Epígrafe Fronterizo

"El peor analfabeto es el analfabeto político. No oye, no habla, no participa de los acontecimientos políticos. No sabe que el costo de la vida, el precio de los garbanzos, del pan, de la harina, del vestido, de los zapatos y de los remedios dependen de decisiones políticas. El analfabeto político es tan burro que se enorgullece y se ensancha el pecho diciendo que odia la política. No sabe que de su ignorancia política nace la prostituta, el niño abandonado y el peor de todos los bandidos que es el político corrupto, mequetrefe y lacayo de las empresas nacionales y multinacionales"

Bertold Brecht

domingo, 28 de julio de 2013

A Cuarenta años del Golpe: La memoria chilena en manos de los franceses de Corbarieu


Parecía una obra de teatro escrita con la estrepitosa pluma del que recuerda. Un grupo habitantes de un pequeño pueblo francés, representando una pieza teatral que retrata la experiencia de un chileno durante el día del golpe de estado, la noticia de la muerte de Salvador Allende, hasta el tránsito personal por los escabrosos caminos del exilio. También parecía un aluvión de voces, todas juntas liberando el canto fraterno con el fervor de los que de la esclavitud se rebelan. Cajas toráxicas haciendo de cajas de resonancia. Una treintena de franceses, jóvenes y adultos mayores, mujeres y hombres, ciudadanos comunes y corrientes, en un escenario entonando a todo pulmón y con el puño izquierdo en alto “el pueblo unido, jamás será vencido”.

Jamás hubiese podido imaginar todo aquello. A mediados de Julio llegué desde Paris en tren a Montauban. Viajé a reencontrarme con mi familia, aquella parte de ella que se quedó enraizada en la Francia, aún después de que la dictadura ya no podía forzarla más al exilio. Mis tíos mordieron la madera del destierro, así como lo hicieron miles de familias. Tuvieron que parir de nuevo la propia vida, después de haber sido truncada bajo la amenaza del corvo y de los fusiles castrenses. Mis tíos levantaron ladrillo a ladrillo y durante años la casa donde crecerían mis primos, allá en las sureñas tierras de la región del Midi-Pyrénées. Sobrevivieron a la desaparición física, pero no a las heridas invisibles que dejan la cárcel, la tortura y el asesinato de seres queridos. Endurecieron las manos con el duro trabajo del campo y reblandecieron el corazón con el sueño de prevalecer en una tierra que les era ajena.

Cerca de Nohic, en el interior rural del departamento Tarn-et-Garonne, bajo las acacias que rodean la casa, pude escuchar de mi familia ese retazo de historia que aún sobrevive. Saben que Chile es un país con el hábito pusilánime de la amnesia, con una memoria dividida y que, en su autocomplacencia, pretende cínicamente haber procesado política y judicialmente los momentos más grises de su historia. La dignidad y la altura moral no son nuestras virtudes más notables. A cuarenta años del golpe militar, aún siguen en Chile los homenajes velados o explícitos al genocida y el esfuerzo político de jibarizar a niveles obscenos la capacidad de recordar de todo un pueblo.

A los pocos días me invitaron a Corbarieu, un pequeño poblado de no más de dos mil habitantes, en el cantón de Villebrumier. Se trataba del Festival del Mediodía, un evento comunitario de cuatro días de música, teatro y de otras expresiones del arte. Grandes artistas y la población local se entrelazaron para preparar pequeñas piezas de teatro, de danza o de música. Para sorpresa mía, cerraría la noche el grupo chileno Quilapayún. Y eso sí que es un dulce aperitivo para los que vivimos a más de doce mil kilómetros del terruño. A nuestra llegada, nos enteramos de que Oscar Castro -actor y dramaturgo chileno, además de director del parisino Théâtre Aleph- había montado un taller teatral con los pobladores de Corbarieu. Asimismo, la banda francesa Les Grandes Bouches había formado un improvisado coro, también con habitantes del lugar, preparando con ellos un menú de canciones latinoamericanas.

