Epígrafe Fronterizo

"El peor analfabeto es el analfabeto político. No oye, no habla, no participa de los acontecimientos políticos. No sabe que el costo de la vida, el precio de los garbanzos, del pan, de la harina, del vestido, de los zapatos y de los remedios dependen de decisiones políticas. El analfabeto político es tan burro que se enorgullece y se ensancha el pecho diciendo que odia la política. No sabe que de su ignorancia política nace la prostituta, el niño abandonado y el peor de todos los bandidos que es el político corrupto, mequetrefe y lacayo de las empresas nacionales y multinacionales"

Bertold Brecht

sábado, 17 de noviembre de 2012

“La Quemadura”. O la dignidad labrada en la memoria




Imagen: René Ballesteros (de "La Quemadura")

Lo conocí en Temuco en 1994, cuando ingresó a la Escuela de Psicología de la Universidad de La Frontera.  Oriundo de la comuna  de Padre Las Casas, vivía con su abuela. Ella se erigió como madre de él y de su hermana, porque la mujer que los había lanzado al mundo pensó que el suyo era más liviano sin ellos. La vida es dura, sino pregúntenle a René, quien vio evaporarse el útero de donde venía, mientras se abrigaba perplejo -y luego resignado- en los brazos de la anciana.

René Ballesteros llegó una noche de invierno a mi casa para quedarse en mi vida. Cuando los viejos faltan y los espíritus hermanos se encuentran, la historia se vuelve una tierra común difícil de labrar. Cada brote es una fiesta dolorosa y cada cosecha un designio incierto. Pero, René sembró en las piedras húmedas del sur de Chile, el brote rebelde de su historia, su proto-relato de existencia. Yo me balanceaba con la música y las palabras; él se dejaba ir en el vaivén de las palabras, de la música y de la imagen. Se enamoró de todo eso, pero con más profundidad de la imagen. Concluyó sus estudios de psicología, trabajó con los niños de la calle, con aquellos vástagos arrojados desde catapultas para esculpirse solos en los adoquines de la soledad urbana. El deja vù no es otra cosa que volver sobre los propios pasos, romper con la unidireccionalidad lineal del tiempo, para reconocerse en los espejos, en las curtidas pieles de los otros. Se encontró de súbito con la niñez borrada de cuajo; ese es el precio de adentrarse en el doloroso sendero de la niñez interrumpida.

Luego avisó que se iba. Se despidió de todos, de su abuela y de su hermana. Casi no hubo apretón de manos; la distancia es una tontería para los amigos. Arribó a Cuba y estudió cine. Se le abrieron los sesos y ya no era un vaivén de palabras, de música y de imagen, sino una furiosa secuencia de espíritu, sonidos, textualidad y movimiento. Volvió encendido a Temuco, a las cazuelas de su abuela, a la copa de vino con los amigos. No recuerdo bien en qué momento, pero un día apareció su madre. Y vimos llegar a un padre, a hermanos y a medios hermanos. René soñó que los amores rotos se podían remendar, como los retazos zurcidos apresuradamente. Pero, la vida a veces no sabe de costuras; los dobladillos se deshacen, los hilos finalmente ceden. Le pidieron, como si no le pidieran. Primero, que diera vuelta la página, que callara la soledad de retoño, que mirara de pronto su historia, su memoria rota y láctea de niño entumido, como si todo hubiese sido un mal paso, un accidente en la esquina de su calle, un traspiés en el camino. Le pidieron el olvido, que es lo mismo que pedir desde el desamor. Porque por más dura que haya sido la vida, ella se reconoce íntegra en cada recoveco de memoria. Quizás, eso se llame dignidad. Esa fuerza interior incomprensible que ruge en el recuerdo de cada derrota padecida. Pedir olvido no es otra cosa que reclamar al otro, al que se le ha asestado el mortal golpe del desengaño, la insultante renuncia a la propia dignidad.

René traspasó la encrucijada, se despidió de su abuela, de su hermana y se marchó a Francia con la memoria afiebrada. Estudió más cine y plasmó su historia en las descarnadas fibras de la imagen en movimiento. De esas presencias pujando en sus recuerdos surgió “La Quemadura”, su propia respuesta frente a la sedosa y ladina tentación de la amnesia. Su primera obra obtuvo el Premio al Mejor Largometraje de Creación Documental del Festival Internacional Documenta Madrid (España), el Premio Joris Ivens del Festival Internacional de Documentales Cinéma du Réel  (Francia), el premio al mejor director en el SANFIC 2010 (Chile), además de un reconocimiento internacional unánime.

Su abuela falleció hace poco tiempo, en el campo, allá en el sur de Chile. Alcanzó a despedirse de ella, para atesorar su olor de madre y de madera húmeda en el sitial más apacible de sus recuerdos. En la “Quemadura” queda plasmada esa anciana voz de camino recorrido. Y, en la actualidad, en ese inquietante mundo erigido por él en su apartamento parisino, reverbera siempre la fortuna de saber recordar, de hacer de las reminiscencias y del rescate de cada rastro, el privilegiado arte de reconstruir la propia dignidad.

jueves, 15 de noviembre de 2012

Los Trasplantados: Artistas Visuales Chilenos en Berlin



Fotografía: Pablo Ocqueteau (www.ocq.cl)

Los he ido conociendo de a poco y a más de alguno lo conozco desde  antes. Llegaron a Berlin, cruzando el Atlántico y por distintas razones, desde Temuco, Santiago, Valparaíso o desde otras urbes chilenas. Llegaron a la capital alemana incursionando en un oficio que en Chile, salvo por pequeños momentos de relativo reconocimiento, la mayoría de las veces obtuvo como recompensa el “quedarse pelando la cebolla”. Son excepcionales estos artistas visuales transplantados. Son talentosos, técnicamente consistentes y no le hacen asco al trabajo. Muchos de ellos aprendieron alemán, un idioma sintáctica y gramaticalmente tan diferente al español chileno, tomando cursos y conversando en las calles o donde pudiesen enhebrar alguna frase germana coherente.

