Fotografía de revista The Clinic
“El
Lucro y el Sexo”. Así tituló su columna el cientista político
chileno Patricio Navia, publicada el 22 de enero de 2014, en el
diario electrónico El Mostrador. En ella, el autor expuso sus
cuestionamientos a dos sectores políticos que él denomina,
recurriendo al recurso de la caricatura, como “derecha antisexo”
e “izquierda antilucro”. Aborda
críticamente
ambas posiciones, a
las cuales atribuye
la creencia de que la intervención del Estado es necesaria para
prohibir, regular y/o restringir el ejercicio de la sexualidad y del
lucro, que ambos sectores, respectivamente, demonizan. Asimismo, pone
en tela de juicio las objeciones que esta “derecha antisexo” ha
dirigido contra aquellas políticas públicas destinadas a promover
la “(…) educación
sexual en las escuelas, distribución gratuita de condones o acceso a
la píldora del día después”.
Por otra parte, su reproche se extiende a “los
izquierdistas
[que] dirán
que el lucro se debe prohibir en la educación o, incluso, en
cualquier actividad que implique recursos públicos”.
El
autor se incomoda con la idea de una eventual acción supresora del
Estado contra lo que él denomina “el
orden natural de la vida”,
orden al cual pertenecerían la sexualidad humana y el interés por
el lucro. Es que la prohibición o la restricción excesiva, por
parte del Estado, de ambas prácticas (que define como inevitables),
pondrían en riesgo la libertad y la felicidad de los individuos y de
la sociedad. No se trata aquí de cuestionar las creencias personales
del autor, en el entendido de que él, como cualquier otra persona,
tiene el derecho a pensar lo que quiera y cómo quiera. Sin embargo,
al referirse a los límites de las atribuciones del Estado y del
régimen de lo público, se introduce en ámbitos de la vida social y
política que conciernen a todas y a todos. Es decir, su pluma se
desliza a otro nivel de discusión, trasladando sus ideas personales
a las esferas del debate público, más allá de sus concepciones
morales y políticas particulares.
Los
argumentos expuestos son interesantes, específicamente por la forma
en que fueron construidos. Es que su línea argumentativa presenta
–entre otros aspectos- dos puntos críticos que resultan
convenientes de aclarar. En
primer lugar, es muy probable que Navia esté mezclando
peras con manzanas. Esta
expresión popular alude a la acción reflexiva de poner en el mismo
nivel de discusión, dos categorías que se analizarían mejor
ubicándolas en dos niveles diferentes. Específicamente,
el autor ubica, tanto a la sexualidad, como al interés por el lucro,
en el mismo nivel de análisis, obviando que cada una de ellas es
objeto de injerencias diferentes por parte del Estado.
Sugiere
que tanto la “derecha antisexo” y la “izquierda antilucro”
promueven la coerción estatal y la restricción de libertades y
derechos fundamentales. Desde su perspectiva liberal, el autor olvida
que ambas prácticas han sido instaladas de manera diferente en el
debate público y que
han
presentado relaciones disímiles, e incluso inversas, con la
institucionalidad pública. En el caso de la sexualidad, la
legitimidad de la diversidad de las orientaciones sexuales (que no
tienen nada que ver con patologías sexuales y/o de personalidad,
como la zoofilia o la pedofilia) aluden a libertades sociopolíticas,
derechos reproductivos y derechos ciudadanos que aún siguen siendo
vulnerados en Chile. Y aquí el Estado ha operado activamente con
criterios de hegemonía coercitiva, principalmente conservadora. Tal
como dice Navia, el pensamiento conservador ha instado para que el
Estado sancione –y no garantice- el ejercicio de estas libertades y
derechos.
En
el caso de la educación, el modelo rentista opera, por repliegue del
Estado y de su institucionalidad, en desmedro de una mayor igualdad
de oportunidades educativas y de movilidad social, generando
sociedades segregadas socioeducativa y socioeconómicamente. En este
caso, el repliegue del Estado y del régimen de lo público se ha
visto acompañado de la promoción del lucro y del protagonismo de
los mercados. Y esto ha tenido como consecuencia, al contrario de la
coerción estatal activa frente a los derechos sexuales y
reproductivos, un deterioro significativo de los derechos sociales,
especialmente del derecho a la educación. En el caso de la
sexualidad, la acción activa
del Estado -con hegemonía de criterios conservadores-
ha restringido las libertades y derechos sexuales y reproductivos. En
el caso del lucro en la educación, la acción pasiva
del Estado -su repliegue y la preeminencia del mercado- ha tenido
como resultado la vulneración de los
derechos sociales, en especial los derechos educativos.
Un
segundo punto crítico es
la alusión de
Navia
al “orden
natural de la vida”.
Esto
trae consigo problemas en torno a las discusiones relativas al origen
del orden social. Aquí omite que la sexualidad y el interés por el
lucro tienen anclajes diferentes en sus dimensiones biológica y
social y que, además, ambas prácticas constituyen también
construcciones sociales. No son inmutables y dependen de sus
contextos históricos, políticos, económicos, sociales y
culturales. Al referir al “orden natural de la vida”, el autor
corre -en ese terreno argumentativo- el riesgo de naturalizar las
prácticas sexuales y el interés por el lucro, con consecuencias
relevantes para su noción de libertad vinculada con ellas. Todo
imperativo categórico que “naturaliza” aspectos de la vida
humana, confiere a esos aspectos el carácter de inmutabilidad y de
independencia, con
relación a
los contextos en que se desarrollaron. E,
incluso, de las relaciones de poder en que están insertos. En tal
sentido,
mediante
este
principio de
naturalización, asigna al interés por el lucro –homologándolo
con la práctica sexual- un carácter esencial “para
la preservación de la especie
[humana]”
La
defensa o el rechazo al lucro en la educación corresponde a un
debate muy diferente al de la discusión sobre el lucro en sí mismo.
Y es probable que la línea argumentativa de Navia enfatice más la
libertad de lucrar, que su aplicación misma en el terreno educativo.
Quizás en este punto esté confundiendo peras con manzanas. Las
libertades no son situaciones que se cogen a la vuelta de la esquina.
Las preguntas sobre las libertades deben acompañarse de su
contextualización sobre los derechos que son afectados, positiva o
negativamente. No se trata, entonces, sólo de una discusión de un
problema de la institucionalidad pública o del Estado, en sus
operaciones restrictivas o emancipadoras. Es más que un problema
técnico-político. Es un problema político con todas sus letras,
debido a que tanto la sexualidad de las personas, como el interés
por el lucro en la educación, son procesos que exceden el ámbito
privado de las libertades individuales, para ubicarse en un contexto
de relaciones asimétricas de poder y de impacto en derechos de
distinta índole.
A
veces hay que pelar la manzana y la pera para percibir que son frutas
diferentes. Si
la coerción estatal “conservadora” restringe las libertades y
derechos sexuales/reproductivos, es posible
que en el caso de una coerción
estatal “izquierdista”
frente
al lucro en la educación, el derecho a la educación se fortalezca y
deje de tener la función segregacionista y vulneradora de derechos
sociales observable en el Chile neoliberal de hoy. O
sea, a la inversa de lo que dice Navia. Quizás,
a la inversa de la naturalización y de la descontextualización.
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