencia. Yo me balanceaba con la música y las palabras; él se dejaba ir en el vaivén de las palabras, de la música y de la imagen. Se enamoró de todo eso, pero con más profundidad de la imagen. Concluyó sus estudios de psicología, trabajó con los niños de la calle, con aquellos vástagos arrojados desde catapultas para esculpirse solos en los adoquines de la soledad urbana. El deja vù no es otra cosa que volver sobre los propios pasos, romper con la unidireccionalidad lineal del tiempo, para reconocerse en los espejos, en las curtidas pieles de los otros. Se encontró de súbito con la niñez borrada de cuajo; ese es el precio de adentrarse en el doloroso sendero de la niñez interrumpida.

Luego avisó que se iba. Se despidió de todos, de su abuela y de su hermana. Casi no hubo apretón de manos; la distancia es una tontería para los amigos. Arribó a Cuba y estudió cine. Se le abrieron los sesos y ya no era un vaivén de palabras, de música y de imagen, sino una furiosa secuencia de espíritu, sonidos, textualidad y movimiento. Volvió encendido a Temuco, a las cazuelas de su abuela, a la copa de vino con los amigos. No recuerdo bien en qué momento, pero un día apareció su madre. Y vimos llegar a un padre, a hermanos y a medios hermanos. René soñó que los amores rotos se podían remendar, como los retazos zurcidos apresuradamente. Pero, la vida a veces no sabe de costuras; los dobladillos se deshacen, los hilos finalmente ceden. Le pidieron, como si no le pidieran. Primero, que diera vuelta la página, que callara la soledad de retoño, que mirara de pronto su historia, su memoria rota y láctea de niño entumido, como si todo hubiese sido un mal paso, un accidente en la esquina de su calle, un traspiés en el camino. Le pidieron el olvido, que es lo mismo que pedir desde el desamor. Porque por más dura que haya sido la vida, ella se reconoce íntegra en cada recoveco de memoria. Quizás, eso se llame dignidad. Esa fuerza interior incomprensible que ruge en el recuerdo de cada derrota padecida. Pedir olvido no es otra cosa que reclamar al otro, al que se le ha asestado el mortal golpe del desengaño, la insultante renuncia a la propia dignidad.

René traspasó la encrucijada, se despidió de su abuela, de su hermana y se marchó a Francia con la memoria afiebrada. Estudió más cine y plasmó su historia en las descarnadas fibras de la imagen en movimiento. De esas presencias pujando en sus recuerdos surgió “La Quemadura”, su propia respuesta frente a la sedosa y ladina tentación de la amnesia. Su primera obra obtuvo el Premio al Mejor Largometraje de Creación Documental del Festival Internacional Documenta Madrid (España), el Premio Joris Ivens del Festival Internacional de Documentales Cinéma du Réel  (Francia), el premio al mejor director en el SANFIC 2010 (Chile), además de un reconocimiento internacional unánime.

Su abuela falleció hace poco tiempo, en el campo, allá en el sur de Chile. Alcanzó a despedirse de ella, para atesorar su olor de madre y de madera húmeda en el sitial más apacible de sus recuerdos. En la “Quemadura” queda plasmada esa anciana voz de camino recorrido. Y, en la actualidad, en ese inquietante mundo erigido por él en su apartamento parisino, reverbera siempre la fortuna de saber recordar, de hacer de las reminiscencias y del rescate de cada rastro, el privilegiado arte de reconstruir la propia dignidad.