Poco a poco la sorpresa los invadió ante lo evidente. Comenzaron a mirar el propio suelo desde afuera, desde la cotidianeidad del otro país donde ahora residen. Es que acá, independientemente del estrato socioeconómico de proveniencia (los chilenos somos adictos a la clasificación y a la compartimentación social), de la región de origen o de las diversas historias de vida, para las chilenas y chilenos que arriban a la capital alemana ocurre algo así -recurriendo a conceptos criollos- como un “emparejamiento de cancha”. Alguien dijo por ahí que el fascismo se cura leyendo y el racismo, viajando. Yo diría que el clasismo se cura un poco en Berlin, en la austeridad del día a día, aguzando el ojo en las calles y en la gente de una ciudad que ha vivido el paraíso y el infierno, durante su accidentada historia.

Una de las pocas cosas en esta vida de las cuales tengo una relativa certeza, es que la percepción de cualquier circunstancia depende completamente de la posición desde la cual se la mira. Desde una posición espacial, temporal o lógica. Desde el apego a una creencia o desde su desapego a ella. Desde la quietud interna o desde la ebullición de las pasiones. La perspectiva tras la cual se miran las cosas puede ser explicable en muchos contextos, pero también es un estado de conciencia. Acá surge lentamente la percepción de que se está transplantado, de que los espacios habitados son prestados momentáneamente, de que lo que creemos de nuestra propiedad es una ilusión equivalente a las sombras percibidas en la platónica caverna. Así, nos vemos obligados a contemplarnos más allá de la artificial clasificación social a la que recurríamos en Chile. El esfuerzo del transplante, muchas veces difícil, nos hace transgredir el valor espurio de las credenciales, para revelar a los demás nuestra propia humanidad. Ese es el “emparejamiento de cancha”, potencialmente aplicable a cualquier lugar de esta nave espacial llamada planeta Tierra.

Por eso creo que la diversidad berlinesa imbricada en cada recoveco de esta ciudad, irriga tanta creatividad chilensis, pero ahora transplantada en otra habitación terrestre. ¿Cómo no transmutar en una ciudad que alberga a más de ciento veinte nacionalidades, en sus tres y medio millones de habitantes? Pueden hacer un pequeño esfuerzo y googlearlos, si lo desean: Francesca Mencarini, Francisco Rozas, Pablo Ocqueteau, Mónica Segura, Marcela Moraga, Carmen Accorsi y Christian Demarco, entre muchos otros artistas visuales chilenos que han potenciado su trabajo a trece mil kilómetros de su terruño. Desconocidos en Chile, pero muy lentamente reconocidos en la fascinante escena berlinesa, han debido romper sus propios esquemas mentales para plasmar, en sus nuevas obras, la espléndida evidencia de su evolución personal y artística.

Lamento que en Chile todas ellas o ellos hayan experimentado muchas veces -ante su oficio- la gélida indiferencia social o la tenue y fugaz atención de un público cercano, pero reducido. Un pueblo que no reconoce tempranamente a sus artistas, se priva de alcanzar las elevadas trayectorias del espíritu. Se queda ahí, paralogizado, cautivo de las cadenas de una única forma de auscultar el mundo. Y que, por eso mismo, deja de ser mundo, para convertirse inexorablemente en una absurda y miope prisión mental. 

(Publicado en Bufé Magazín de Cultura. Vol. 3. http://www.bufemagazin.cl/)

martes, 30 de octubre de 2012

Abstención y Voto Chileno en el Exterior: Distracción o Cinismo Político



Fotografía: Pablo Ocqueteau

A sólo pocas horas de haber concluido las últimas elecciones municipales en Chile, los medios de comunicación han puesto sobre la mesa un nutrido repertorio de análisis, acerca del comportamiento electoral de los casi trece millones de chilenas y chilenos que, mediante la inscripción automática, fueron habilitados para votar. Y uno de los focos primordiales de reflexión se centró en el hecho de que sólo 5,6 millones de personas hayan concurrido a las urnas, es decir, menos de un 40 % de participación efectiva, lo que constituiría un golpe de proporciones históricas al tablero institucional de la política chilena. Algunos atribuyen esta situación de desafección a la apatía por el sistema político y a la crisis de legitimidad de las instituciones. Otros apuntan a una colección variopinta de candidatos, sin un verdadero proyecto o relato que congregue a la ciudadanía. Inclusive, el carácter voluntario del voto es erigido como un factor responsable de la ausencia de participación en las urnas.