Las pocas chilenas y chilenos que nos encontrábamos ahí, fuimos testigos con estupor de cómo los pobladores de Corbarieu representaban los sucesos del golpe de estado en Chile, como homenaje épico al sacrificio y muerte de Salvador Allende. Es decir, ciudadanos franceses trayendo a la memoria lo que muchos en Chile se han esforzado en ocultar. Ellos y ellas, hombres y mujeres comunes y corrientes, se encumbraban devolviendo la dignidad a nosotros, chilenos y espectadores, con cantos y dramaturgia. Cada escena, cada armonía desenmascaraba nuestra pequeñez moral, nuestro fracaso en construir el legado, el firme testimonio, la propia historia.

No creo que mereciéramos tanta generosidad. En las postrimerías de la noche, la compañía de Oscar Castro y Quilapayún terminaban -tomados de las manos- el himno que enfatizaba la victoria mediante la unidad del pueblo. Pero, eran las mujeres y los hombres de Corbarieu quienes elevaban sus voces y sus puños más alto que cualquier otro, para que la memoria nuestra no se duerma, no se engañe y nos devuelva lentamente la esperanza de que, recordando, es posible reencontrase con nuestra tan esquiva dignidad.

(*) Publicado en Bufé Magazín de Cultura y en El Quinto Poder

sábado, 6 de julio de 2013

Voto de chilenos en el exterior: los avioncitos de papel de Piñera (*)


(*) Columna escrita con Alberto Mayol. Fotografía de Pablo Ocqueteau.

El sufragio universal supone que todo ciudadano mayor de edad y sin restricciones derivadas de sanciones penales, puede votar libremente en una elección. Las democracias contemporáneas se han basado en el sufragio universal como característica básica para hacer operativo y válido su sistema de representación política. Increíblemente en Chile, donde hay una serie de orientaciones concentradoras de poder en el sistema electoral y la institucionalidad política, ni siquiera se cumple el voto universal. En Chile se excluye del principio de ciudadanía electoral a quienes viven en el extranjero, apelando a un argumento que recuerda los peores criterios del voto censitario: los chilenos que habitan en el extranjero no saben suficiente de Chile, viven bajo otras leyes, lo que se decide en Chile no les afecta, entre otras razones. Es la misma argumentación para excluir a los iletrados en el siglo XIX, al no participar del conocimiento para decidir racionalmente. A estos se les acusaba de ignorancia, a los primeros de distancia, pero a ambos se les acusa de lo mismo: no tienen suficientes antecedentes para votar.
Mientras tanto, los mismos que impiden este derecho, hacen campañas despolitizadas basadas en que nadie entienda qué proponen en concreto, carecen de programas y llenan de spots publicitarios y videos banales a los ciudadanos que pretenden motivar a votar por ellos. Apelan a los vínculos más básicos de la emoción humana y no a la racionalidad. Pero para excluir a los chilenos en el extranjero, argumentan en torno a su falta de información. El resultado es uno solo: en Chile no hemos terminado de configurar el sufragio universal.

Los chilenos en el extranjero se han organizado bajo la consigna “Haz tu voto volar” y desde hace un tiempo han comenzado una serie de acciones para hacer efectivo el derecho a voto de los chilenos residentes fuera del país. Ha sido necesario pues, aún cuando esta fue una promesa de campaña del actual gobierno, ello no ha acontecido. Según Valeria Lübbert, abogada residente en Washington D.C. y coordinadora jurídica de la campaña “Haz tu Voto Volar”, la manera de hacer efectivo el voto de los chilenos en el extranjero debe darse a nivel reglamentario o legislativo (de rango Ley Orgánica Constitucional) y no se requiere —como ha señalado insistentemente el presidente Piñera— de una reforma constitucional. Sería muy extraño que el Presidente no supiese de lo que habla. Por ello, asumiendo que conoce bien las vías procesales para hacer efectivo el voto chileno en el exterior, su insistencia en la reforma constitucional parece ser más un ardid dilatorio para trabar el ejercicio en el exterior de un derecho que ya está consagrado en la carta fundamental.

