Fotografía: Clarín Chile.
En el último tiempo, Chile ha sido
escenario de fuertes cuestionamientos a las asimetrías de género, entendidas
éstas como desigualdades de poder arraigadas y naturalizadas en una diversidad
de relaciones y prácticas sociales, económicas y culturales. Consideradas como
una expresión de dominación patriarcal, las desigualdades de género no sólo
aluden a la clásica relación hombre-mujer heterosexual, sino que también a las posiciones
de subordinación de variada índole que experimentan otras identidades de género
y orientaciones sexuales definidas como LGTB (lesbianas, gays, transexuales y
bisexuales, entre otras).
La resistencia cultural y política de
la sociedad chilena, más su maquillado doble estándar, se han visto
resquebrajadas por eventos sociales con fuerte carga simbólica. Las
manifestaciones públicas contra el acoso sexual y la violencia contra la mujer,
han puesto a prueba la capacidad del Estado y de la sociedad chilena para
reconocer y abordar la desigualdad histórica que ha afectado a formas legítimas
de identidad de género, de orientación sexual y de relación con el propio
cuerpo. Y esta capacidad alude a la obligación pública de asegurar la libertad
y la igualdad de derechos en todos los niveles de convivencia social.
En tal sentido, el aporte del
feminismo ha sido fundamental. No sólo ha evidenciado política y
científicamente estas asimetrías sociales, sino que también ha puesto en tela
de juicio la consecuencia política y cultural del Estado y de la sociedad. Si
bien se ha erigido una instancia de rango ministerial en estos temas, aún
prevalecen diversas subordinaciones de género en todas las áreas de la vida
social, económica y política. Si, por un lado, la actriz chilena de la cinta
galardonada por el Oscar ha sido destinataria del elogio público, por otro, aún transita
por el mundo con documentos oficiales que consignan para ella una identidad
masculina. Hasta la ofensiva imagen de una madre nutriendo a un bebé con su
pecho desnudo, contrasta con la aceptada visualidad mediática que relega a la
mujer a la categoría de objeto de deseo sexual.
Desde esta perspectiva, las múltiples
expresiones sociales de carácter feminista son un alivio para un país con doble
rostro, que lleva en su ethos el
cultivo de múltiples asimetrías sociales de poder. Y es que el alivio siempre
va acompañado de la brisa de la gratitud. Porque, al fin y al cabo, ese clamor telúrico
que se expresa en esos senos al desnudo ante la mirada pública del pudor
patriarcal, ha sabido reivindicar los principios de libertad, igualdad y
fraternidad, tan necesarios para subvertir la naturalizada violencia de la
desigualdad social.
(*) Publicado en la revista Araucanía Laicista.
Saludos, aguante ahí con la víspera de una eventual revolución, buena reflexión.
ResponderEliminarQuizás desde la periferia del pesimismo me pregunto ¿Será el preludio de un cambio en la distribución social la actual revolución feminista? O ¿Será otra bandera de lucha que inevitablemente ha de sumarse a otras ya olvidadas?
Y por otro lado la primera parte me insta a cuestionar el "momento" actual, y es que ésta nueva revolución contrasta con la posición democráticamente electa... ¿Acaso persisten las dos sociedades chilenas? ¿Seremos herederos de un Chile tan dividido que al día de hoy se hacen naturales la obtención de una sociedad desde polos opuestos hasta la sordera? Hay un feminismo en el aire... sin embargo no hay un castigo severo y transversal desde la sociedad, en su totalidad, a las agresiones publicitadas a una mujer en conflicto con su cuerpo (discursos oficiales en política, declaraciones de representatividad social). Tampoco hay un discurso de castigo transversal al abuso ya hecho ostias en la Iglesia católica chilena...