Independientemente del peso argumental de este tipo de explicaciones (todas susceptibles de escrutinio) y a pesar de que se diga de que con un 61 % de abstención el sistema político podría ir a parar a la UTI, también es muy probable de que esto sea sólo un vendaval, una inocua inclemencia climática que no perturbará la estructura de relaciones económicas, sociales y políticas del Chile de hoy. Es cierto que una arraigada cultura de despolitización y la pérdida de legitimidad de las instituciones políticas podrían explicar parcialmente el ausentismo electoral. Sin embargo, eso no significa que aquí la política pasó a mejor vida, sino que la que quedó malherida es la “política despolitizada” y restrictiva. Alberto Mayol ya señala en su libro “No al Lucro” que, a partir de las movilizaciones sociales del 2011, en la ciudadanía ha irrumpido un proceso de re-politización. Podría eso explicar en parte el triunfo de algunos líderes sociales por sobre candidatos designados por centralizadas cúpulas partidistas. Abstención y re-politización coexisten actualmente, aunque en la superficie parecieran entrar en contradicción.

Del mismo modo, lo que no se dice en esa superficie, se oye a gritos fuera de Chile. Una de las elegantes maneras de definir la operación analítica que deja a algunos ciudadanos fuera del foco de reflexión sociopolítica, sin parecer que se les oculta, es la invisibilización. Se trata de excluir, por desconocimiento pueril o debido a una solapada intención deliberada, a un sector de la sociedad al que se le priva del ejercicio efectivo de un derecho consagrado normativamente. Sorprende que no se diga que con la inscripción automática, cientos de miles de chilenas y chilenos que residen en el exterior componen ese 61 % de supuesta “abstención”. Tampoco se dice que, aunque la normativa les concede el derecho a voto, la institucionalidad política no ha implementado el reglamento electoral, ni la logística correspondiente, que les permita ejercer su derecho legítimo a sufragar encontrándose en el exterior.

Desde esta perspectiva, esta supuesta “abstención” está conformada por un porcentaje importante de ciudadanas y ciudadanos residentes en el exterior, que deseaban expresar su voluntad política en estas últimas elecciones y que vieron obstaculizado ese derecho por la misma institucionalidad chilena. Hace años que diversas organizaciones chilenas residentes fuera del país vienen demandando que se implemente efectivamente el derecho a voto en el exterior. Sin embargo, ese derecho se encuentra secuestrado por los mismos responsables de implementarlo. Sólo basta observar la campaña “Mánchate el Dedo, Vota por Chile”, originada en Francia, pero efectuada por la Red de Chilenas y Chilenos en el Exterior, que consistió en la realización de votaciones simbólicas en las principales ciudades del planeta, en Octubre de 2012, con gran convocatoria. Obviamente, la invisibilización aquí operó a la perfección. Incluso, volviendo espurio hasta los más sesudos análisis acerca de la “abstención” en las últimas elecciones municipales chilenas ¿Distracción o cinismo político? La mayoría en el exterior, afortunadamente, se da cuenta de que se trata de lo segundo.

lunes, 22 de octubre de 2012

El Chile Cortesano y el Declive de su Despolitización


"Like a Rolling Stone", Obra Visual de Pablo Ocqueteau (www.ocq.cl)


Se puede. Pero, no es fácil. Menos aún cuando se nos dijo majaderamente que la política era para los “políticos”, ya sea militando en un partido u ocupando cargos de “representación popular” o de gobierno. Más de alguno habrá intuido que eso era una falacia y que eso se llama “despolitización”. Y que esto último, en el modelo neoliberal implementado sin contrapeso desde la dictadura militar, se constituiría y aún se constituye en una virtud. Despolitizarse en Chile era necesario para integrarse a la sacralizada supremacía del mercado: Si quiere integrarse, consuma. No piense en que su país se ha erigido en un país feudal, donde unos cuatro o cinco grupos económicos deciden desde el precio de un yogurt en el supermercado, hasta las leyes de la república.
   
Deje la política para los políticos, que ellos mantendrán intacta la estructura neoliberal de relaciones económicas y de concentración de poder, ya sean éstos políticos de centro-derecha o de centro-izquierda. Usted sólo consuma. Y sea innovador, sea emprendedor, para que su capacidad de consumo aumente y se cambie a un barrio mejor, sus hijos vayan a un colegio privado de élite, se salga de FONASA e ingrese a una Isapre. En un país de arribismo cortesano, de ansias de formar parte de una suerte de aristocracia, todas y todos quieren pertenecer a la Corte del Rey. Acercarse a las élites se transformó en el sueño –explicito u oculto- del Chile despolitizado. “Rotear” al vecino o al del barrio de al lado, se convirtió en el ethos de un país que se embeleza con el elitismo y ningunea al que no cumple sus estándares de consumo.

¿Por qué “roteamos”? Por ignorancia. Porque no nos damos cuenta de que entre un poblador de la Pintana (en Santiago) o de Lanín  (en Temuco) y un pujante individuo que se ha comprado una casa en un “buen barrio”, con un crédito bancario a treinta años, los une una terrible realidad que los hermana, pero que es negada bajo el velo de esa despolitización obstinada. Ambos se encuentran subordinados, sujetos al poder omnímodo de las élites económicas, de estos señores feudales que exudan exitismo en la revista Forbes, mientras saquean a destajo y deciden cuánto vale su bono de atención en salud, el paquete de arroz en el supermercado, el monto de su jubilación, si podrá votar estando en el extranjero o si las grandes empresas (las de ellos) pagarán o no en Chile un impuesto de primera categoría decente.

