Epígrafe Fronterizo

"El peor analfabeto es el analfabeto político. No oye, no habla, no participa de los acontecimientos políticos. No sabe que el costo de la vida, el precio de los garbanzos, del pan, de la harina, del vestido, de los zapatos y de los remedios dependen de decisiones políticas. El analfabeto político es tan burro que se enorgullece y se ensancha el pecho diciendo que odia la política. No sabe que de su ignorancia política nace la prostituta, el niño abandonado y el peor de todos los bandidos que es el político corrupto, mequetrefe y lacayo de las empresas nacionales y multinacionales"

Bertold Brecht

domingo, 27 de abril de 2014

Reforma educacional y el conservadurismo clasista de J. J. Brunner


Fotografía: Sitio web Plataforma Urbana


Desde las movilizaciones estudiantiles del 2011 es que he visto nervioso a José Joaquín Brunner. Si su excitación viene desde antes, reconozco que no me enteré. Sólo recuerdo su acérrima defensa de la operática reforma educacional, aquella que terminó por desarticular en el 2008 las demandas de la “revolución pingüina”. Sin embargo, la fuerza que, a partir de la “Primavera de Chile”, adquirió la demanda por un cambio en 180 grados del sistema educacional chileno, ha correlacionado significativamente –en columnas y declaraciones- con la molestia del sociólogo. El anhelo por el fin del carácter mercantil del sistema educacional (con el lema “No al Lucro”) irrumpió con tanta fuerza, que el “zar de la educación superior” comenzó a revolverse incómodo en los sillones del establishment.

No se trata aquí de cuestionar su calidad académica, sino que algunas de sus posiciones políticas. En el 2008, cuando se discutía en el Congreso la reforma educacional chilena (denominada Ley General de Educación - LGE), calificó como “escándalo” la posibilidad de que no se aprobara la nueva versión de la pinochetista ley orgánica de educación, que maquillaba consolidando uno de los sistemas educativos más segregadores del mundo. Bajo los ropajes de la opinión técnico-académica, Brunner fue enhebrando con mayor cobertura mediática su posición política conservadora. Ya en agosto de 2011 encontraba poco seria la demanda por la gratuidad universal del sistema educativo, señalando –paradojalmente- que atentaba contra la equidad. Su defensa de la educación privada, lo ha llevado a cometer –deliberadamente o no- desvaríos conceptuales insólitos, como cuando sentenció que toda la educación [pública y privada] es pública”.

El 2014 devino con un formato remasterizado del sociólogo. Cuando a comienzos de año los estudiantes expresaron su oposición a la designación de Claudia Peirano como subsecretaria de educación (por su participación directa en negocios educacionales), Brunner calificó de “narcisista” la postura estudiantil. Lamentablemente, sus epítetos psicológicos reflejaron sólo su displicente arrogancia Con la renuncia anticipada de Peirano, la cual fue aplaudida por el movimiento estudiantil, la ofuscación del militante del PPD aumentó de tono. Interpelando al aún no estrenado gobierno de Michelle Bachelet, le auguraba a la futura administración “(…) una imagen empobrecida en términos de su capacidad de gobernabilidad y conducción". Brunner interpretó que los estudiantes le “habían doblado la mano” a la Presidenta y no que habían desnudado los conflictos de interés de Peirano.

La última arremetida fue contra el anuncio del actual ministro de educación Nicolás Eyzaguirre, quien se refirió a la intención del gobierno de acabar con la selección de alumnos en los establecimientos públicos denominados “emblemáticos”. Como para Brunner son el histórico semillero de las élites chilenas, se preguntaba “¡¿Cómo puede ser que los grandes defensores de la educación pública le den la última estocada a una de las pocas fuentes de creación de élites en el sistema escolar público?!”. Muchos nos preguntamos también cómo el anuncio de Eyzaguirre puede producir en la mente del experto esas visiones apocalípticas. Su vehemente defensa de una de las principales causas de la segregación social de nuestro sistema educativo es inquietante. Brunner con esas expresiones está reconociendo el carácter de amenaza del anuncio del ministro, respecto del principio constitucional de “libertad de enseñanza”, instaurado durante la dictadura militar. Es probable que para el sociólogo la eliminación del sistema selectivo en estos “buques insignias” (así les llama), implicaría que esa élite se educaría con aquellos que presentan condiciones socioeducativas más desfavorables, lo que desembocaría en el ocaso de la producción de la crème de la crème de la educación pública.

Todavía no conozco a nadie que emita declaraciones clasistas y que reconozca que lo hace. Pero, sí la frecuente defensa y admiración por las élites -especialmente, las económicas- como rasgo característico de nuestra cultura neoliberal chilena. En un país donde más del ochenta por ciento de la población tiene que hacer piruetas para sobrevivir o para sustentar una “vida digna” (llámese solvencia económica, más reconocimiento por la posición social), el estilo de vida de las élites golpea lo más profundo de la psicología y de las metas de vida las personas. El determinismo de la cuna y la segregación socioeducativa, son procesos sociales que permanentemente nos recuerdan que las desigualdades no son fantasías de espíritus resentidos. Con la excusa del mérito escolar o académico, la selectividad establece quién forma parte de algo y quién queda afuera. El problema es que la alusión al mérito es una falacia retórica que encubre el peso del origen social. Infelizmente para Brunner, el fin de la selectividad romperá decenas de muros sociales establecidos por el mismo paradigma educacional que tanto se empecina en defender.

La tragedia de su conservadurismo es que, al contrario, la apuesta por el fin de la selectividad y por la incorporación de la diversidad en toda su amplitud, mejorará con creces el sistema educativo. Nuestras hijas e hijos se enriquecerán, afortunadamente, con toda esa polifonía social. Aboliendo el secuestro de clase de las oportunidades educativas, en el aula convivirá la heterogeneidad económica, social y cultural. Ese es el anhelo que no lee el sociólogo; eso es lo que lastima su erudita reacción: que en la pulcra cubierta de esos “buques insignia”, los niños y jóvenes dejen de observarse entre ellos a través de la óptica del privilegio y de la exclusión social.

(*) Publicado en la revista "Bufé Magazín de Cultura" y en El Quinto Poder

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