La campaña de los chilenos en el exterior está representada por un avión de papel hecho con la bandera de Chile. Es un “avioncito” como aquellos que en nuestra niñez confeccionábamos para lanzar a esos cielos que pensábamos que pertenecían a todos. Sí, a todos. Porque en la infancia aún están difusas o son menos evidentes las fracturas sociales que nos ubican en posiciones distintas, en una sociedad donde los derechos son denegados a muchos.

En una de las alas del avión de papel se encuentra impresa la consigna “Haz tu Voto Volar”. El 25 de mayo de 2013 esta frase fue enarbolada por una multitud de chilenas y chilenos en más de ciento sesenta ciudades del planeta, los cuales se manifestaron para exigir el ejercicio de su derecho a votar en exterior. Esos “avioncitos” surcando los aires en distintas latitudes del mundo, no sólo transportaban simbólicamente los votos que —cruzando océanos y continentes— representaban la voluntad política de miles de chilenos, para ser depositados en una urna imaginaria situada en la tierra de origen. También reflejaban la conciencia de que cada compatriota en el exterior ya es titular del derecho a voto. Esto quiere decir que la Constitución reconoce a todas las chilenas y chilenos como iguales, se encuentren dentro o fuera del país.

Parte del problema, es evidente, reside en que la derecha chilena sigue viviendo bajo las lógicas de la postdictadura. Aunque gran parte de los hijos de los políticos de la derecha viven o han vivido fuera de Chile, siguen pensando que el resto del mundo es un antro de chilenos refugiados políticos, tropel de marxistas que como fantasmas recorren Europa. Por eso su lógica opera en términos de cálculo electoral, imaginando que los casi un millón de chilenas y chilenos en el exterior (incluyendo niños y lactantes) escriben sus convicciones políticas con la mano zurda. Y eso es una falacia del tamaño de una montaña. Chilenos de todas las edades y situados en todas las veredas políticas se han congregado para demandar juntos el ejercicio de un derecho del cual se sienten titulares. No pueden votar en el exterior (esa es la respuesta que les han comunicado consulados y embajadas), aunque algunos fueron designados vocales de mesas y en su totalidad componen —en calidad de “falsos positivos”— un porcentaje de aquel 60 % de electores que no fue a sufragar en la última elección municipal.

Hace poco tiempo el presidente Piñera afirmó que el único “vínculo” que exigía para que se pudiese votar en el extranjero era registrarse en consulados y embajadas. También señaló que presentó al Parlamento una reforma constitucional destinada a hacer efectivo el voto chileno en el exterior, pero que la Concertación había rechazado el proyecto. Es decir, la culpa de todo este embrollo era de la Oposición. Lo que no dice deliberadamente el Presidente es que el vínculo consignado en esa propuesta de reforma constitucional que fue rechazada, no consistía en el registro en consulados y embajadas, sino que establecía condiciones inaceptables que fueron impugnadas por la Oposición debido que vulneraban la igualdad ante la Ley. Una de las condiciones de  vínculo era haber estado en Chile al menos cinco meses en los últimos 8 años, lo cual discriminaba socioeconómicamente.

Conforme a una interpretación de la Ley N°18.556 del SERVEL (modificada por la Ley de Inscripción Automática, del 2012), es posible sostener que el SERVEL cuenta hoy con facultades suficientes para hacer realidad el voto desde el extranjero. Esto es efectivo, a menos que su director (el ex-Comandante en Jefe del Ejército, Juan Emilio Cheyre) realice una finta similar a la mostrada por el Presidente, derivando el asunto al legislador, cosa que ya hizo en el presente año. Por otro lado, el presidente Piñera prometió a fines de mayo de 2013 —en el programa Tolerancia Cero— otorgar urgencia al proyecto de ley, especificando que el mentado vínculo sólo consistiría en el registro en consulados y en embajadas. Pero, realizando una pirueta digna de Tomás González, anuncia que el carácter del proyecto será de reforma constitucional, con los quórums requeridos que ya todos conocemos.