La re-politización que se inició en Chile en el 2011, consiste en comprender que estamos insertos en relaciones desiguales de poder, en relaciones de dominación y subordinación, ya sean de clase, de género, étnicas, laborales o de lo que sea, y que esa sola reflexión es peligrosa. Porque apunta a modificar la estructura de relaciones económicas y políticas de dominación. La última vez que se intentó eso en Chile, los señores feudales impusieron 17 años de dictadura militar. Es un tema, por tanto, de clase. Si usted está en esa línea, dejará de actuar, entonces, como –usando la antigua jerga- un “desclasado”. Se puede, pero es doloroso. Y no se deje engañar. La política no es de los políticos; la política es un bien público, una actividad cotidiana ejercida por todas y todos, una reflexión y una acción que irradia todas las áreas de la vida social… para bien de cada uno de nosotros, pero para mal de la dictadura económica de los grandes mercaderes y de toda esa acaramelada cultura cortesana.

jueves, 16 de febrero de 2012

Camila Vallejo en Alemania: Una generación política que arribó para quedarse


Fotografía: Pablo Ocqueteau

Cuando en agosto 2011, durante un debate en la Canal CNN Chile, el entonces vicepresidente de la FECH Francisco Figueroa le anunciaba a Sergio Bitar -ex ministro de educación del gobierno de Ricardo Lagos- que su generación llegó a la política para quedarse”, no pocos contemplaron atónitos las declaraciones del dirigente estudiantil (http://www.youtube.com/watch?v=q-3MaNKVAV4). Sí, atónitos. La declaración de Figueroa no sólo explicitaba el quiebre entre el movimiento estudiantil y la clase política; no solamente le enrostraba a Bitar la deslegitimación de los gobiernos de la Concertación, con relación a su función contrahegemónica frente a un modelo autoritario y neoliberal extremo implementado en Chile. Lo señalado por el joven dirigente rompía con una tradición político-cultural asociada a los movimientos sociales, desde el fin de la dictadura militar. Mientras que, una vez conseguido el poder, la estrategia política concertacionista fue que los miles de chilenos que lucharon contra la opresión castrense “se fueran para la casa” (y se quedaran en ella), la promesa de los estudiantes movilizados en el 2011 fue rechazar el carácter efímero de la movilización social, apostando por su permanencia en la lucha por los cambios estructurales.

Y no hubo marcha atrás. A pesar de la oposición del gobierno de Sebastián Piñera, de la derecha económica (la oligarquía) y de la derecha política frente las demandas estudiantiles y sociales; a pesar incluso de muchos concertacionistas neoliberales con discurso “progresista”, esta promesa está plenamente vigente en el año 2012. Y no sólo dentro de Chile, sino que su expresión en el escenario internacional se ha encarnado en la sucesora de Figueroa, Camila Vallejo. Seguida por los medios de prensa de todo el orbe, la dirigente estudiantil -que ocupó la presidencia de la FECH y la vocería de la CONFECH en el 2011- se ha transformado hoy en día en un ícono indiscutido de la izquierda chilena y mundial. Aquí se trata de una representatividad política para la izquierda que trasciende la vinculación orgánica que Vallejo tiene con el Partido Comunista de Chile.

La reciente visita de la actual vicepresidenta de la FECH a la República Federal Alemana, junto a Karol Cariola (secretaria general de las Juventudes Comunistas de Chile) y a Jorge Murúa (dirigente nacional de la Central Unitaria de Trabajadores, de Chile), ha recibido el espaldarazo, no sólo de la comunidad alemana y europea, sino que también de un gran número de chilenas y chilenos residentes en el país germano. Invitados por la fundación alemana Rosa Luxemburgo, asociada al partido Die Linke (La Izquierda), recorrieron Alemania dialogando con la comunidad local respecto de la movilización estudiantil chilena del 2011 y de su proyección para los meses que se avecinan.

En Berlin, el 8 de febrero de 2012, el Audimax de la Humboldt Universität se vio colmado de asistentes que escucharon concentradamente el testimonio de la delegación chilena. Camila Vallejo, junto a Cariola y a Murúa, expuso en detalle acerca del proceso político a  la base de la movilización social, en una lucha difícil contra esa suerte de “modelo feudal oligárquico” que forma parte de la cultura de este país sudamericano. Aunque en Chile a algunos les provoque escozor el carácter de figura internacional de Vallejo, afortunadamente la movilización estudiantil chilena -transformada en un gran movimiento social- ha tenido como resultado una legitimación política de gran envergadura a nivel global. Y Camila Vallejo ha contribuido significativamente a ello.

Sin embargo, la resistencia cultural es otro escollo que aún tendrán que sortear los estudiantes y las miles de chilenas y chilenos que desean cambios estructurales. En los medios circulan aseveraciones respecto de la disminución del apoyo ciudadano a las movilizaciones, aduciendo al cansancio generado por las continuas protestas sociales. Quizás ello resulte de las vicisitudes del proceso de emergencia de una nueva conciencia política aún inconclusa; no es fácil comprender –en una cultura donde las desigualdades son “naturalizadas” y responsabilizadas a nivel individual- que los destinos de las personas se construyen y se sustentan con base a derechos colectivos y universales. Asumir que la pobreza, en su sentido más extenso, no es un problema de exclusividad personal, sino que surge de un sinnúmero de derechos universales que no están siendo garantizados, es un verdadero cambio en la cultura sociopolítica.

