Cuando Mahatma Gandhi señalaba que la pobreza es la peor forma de
violencia, es difícil no situar las carencias materiales y humanas en el
terreno de las relaciones sociales, como tampoco no sospechar que el privilegio
de unos pocos requiera, para constituirse como tal, de la desventaja o de las
indignas condiciones vitales de una mayoría. La suspicacia surge al concebir la
pobreza, ya no sólo como un atributo individual subsanable por la mera gestión
personal de las propias condiciones de vida. La sospecha es que la pobreza es
un tipo de relación social, donde el otro ha dejado de importar cuando se trata
de distribuir los recursos y las oportunidades. Es la idea cada vez menos
sostenible del mérito personal, del merecimiento individual de los privilegios,
por sobre los derechos humanos y la dignidad de las personas… de las otras
personas.
Así las cosas, la pobreza es la derrota colectiva de los principios de
fraternidad y de solidaridad humanas, lo que es especialmente observable en los
complejos territorios de La Frontera. En los últimos años, las cifras que
refieren a la situación de pobreza en Chile, han castigado una y otra vez a La
Araucanía como la región más desfavorecida del país. Y no se trata de un
capricho estadístico de algún analista de la Encuesta CASEN, sino del hecho de
que el porcentaje de población pobre -no sólo por déficit de ingresos, sino que
en términos multidimensionales- se ha mantenido por sobre el 28 por ciento, al
menos en los últimos cuatro años. Específicamente, la pobreza multidimensional
refiere a las carencias que la población puede presentar en un mínimo de tres
variables de las dimensiones de educación
(acceso y rezago escolar, nivel de escolaridad); trabajo/seguridad social (ocupación, seguridad social y
jubilación); vivienda (nivel de
hacinamiento, estado de vivienda y servicios básicos) y; salud (nutrición, adscripción a sistema previsional de salud y
atención en salud).
Como se está habituado culturalmente a atribuir o a culpar de la
pobreza al pobre, asumir que la pobreza se ha tejido a lo largo de la historia
en relaciones humanas y sociales injustas, es un gran avance en nuestra reflexión ética y
política. Permite plantear que las políticas públicas debiesen, más allá de
atender características individuales desaventajadas, focalizar su análisis y
acciones en transformar aquellas relaciones sociales injustas o desiguales (ya
sean sociolaborales, económico-productivas, de género, etnoculturales o ecoambientales)
que de manera coactiva se han estructurado en la geografía social de La
Araucanía.
Que la pobreza, entonces, sea concebida como un tipo de relación
social, devuelve a todos la responsabilidad colectiva respecto de los destinos
existenciales y materiales de cada ser humano que habita en el territorio. Y,
asimismo, la idea de que sin fraternidad no pueden transformarse las relaciones
de pobreza, ni curar las fisuras relacionales desarrolladas bajo el pretexto autorreferente
del privilegio y del mérito individual.
(*) Fotografía: Depositphotos.
(*) Publicado en septiembre de 2018, en la revista "Araucanía Laicista" (N° 4), del Centro de Estudios Laicos de la Araucanía. Temuco, Chile.
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