En la famosa página Facebook “Haz tu Voto Volar” es posible encontrar fotografías donde sonríen alegres —con el “avioncito” en la mano— los embajadores de Chile en Washington, Berlin y en la ONU (tomada en Ginebra). Sin embargo, las posibilidades de voto en el exterior para las elecciones presidenciales de 2014 parecen diluirse entre los débiles despliegues retóricos del Presidente, que no alcanzan a ocultar —aunque crea que le resulta— su férrea oposición a que los chilenos puedan votar en el extranjero.

Lo que no dimensiona el presidente Piñera es que para muchos compatriotas que se encuentran en el exterior, un país es más que un territorio. Y que ponerse a la altura de su cargo implica admitir que su investidura representa también a las chilenas y chilenos que se encuentran en el extranjero. Sin embargo, es reconocida por muchos su propia miopía política. Es difícil que observe el fenómeno con claridad, aunque planeen a su alrededor miles de avioncitos tricolores, en los aterciopelados espacios de su amplio despacho presidencial.

La institucionalidad política chilena es anacrónica e injusta. Muchas veces nos contestaron que, aún siendo cierto, al menos daba gobernabilidad. Hoy esa razón se cae a pedazos, pues aunque siempre fue un argumento miserable, hoy ni siquiera es medianamente cierto. Una deuda pendiente de la institucionalidad política es el voto de los chilenos en el exterior. La deuda es de toda la élite política, pero fundamentalmente de un gobierno que se comprometió a hacerlo, que inventó un proyecto que sería rechazado por necesidad y que espera que nadie recuerde el tiempo que se vistió con estas ropas.

La lucha por el sufragio de los chilenos en el exterior es simplemente la disputa por el sufragio universal, como lo hicieron las mujeres, como lo hicieron los pobres y muchas otras minorías políticas. Esta discusión debiera haber terminado hace cien años, pero sigue vigente en Chile, donde sigue siendo habitual que tengamos que luchar por tener un país normal. Y lo que es normal en las democracias no puede esperar: el voto de chilenos en el exterior debe ser para la elección de noviembre de 2013, para que por primera vez en Chile tengamos plenamente el sufragio universal.

Publicado en Chile en "El Mostrador" http://www.elmostrador.cl/opinion/2013/07/05/voto-de-chilenos-en-el-exterior-los-avioncitos-de-papel-de-pinera/

lunes, 24 de junio de 2013

La Hegemonía Alemana y los Mitos de la Dominación


Fotografía de Rodrigo Pastor Pensa

Hace unos días leí, por recomendación de un amigo chileno, un artículo de Ignacio Ramonet, publicado en Le Monde Diplomatique, titulado “La Coacción Alemana”. El texto de Ramonet se desliza entre una descripción de la hegemonía económica germana en el escenario europeo (especialmente sobre los países del sur del viejo continente), la germanofobia que se estaría suscitando entre sus socios de la Unión Europea (incluyendo a Francia y al foráneo Reino Unido) y una mención a declaraciones que han realizado algunas autoridades políticas alemanas, respecto de eventuales causas culturales a la base de la crisis: pereza, despilfarro y corrupción, entre otros epítetos dirigidos a los pueblos europeos más socavados económicamente y estrangulados por las exigencias de austeridad emanadas desde Berlin.