Es comprensible, por tanto, ese cansancio ante la protesta social, si no se entiende que los cambios estructurales van a enfrentarse a la férrea resistencia de las élites económicas y de una significativa parte de la clase política cooptada económica o ideológicamente. La protesta social –que es criminalizada en Chile de manera escandalosa por estas mismas élites- constituyó en el 2011 uno de los instrumentos políticos más importantes para poner en la mesa el fracaso de un modelo de desarrollo, sólo exitoso para unas pocas familias chilenas. Y ante la resistencia violenta y represiva de la oligarquía y del gobierno chileno, la protesta social pasó a concebirse como un derecho.  Eso lo dejaron muy en claro Camila Vallejo, Karol Cariola y Jorge Murúa, en el Audimax de la Humboldt Universität, Berlin. Y enhorabuena. La legitimación política de la protesta social es un derecho ya demandado por una generación que, afortunadamente, llegó para quedarse.

jueves, 1 de diciembre de 2011

El Contenido Latente del Movimiento Estudiantil y Social Chileno 2011: Una Renovada Lucha de Clases


Algunos están pensando que está en retirada o que, al menos, está tomando una siesta de la cual no se sabe si va a despertar. Otros le atribuyen una fase de desgaste definitivo. Después de siete meses de una movilización estudiantil que se transformó en un gran movimiento social -con un gran respaldo de la sociedad civil chilena y de la comunidad internacional- las expectativas de una educación pública, gratuita y de calidad parecieran entrar en un periodo de incertidumbre. Una diversidad de actores sociales agradece a los estudiantes chilenos el hecho de haber “puesto sobre la mesa” un cuestionamiento profundo al sistema educacional chileno. Hasta personeros del gobierno chileno, en su doble discurso, declaman loas a la gesta estudiantil. Y aunque la clase política parlamentaria y político-partidista pareciera observar estupefacta y con una sorprendente inmovilidad propositiva el curso de los acontecimientos, veremos más adelante que la inmovilidad política no es azarosa.

El ejecutivo apuesta al desgaste del movimiento social; el legislativo –en una proporción importante- también. Es impresionante el nivel de orfandad respecto de la institucionalidad política formal que padecen los estudiantes y esa gran mayoría social que desea cambios estructurales en el modelo de desarrollo chileno. Aún más, el golpe propinado a los estudiantes en el Congreso con la aprobación de un presupuesto paupérrimo en materia educacional, sumada la sordera política frente a las demandas estudiantiles, revela que esta lucha -que se hizo evidente hace siete meses- no es solamente una confrontación entre unos estudiantes “ideologizados” de izquierda (así se les denosta), que reivindican un derecho humano universal y un gobierno de empresarios que defienden el status quo de un mercado educacional. Las contiendas políticas –emulando metafóricamente la terminología freudiana- tienen un “contenido manifiesto” y un “contenido latente”.

El contenido manifiesto consiste en la oposición de intereses en juego ya explicitados en espacios televisivos, en los análisis de respetados intelectuales y académicos, en una variedad interminable de sesudas columnas y de reportajes periodísticos. También en declaraciones de los dirigentes estudiantiles, en las consignas vitoreadas en las calles, en las aseveraciones de personeros de gobierno e, incluso, en las opiniones vertidas por un variopinto y selecto grupo de parlamentarios y políticos chilenos. Sin embargo, existe un contenido latente que, desde los inicios de la bicentenaria república criolla, provoca escozor y violentas reacciones cada vez que se rescata de los húmedos sótanos del análisis político: La jerarquización oligárquica y socioeconómica de la sociedad chilena, la colusión de las élites y la lucha de clases y sub-clases, que muchos creían extinguida bajo los ladrillos derrumbados del Muro de Berlin.

La jerarquización oligárquica constituye la columna vertebral de la estructura sociocultural, institucional, económica y política chilena. En la actualidad, esta oligarquía de “quinta generación” o la “quinta versión de las élites” -tal como la ha denominado el historiador chileno Gabriel Salazar- opera organizando “redes sociales y grupos de presión para actuar fuera del Estado, sobre el Estado y en los intersticios del Estado (Salazar, 2010; p. 100. Conversaciones con Carlos Altamirano. Memorias Críticas)”. La sublevación contra el Presidente José Manuel Balmaceda (1881) es un espléndido ejemplo de como las élites –distribuidas entre liberales y conservadores- deciden y actúan en conjunto, cuando su posición económica y su capacidad de influencia política se ven amenazadas. Incluso es posible observar cómo pueden operar atacando directamente a la institucionalidad. Cuando Balmaceda decide desprivatizar el oro del Estado y crear un Banco Fiscal, las élites (las familias) pusieron el grito en el cielo. Los recursos públicos iban a ser retirados de los bancos privados, lo que asestaría una seria estocada a los intereses oligárquicos. Hasta los liberales, sector político al que pertenecía Balmaceda, se volcaron contra su gobierno en colusión con la insurrección conservadora. No hace falta extenderse en analizar el golpe militar de 1973, en el cual la oligarquía, al ver amenazado seriamente su patrimonio y su influencia política para mantener su posición de privilegio económico y de jerarquía política, arrojó contra la institucionalidad y la sociedad civil chilena los corvos y las balas castrenses durante 17 años.

