Epígrafe Fronterizo

"El peor analfabeto es el analfabeto político. No oye, no habla, no participa de los acontecimientos políticos. No sabe que el costo de la vida, el precio de los garbanzos, del pan, de la harina, del vestido, de los zapatos y de los remedios dependen de decisiones políticas. El analfabeto político es tan burro que se enorgullece y se ensancha el pecho diciendo que odia la política. No sabe que de su ignorancia política nace la prostituta, el niño abandonado y el peor de todos los bandidos que es el político corrupto, mequetrefe y lacayo de las empresas nacionales y multinacionales"

Bertold Brecht

jueves, 31 de julio de 2014

Todos Somos Goliath



Fotografía: globedia.com

Todos intentamos parecer de alguna manera políticamente correctos. Y digo “parecer”, porque generalmente lo que somos o vamos siendo tiende a diluirse en el frágil arte de las apariencias. Por mucho que nos horroricemos con las imágenes de los cuerpos de esos niños palestinos destrozados por la artillería israelí, la gran mayoría de nosotros hemos tomado palco. Nuestra vocación de testigo, nuestra posición de espectadores o nuestra afición a ser audiencia, se entrecruzan con nuestras piruetas morales que reafirman la creencia de que no somos responsables de nada. Miles kilómetros nos separan de aquellos dolores impronunciables, de los crímenes de lesa humanidad. Todos ellos han quedado registrados, como indelebles heridas, en las imágenes que circulan por los mass media y las redes sociales. La distancia, entonces, se ha vuelto un recurso conveniente y el arreglo cognitivo se ha transformado en nuestro arte predilecto ¿Por qué tenemos la secreta creencia de que hay seres humanos que pueden ser destinados a una vida miserable, a la exclusión, a la segregación e, incluso, al exterminio y a la desaparición? O, si no creemos eso ¿Por qué dejamos que ocurra?

La violencia militar, la estrategia de aniquilación de un pueblo y el ímpetu genocida del régimen de Benjamin Netanyahu, han irrumpido en nuestras vidas cotidianas en la forma de pirotécnicos fenómenos audiovisuales. Porque, al fin y al cabo, desde nuestro cinismo, las imágenes nos impactan moralmente tanto como cualquier violenta escena cinematográfica, vista desde los cómodos sofás de nuestras casas. Sin embargo, ¿Cuándo comenzamos a hacernos la idea de que lo que les sucede a otros no tiene que ver con nosotros? ¿Cuando empezamos a “naturalizar” el mito de esa deconexión? Como estamos colonizados hasta en la entrepierna, Goliath [גוליית] nos horroriza tanto como es capaz de excitarnos. La tragedia de Gaza nos conmociona, pero también sentimos que no tenemos nada que ver con ella. Esa dosis de cinismo siempre fue necesaria, para que la vergüenza y la culpa no nos desbordara psicológica y sociopolíticamente. Nuestra distancia espacial y temporal ante las relaciones sociales violentas, posibilita esa suerte de despersonalización.

Las fronteras experienciales que separan al espectador del protagonista de la violencia, el límite vivencial entre nosotros y el prisionero del ghetto de Gaza, nos absuelven de cualquier sentimiento de culpa frente al hecho de que, aunque nos conmueva la matanza, no queremos hacer nada. Chile no modificará sustancialmente sus relaciones con el gobierno de Israel y nosotros seguiremos con nuestras convulsionadas o plácidas vidas. La Unión Europea y la ONU harán lo suyo imprimiendo en hojas A4 y dejando sus salivas en los micrófonos, con sus elocuentes e inútiles llamados de alto al fuego. Estados Unidos señalará su preocupación por los “daños colaterales” e intentará justificar su distancia frente al genocidio, igualando los disparos de obuses de Hamas con el sofisticado poderío militar y tecnológico del ejército de Israel. El Gobierno de Chile ha adoptado una posición similar, como si la cosa se tratase de un empate militar, llamando a ambos bandos a deponer las armas.

La frase “Todos Somos Palestina” adquiere, de esta manera, el mismo significado sociopolítico que la imagen del Che Guevara impresa a modo “cool”, en las camisetas y tazones de nuestra autocomplaciente rebeldía. En otras palabras, la indignación política puede ser transformada en un exótico souvenir. Y no es que seamos tibios, sino que ya no nos incomoda nuestra propensión al cinismo. En medio de nuestros alardes de personas muy afectadas por esos pequeños cuerpos destrozados por misiles y esquirlas, restringimos nuestros conceptos de violencia al enfrentamiento bélico en Medio Oriente.

Aunque la violencia -en grados y con ropajes diferentes- se extiende en nuestro entorno inmediato, es cierto que normalmente no nos mueve ningún músculo de la cara. Me refiero a la flamante cifra de doce mil personas que viven en las calles; a centenares de niños en condiciones degradantes de trabajo infantil; a miles de familias agobiadas por una pobreza encubierta bajo la suntuosa alfombra del consumo crediticio; a comunidades mapuche completas con traumas psicológicos, debido a la violencia policial en el interior de sus tierras y hogares; a cientos de enfermos que verán extinguirse sus vidas en las listas de espera de nuestro sistema de salud público. El listado de situaciones es extenso y exuda violencia diariamente. Pero, como somos campeones mundiales del arreglo cognitivo, por supuesto que no somos responsables de nada. Lo importante es parecer conmocionado e, incluso, estarlo un poco, para luego encojernos de hombros y retirarnos por los cómodos pasillos de la complicidad por omisión.

Siempre se ha podido ser elocuentemente tonto y quedar bien parado al mismo tiempo. Las redes sociales están atiborradas de declaraciones que confunden la religión judía, rica y milenaria, con el grupo político que dirige la masacre contra el ghetto de Gaza. Fotografías y posteos exhiben nacionalistas brazos en alto, bravuconadas contra los judíos y llamados a reeditar el holocausto con gusto a cenicero. En Chile, piedras arrojadas contra hogares de familias judías hacen pensar en que ese antisemitismo criollo no es más que confusión e ignorancia, pero en dosis definitivamente peligrosas. No saben que muchos israelíes se avergüenzan del genocidio y que muchas personas judías y judíos por el mundo reclaman el fin de este lento holocausto palestino.

Los muy desmemoriados no recuerdan o no saben que también en nuestro país, hace menos de ciento cincuenta años, los mapuche vivieron el horror del despojo territorial y del genocidio de millares de hombres, mujeres y niños, por parte del ejercito chileno. A la masacre la llamaron “Pacificación de La Araucanía” y hasta el nombre les quedó lindo. Pero, el mundo es un pañuelo y la historia porfiadamente se repite. Hasta que no reconozcamos a ese Goliath que en secreto llevamos dentro, nuestras exclamaciones de horror no serán más que un sucedáneo de la verdadera empatía. Y no es broma. Siempre habrá una Franja de Gaza o un Walmapu a la vuelta de la esquina. 

(*) Publicado en la revista Bufé Magazin de Cultura y en El Quinto Poder.

1 comentario:

  1. El cinismo de teatralidad neurótica, utilizando códigos estratégicos de interpretación para la elocuente expresión de una apariencia que asegura simultáneamente la calma y redimir la culpa, acomodada plácidamente desde una posición que al menos momentáneamente considera privilegiada por su sed aspiracional infinita pero prudente, es la nueva modalidad de sobrevivencia de esta clase media global tibia y tediosa, entre media informada y media maraca.

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