Es probable que Alemania se erija, por su indiscutido éxito económico, en una suerte de barrio alto en la Europa del Siglo XXI. Con humor negro Ramonet cita una columna de Georg Diez, publicada por el semanario alemán Der Spiegel (11.11.2011), quien -en alusión a la actual conquista económica germana- comienza diciendo: “Alemania ganó la Segunda Guerra Mundial la semana pasada”. Quizás la autoestima alemana, aunque parezca soterrada, esté tomando magnitudes siderales entre su fauna política. Mientras atribuyen a la pereza, a la parranda y a la corrupción el desplome de los países que bordean el Mediterráneo, obviamente que pensarán lo contrario de sí mismos.

Esa suerte de xenofobia disfrazada de antropología cultural es más vieja que el hilo negro. Recuerdo que en un almuerzo en un casino de la Freie Universität Berlin, comentábamos –entre colegas alemanes y latinoamericanos- sobre el caso del entonces ministro de defensa alemán Karl-Theodor zu Guttenberg, quien fue acusado de haber plagiado su tesis de doctorado, lo que tomó ribetes de escándalo y desencadenó su estrepitosa renuncia. “Lo que pasa es que nos estamos latinoamericanizando…” –señaló muy suelta de cuerpo la colega alemana sentada a mi lado, para luego percatarse avergonzada de la estupidez de su afirmación. Lo interesante de ello fue la espontaneidad con que mi colega profirió esa idiotez, que de paso casi nos arruinó el almuerzo. Como diríamos en Chile: “le salió del corazón”. Es que lapsus linguae como aquellos no son menores. La atribución peyorativa a causas culturales es el dispositivo más popular utilizado para invisibilizar algo mucho más perverso: la legitimación de la dominación.

Lo que debe saber el ciudadano de Atenas, Lisboa o Madrid, que acusa de nazi a la canciller alemana Angela Merkel, es que detrás de la señora del Reichstag están las corporaciones transnacionales y los grupos económicos locales celebrando el verdadero festín. Y digo “transnacionales” porque para el saqueo no hay fronteras nacionales que valgan. Estas entidades maniobran en un nivel muy diferente al que opera la clase política, la cual ha legitimado e institucionalizado el desvalijamiento de naciones completas. En la monserga de caracterizaciones culturales, no hay ladrones responsables de la debacle que sonríen en la revista Forbes, sino que pueblos completos que duermen la siesta o que se rascan somnolientos las bolitas de la entrepierna. Las políticas de austeridad, que me recuerdan la jibarización del Estado que se viene ejecutando en Chile desde la dictadura pinochetista, no es otra cosa que una fase de privatización de bienes y servicios públicos, como antesala a la apropiación a destajo de los recursos de los países.

Mientras usted no le ponga el cascabel al gato, que parece gato, pero su tendencia depredadora sobrepasa los límites de peligrosidad del genoma felino, seguirá haciendo dos cosas: Primero, creer que es la clase política (y no la económica) la última y principal responsable del secuestro y esclavitud de millones de seres humanos. Y, segundo, continuará –como mi colega alemana y sus exabruptos xenófobos- pensando que es la última chupada del mate y que necesariamente existen algunos seres humanos que quedarán fuera de la categoría de “prójimo”.

Y eso, sin lugar a dudas, no es culpa de los alemanes. 

* Publicado en "Bufé Magazín de Cultura" y en "El Quinto Poder". 

martes, 28 de mayo de 2013

Crónicas del Desprecio: Desde el Cinismo al Genocidio en el Orden Social

Obra del pintor mapuche Eduardo Rapimán.

Mi paso por el campo de concentración Auschwitz II-Birkenau, así como el de cientos de miles de visitantes que han transitado por los restos de este centro industrial de exterminio y de horror, se estrella contra cualquier intento de articular lo inconcebible. Sobre él se han escrito miles de libros, artículos y ensayos y nunca será suficiente. Además de ser el cementerio más grande del mundo, se erige como un ejemplo sin precedentes de cómo ejecutar un genocidio organizado. Con los años, las cenizas de los restos incinerados de millones de personas se han confundido con la tierra dulce y adolorida.