Las reglas del juego democrático –la gran mayoría lo sabe o lo intuye- son diseñadas con precisión nanométrica para resguardar los intereses de las élites. Y en ese escenario, cuando se trata de proteger estos intereses, la institucionalidad “democrática”, las normas que regulan las decisiones políticas y sus actores (gran parte de la clase política) ocupan un papel secundario. 4459 familias o 114 grupos empresariales en Chile controlan hasta el precio que se tiene que pagar por un paquete de fideos o de arroz en el supermercado, cuánto dinero recibirá una persona en su jubilación, el costo de una atención médica, el valor de un pasaje o de una llamada telefónica o lo que será  informado u omitido en los medios de  comunicación y, para coronar este ejercicio plutocrático, hasta las leyes de la república. Son el 5% más rico de la población, cuyos ingresos superan en 830 veces al 5 % más pobre (analizar Encuesta CASEN 2009). Según el Índice de Inserción Laboral que publica la Fundación SOL (2011), un 70 % de los chilenos en edad productiva (trabajadores estables, inestables y desempleados) tienen una inserción laboral precaria o están desvinculados del mercado del trabajo. Esta situación presenta niveles desoladores si se considera que un 57% de los que tienen algún tipo de remuneración, reciben menos de 300.000 pesos mensuales (579 dólares). Un spot aparecido en Youtube  (30/11/2011) señala que 640 mil chilenas y chilenos viven con menos de mil pesos (1,93 dólares) al día (http://www.youtube.com/watch?v=A0eKCCZrlRQ). Es decir –tal como lo señala el spot- si compran un paquete de pañales, ese día no comen.

La lista de aspectos de la vida cotidiana que controla esta élite es extensa. Y la estructura social chilena se ha mantenido –con algunas variaciones- incólume en estos doscientos años de vida republicana. En tal contexto, resumido pobremente en estas líneas, cabe preguntarse qué significa el movimiento estudiantil del 2011 -el cual ha recibido un enorme apoyo de la sociedad civil- y, por otra parte, debido a qué razones la clase política llamada “progresista” y/o de “izquierda” (parlamentarios y partidos políticos) ha sido completamente inefectiva en materializar la demanda social, dentro de los cauces institucionales. Ante la primera pregunta (la cual tiene muchas probables respuestas) es posible plantear que la movilización social liderada por los estudiantes chilenos ha puesto en tensión el tradicional “equilibrio de clases” que la oligarquía se ha esforzado en mantener a toda costa. ¿Qué significa esto? significa que la demanda por una educación pública, gratuita, de calidad e inclusiva de los pueblos originarios, infringe un duro golpe al negocio multimillonario de las élites y, en el caso de su concreción, abre las puertas hacia la desprivatización de otras áreas estratégicas del desarrollo, como lo son la salud, la previsión social, los recursos naturales y el medio ambiente, entre otros.

La lógica de los derechos fundamentales conculcada por la movilización social entra en coalición directa con el status quo de las élites, amparado por gran parte de la clase política y resguardado -en última instancia o simultáneamente- por la bota militar, la represión policial o la militarización de zonas territoriales donde están afectados los negocios de la oligarquía, como es el caso de los continuos ataques propinados a las comunidades mapuche, en el sur de Chile. La desprivatización reorganiza las correlaciones de fuerzas económicas y políticas, además de generar cambios socioculturales importantes, a mediano y largo plazo. La lucha de clases no es sólo una disputa armada, como algunos desean hacer creer y, muchas veces, atemorizar a la opinión pública. Consiste en una confrontación de intereses donde se pone en juego un cambio estructural y decisivo de la sociedad, su institucionalidad y su organización sociopolítica y económica. La sociedad chilena debe volverse progresivamente consciente, en la manera más extensa posible, de que la represión policial al movimiento estudiantil (agresión) y la apuesta gubernamental a su desgaste (negación) son respuestas de clase. Son réplicas de clase ante el peligro de modificaciones sustantivas y completas en la estructura sociocultural, económica y política chilena. La oligarquía y la clase política al servicio de sus intereses, mancomunadamente, defenderán a cualquier precio el status quo estructural chileno. Aquí se defiende el patrimonio de las élites y su hegemonía económica y política.

¿Por qué, entonces, después de siete meses de movilización social, de un bajísimo respaldo ciudadano al gobierno de Sebastián Piñera y de un formidable apoyo nacional e internacional a las demandas estudiantiles, el sistema educacional chileno -probadamente deplorable- seguirá en las mismas o peores condiciones? Tal como señala Mario Waissbluth, coordinador nacional de Educación 2020, alrededor de un 40% de los egresados de la enseñanza secundaria chilena no entiende lo que lee (analfabetismo funcional). De los que ingresan a la educación superior, un 40 % acaba desertando y endeudado, un 30 % termina con un título que no sirve y con el cual no podrá pagar su deuda y sólo un 30% logra egresar con un título que le permita una inserción laboral, al menos adecuado o con algún grado de dignidad. La educación superior chilena cuenta con los aranceles más caros del mundo, donde son las familias las que terminan endeudándose para financiar, no sólo las actividades académicas, sino que la expansión del sistema privado, es decir, el negocio de las élites.  

En el caso de la educación escolar, Valentina Quiroga, directora de políticas educativas de Educación 2020, desmiente la idea de que la educación particular subvencionada sea mejor que la educación municipal. Ambas han mostrado resultados equivalentes, pero el mito que sitúa a la educación municipal en una posición social menor, se debería a la cultura aspiracional y clasista chilena, socializada por las élites. Se busca parecer con mayor status social; se cree que los estudiantes establecerán mejores redes sociales y “contactos” para el futuro (desde una perspectiva socioeconómica), si ingresan a un establecimiento “particular” subvencionado o completamente privado. Del mismo modo, muchos profesionales provenientes de segmentos socioeconómicos de menores ingresos realizan grandes esfuerzos por asociarse a las élites o, al menos, para relacionarse laboralmente con aquellos que se vinculan directamente con ella. No sólo se trata aquí del legítimo anhelo de movilidad social, sino de una intensa necesidad aspiracional, de corte clasista e, incluso, racista, asociada al consumo, no sólo de bienes materiales, sino también culturales, que las personas relacionan con una cierta posición social y económica más “elevada”. El fin de la “conciencia de clase” es un gran triunfo cultural de la oligarquía chilena.