Las preguntas, que nunca encontrarán el mínimo atisbo de respuesta, se atropellaban unas a otras en aquella tarde de lluvia en tierras polacas ¿Cómo pudo ocurrir? ¿Cómo podemos llegar a considerar al otro como un ser inferior, a tal grado de encontrar legítimo y deseable el trayecto inexorable y directo hacia su aniquilación? Cualquier respuesta balbucea su pequeñez. Muy rara vez nuestra limitada y autocomplaciente moralidad se ha elevado al nivel de una profunda y descarnada comprensión. Nosotros, los seres humanos, hemos mirado horrorizados el Holocausto nazi, sin dejar de lado un cierto relamido cinismo.

El eufórico triunfo norteamericano sobre el imperio nipón se cimentó sobre la masacre atómica de dos pobladas ciudades japonesas. El avance por el Este de los soviéticos sobre Polonia en 1940 se erigió ultimando, uno a uno y de un tiro en la cabeza, a veintidós mil oficiales, artistas e intelectuales polacos, desarmados y prisioneros, en los bosques de Katyn. La lista pasada y presente es abrumadora. Los distintos órdenes sociales siempre se han consolidado sobre el desprecio de unos sobre los otros, haciendo reverberar la noción foucaultiana referida al antiguo principio de soberanía de “dejar vivir y hacer morir”.  Para repudiar el asesinato masivo de unos y soslayar el de otros, es necesario desarrollar ese laxo relativismo moral, tan presente en la filosofía nazi, en la impronta estalinista (que muchos confunden con el comunismo que pregonaban Lenin y Trotski), en las dictaduras militares y, en la actualidad, en el sofisticado moralismo de nuestras tan preciadas culturas neoliberales.

No importa la escala en que se produzca, el grado en que se realice, los métodos y recursos que se utilicen. Siempre nos vemos enfrentados a la situación excluyente que confina a algunos seres humanos –generalmente, la mayoría- a las categorías sociales destinatarias del desprecio y de la subordinación. El valor de la vida es relativo, dependiendo de la posición social, política, económica y cultural. No hace falta construir otros Auschwitz II-Birkenau para constatar esta tragedia. El patrón del desprecio se expresa a diario, en nuestra indolencia en las calles con las personas en condición de indigencia, en nuestra resignación ante la explotación laboral, en nuestra aceptación del saqueo de los recursos en nuestros territorios y en nuestra admiración abierta o soterrada hacia aquellos saqueadores que sonríen triunfantes en las luminosas portadas de la revista Forbes. El desprecio se hace visible contra las mujeres, pueblos originarios, afrodescendientes, pobres, minorías sexuales, inmigrantes, discapacitados y contra otras categorías despojadas de su dignidad y de su valor social, cultural, económico y político.

En Chile, así como en muchos lugares del planeta, el desprecio hacia el otro está cada vez más cuestionado. La historia de nuestra república está plagada de situaciones, donde la existencia del otro (o de la otra) ha sido destinataria de la muerte o de la lenta y prolongada agonía social. Desde los centros de tortura y exterminio en dictadura, hasta la histórica represión del pueblo mapuche y el desenfreno de un modelo de desarrollo que arrasa con recursos, culturas, personas y comunidades. Perdonen la insistencia: nuestro cinismo se puede estirar hasta el infinito, como el húmedo canto de sirena que primero nos cautiva, para luego estrellarnos contra los gruesos roqueríos de nuestra pobreza moral.