En tal sentido, los vectores -por todos conocidos- del sistema escolar en Chile van dirigidos hacia la privatización de la educación primaria y secundaria, con subvención del Estado. Es el tiro de gracia a la agónica educación pública, la cual estará destinada (en exigua cantidad y calidad) a la población más vulnerable. Es decir, a los “no clientes”, a los “no rentables”, a menos que puedan cumplir el rol de bypass de los dineros públicos hacia las arcas privadas, mediante becas y microcréditos. La segmentación socioeconómica chilena se ve reflejada, por tanto, en el apartheid educacional, donde hay escuelas, centros de formación técnica, institutos y universidades para “pobres” y otros para “ricos”. El desmantelamiento de la educación pública, ya sea escolar o superior, está a la vuelta de la esquina y es orquestada por la oligarquía chilena.

Desde esta perspectiva, la atribución causal de esta desoladora situación a una eventual irresponsabilidad del Estado y de la clase política, es una verdad a medias. El Estado no es una entidad unitaria. Nunca lo ha sido, a pesar del discurso proveniente del campo de la política y que algunos cientistas sociales han ingerido sin masticar, ni digerir analíticamente. Es un entramado de redes y de luchas de intereses de clases y subclases, donde la oligarquía presenta una clara hegemonía. En tal sentido, la segunda pregunta que interroga por la ineficiencia (e inefectividad) de la clase política “progresista” para generar cambios estructurales significativos, lleva a suponer que una parte importante de ella termina siendo cooptada por las élites o ya forma parte de ellas. Esto no es una novedad; es una condición estructural de la historia política chilena.

En la discusión del presupuesto educacional 2012, la oposición chilena que había esbozado simpatías con las demandas estudiantiles, abandonó la sala en la votación de la cámara alta y poco después –en la cámara baja- pierde su postura contraria a la propuesta del gobierno, con votos opositores “independientes”. El caso del diputado “obrero” René Alinco es un caso más en la historia de los políticos cooptados, quien apoyó directamente con su voto la vergonzosa “revolución educacional” de Piñera. Las élites pueden tener diferencias ideológicas en los espacios públicos (“izquierda” y derecha), como las que se observan en el Congreso. Pero estas diferencias se ven soslayadas cuando se trata de dirimir temas que afectan el patrimonio económico-financiero o la influencia política. En ese nivel pasan a segundo plano estas diferencias, trabajando las élites conjuntamente para mantener el status quo estructural.

¿Qué significa, entonces, el movimiento estudiantil 2011? Implica, entre muchas cosas, una recuperación en el lenguaje de aquellas definiciones que la oligarquía ha intentado con esmero en ocultar. La transformación de los requerimientos del movimiento estudiantil en demandas de cambios estructurales constituye una seria afrenta a los equilibrios de fuerzas, a los intereses de clase que las élites desean a toda costa mantener. Reestablece y actualiza la noción de “conciencia de clase”, la que había sido reemplazada por la anómica visión del hombre o de la mujer emprendedora e innovadora, con gran capacidad y creatividad para realizar negocios, con una gran capacidad de consumo y, por sobretodo, con el sueño dorado de acercarse o formar parte del grupo selecto de las élites. El comienzo del repliegue cultural del arribismo social y la emergencia de la conciencia de que esta lucha es una confrontación de intereses de clase, se lo debemos en gran medida a los estudiantes chilenos movilizados. A este gran movimiento social que, tal como han declarado los mismos dirigentes estudiantiles, llegó afortunadamente para quedarse.

martes, 20 de septiembre de 2011

Las Manos entrelazadas de los Chilenos en Alemania: Discurso Inaugural de la Gran Fonda de Berlin



Fotografía: Pablo Ocqueteau.


Señoras, Señores, Amigas y Amigos:

En nombre del Comité Organizador de las Fiestas Patrias, me corresponde el honor de dirigirme a ustedes para dar la bienvenida a un nuevo aniversario de nuestra Independencia de la República de Chile. Saludamos a todas y todos los que hemos trabajado para hacer posible esta actividad y que disfrutaremos juntos como verdaderos hermanos, en honor a nuestros héroes de la independencia de Chile.

Saludamos a nuestros Artistas y Músicos, que nos llenarán de alegría con sus canciones, nos harán sentir y recordar nuestra querida patria en este día tan especial para todas y todos los chilenos. Saludamos a nuestros jóvenes y a nuestros amigos latinoamericanos y alemanes que nos honran con su presencia.

Septiembre es un mes de trascendencia histórica para los chilenos. Marca el principio y el fin de muchas alegrías y trágicos recuerdos, desde el inicio de su independencia y durante su vida republicana. Septiembre nos recuerda y nos trae a la memoria las grandes gestas de nuestros héroes y de hombres que dieron sus vidas por los más nobles ideales de soberanía, democracia y justicia social.

Hoy celebramos 201 años de vida como nación libre y soberana, pero el Bicentenario pasó con mucha pena y poca gloria. Lo recordaremos por el gran terremoto y tsunami que destruyo la mitad de Chile, el derrumbe de la mina San José, que marcó un hito en la historia de Chile y por la perseverancia de los familiares que llevó al Gobierno Presidido por don Sebastián Piñera a tomar la determinación de rescatar a los 33 mineros con vida.

El Gobierno Presidido por don Sebastián Piñera, que llegó también con el Bicentenario, a un año y medio se encuentra con grandes problemas.  Su agenda cargada de populismo se ha desmoronado como un castillo de arena. Los conflictos se multiplican y no se ve una solución a corto plazo.

Como sabemos, es nuevamente de candente actualidad el tema de la reforma educacional en nuestro país: Las calles, plazas y puentes de todas las ciudades a lo largo de Chile se han transformado en las arterias por donde fluyen y circulan miles de estudiantes y ciudadanos, entonando y gritando las demandas por cambios estructurales en la educación, los que -a su vez- exigen cambios  sustanciales en el paradigma  económico, en el carácter y rol del Estado y, en su conjunto, en el pacto social-constitucional del país. Desde hace meses las movilizaciones no han cesado, recuperándose y adaptándose algunas consignas de antaño, cantándose nuevas que apuntan críticamente al corazón del modelo social y económico financiero neoliberal actual: el mercado, el endeudamiento, el lucro, la inequidad.

Y si bien inicialmente parecía que se hubieran abierto, al fin, las Grandes Alamedas, marcando la llegada de la hora histórica anunciada por el discurso final de Allende, el desarrollo de los acontecimientos nos recuerdan que estamos en un régimen político dirigido por la derecha chilena, heredera de las prácticas de la dictadura militar y verdadera fundadora del régimen neo-liberal que busca resguardar. Y mientras los jóvenes copan el cuerpo de Chile y la represión se enfurece, suenan los cacerolazos del apoyo ciudadano, recordando el tiempo de las protestas.

No es extraño que el movimiento estudiantil actual encuentre un tan amplio respaldo ciudadano. En la categoría de “deudores” respecto de un grupo legalmente abusivo y corrupto de “acreedores”, se encuentra la mayoría de los chilenos que grita y cacerolea su apoyo a los estudiantes. Porque no sólo los estudiantes viven en el principio de la desigualdad, sino que la mayoría  social chilena actual lo sufre en carne propia.

Así, el movimiento estudiantil, aparentemente sectorial, constituye un “movimiento social” que tiene un carácter radical, en cuanto busca revertir el principio neoliberal de la desigualdad que construye la sociedad actual. Busca revertirlo por el principio de la igualdad social (basada en un sistema de “derechos sociales ciudadanos”), principio que, desde la esfera educativa chilena, se propaga como fragancia de nueva primavera a todas las esferas de la sociedad.

Este movimiento ha comenzado a recuperar lo político para la sociedad civil, poniendo en cuestionamiento la lógica de la política intramuros y, con ello, el modelo de seudo-democracia y de legalidad que no ha cortado el cordón umbilical con la dictadura. Se trata de una política deliberativa en el más amplio sentido de la palabra, que trasciende los esquemas partidarios (a pesar de las militancias personales de algunos dirigentes). El movimiento muestra cómo, a través de la orgánica de las bases movilizadas, con el apoyo de las redes comunicacionales (“política en red”), se ejerce el poder de la gente en el escenario público, presionando por la transformación de las estructuras.

Así, las movilizaciones estudiantiles y sociales que hoy se desarrollan a partir de las demandas por la educación, no sólo “ciudadanizan” lo educativo y lo sitúan como base fundamental del proyecto de sociedad, sino que dan cuenta de la crisis del sistema político, cuestionando y transgrediendo la “democracia de los acuerdos”, consagrada como principal herramienta para neutralizar y postergar las demandas sociales.

Esta nueva política encuentra su expresión manifiesta en un tipo de protesta social que rompe los marcos impuestos, tanto por la cultura del terror de la dictadura, como la del “bien mayor” de la transición. A través de una incansable apropiación del espacio público y, en general, a través de prácticas corporales de no-violencia activa, el movimiento ha generado múltiples acciones culturales en un lenguaje rico, plástico, inclusivo y audaz, que interpela el cerco de la represión  policial y de los medios que criminalizan la protesta.

En efecto, el pacto social educativo alcanzado en los “60 y 70” fue el fruto de una larga lucha dada por muchas generaciones, desde mediados del Siglo XIX. Proceso y lucha que consistió básicamente en la voluntad política progresiva de arrancar a los niños proletarizados dell mercado laboral, para escolarizarlos, como una vía hacia una sociedad más equitativa y como un camino de emancipación social y cultural. Aquí radica la densidad histórica de este movimiento, produciendo a su paso una irrupción de memoria histórica en el seno de la ciudadanía: la memoria de los padres y abuelos que marchan y “cacerolean” su apoyo a la nueva generación que está recogiendo y tejiendo a su modo la hebra de nuestra historia.

En su triple carácter  dado por su alcance revolucionario anti-neoliberal, por la recuperación de la política para la sociedad civil y por su conexión con la historicidad profunda del movimiento popular de Chile contemporáneo, el actual movimiento ciudadano que los estudiantes de nuestro país aparecen encabezando con fuerza, decisión y clara vocación de poder, recoge y reinstala las dimensiones más consistentes que la frustrada transición chilena a la democracia sacrificó.

¡Saludamos al movimiento estudiantil y solidarizamos con su lucha!

¡También saludamos la lucha permanente de nuestro hermano pueblo mapuche y estamos siempre dispuestos a solidarizar con ellos!

¡Viva un Chile solidario y no excluyente!

¡Viva el 18 de Septiembre!

Muchas gracias.

Comité Chileno Organizador de las Fiestas Patrias de Berlin - Alemania.

Berlin, 18 de Septiembre de 2011.