* Publicado en "Bufé Magazín de Cultura" y en "El Quinto Poder". 

jueves, 2 de mayo de 2013

Chile 2013: Apuntes de Gastronomía Electoral



 
Foto de Philine von Düszeln, del Proyecto audiovisual "Aysén profundo" / www.aysenprofundo.cl

Las elecciones presidenciales 2013 en Chile huelen a cocina rancia. Los mesones y hornos parecen limpios; las ensaladeras, ollas, cucharones y cuchillos parecen brillar reflejando la luminosidad que se cuela por las ventanas. Las verduras parecen frescas, enviadas directamente desde bio-huertos y las carnes parecieran provenir de animales criados sin estrés. Pero, “todo parece”. En un país donde es más importante parecer que ser, el dominio de las apariencias hace las veces de recurso político.

La caída del presidenciable del partido de derecha UDI, Laurence Golborne, abre una brecha en ese mito manoseado de las artes de aparentar. Porque, aunque podamos saber a cabalidad algo, tenemos la costumbre de hacer como que no sabemos. Finalmente, la tienda de calle Vicuña Mackena tuvo que reconocer que el candidato de la sonrisa exultante había sido gerente general de holding Cencosud, el artefacto de dominación de Horst Paulmann que -como un matón de cuello y corbata- metía unilateralmente su mano en la exigua billetera de miles de familias chilenas. Golborne respondió como todo lacayo colmado de prebendas: que sólo era un simple directivo y que seguía las directrices del señor feudal. Finalmente, se hizo público su patrimonio millonario no declarado en la Islas Vírgenes Británicas, hundiendo definitivamente su candidatura para dar paso a dos figuras controversiales: a Andrés Allamand y a Pablo Longueira.

¿Qué tienen de controversiales? Allamand y Longueira surgen como los dos saludables platos del menú de la derecha chilena. El primero es cofundador en 1987 de Renovación Nacional, al alero de Sergio Onofre Jarpa. El segundo es el entonces jovencito gremialista que en Chacarillas rindió un caluroso y fascista homenaje al dictador, siendo ungido con posterioridad y por un muy encandilado Jaime Guzmán. Como tenemos el hábito de la amnesia y un desprecio desmesurado por la historia, nos cuesta recordar que estos dos otrora ardientes promotores del “Sí” a la continuidad de Pinochet en 1988, ahora constituyen los más acérrimos defensores del modelo heredado por la dictadura. En términos culinarios, un plato recalentado en las oficinas de pinochetistas nostálgicos, defensores de la Constitución castrense y comisarios de las políticas neoliberales de Chicago.

Sin embargo, la indigestión puede tener otros orígenes. Presionados por las movilizaciones sociales más importantes de los últimos cuarenta años, la oposición al gobierno de Piñera tuvo que revisar la cocina donde diseñan -con apariencia de progresismo- sus recetas neoliberales. Una de las promesas gastronómicas más importantes de Michele Bachelet es una comisión de destacados juristas para la elaboración de una nueva Constitución. El dilema es si esta nueva carta fundamental se elaborará entre las clásicas cuatro paredes o mediante una asamblea constituyente. Esta última posibilidad tiene al socialista Camilo Escalona con el estómago descompuesto. Es que Escalona –para desgracia de las bases militantes del PS chileno- terminó llevándose la palabra “socialista” para la casa. Primero, se opuso a una asamblea constituyente, atribuyendo esta iniciativa a un grupo de entusiastas consumidores de opio. Y cuando la ex-presidenta abrió el flanco a la discusión sobre esta última fórmula democrática (que promueve el jurista Fernando Atria), Escalona furibundo vaticinó la caída estrepitosa de la institucionalidad chilena.

Desde esta perspectiva, el aroma del llamado establishment político denota el uso de ingredientes con fechas de vencimiento caducados. No hay proyectos políticos, sino meros proyectos electorales. Y eso constituye un problema de salud pública para la sociedad y la política chilena. Es como comer comida chatarra durante cuarenta años. Por eso la postulación presidencial del economista y activista político Marcel Claude parece ser un condimento de hierbas finas vertido en los rancios platos de una mesa mal servida. No encaja, no se entiende, incomoda y hasta asusta. Y el sabor transformador de sus ingredientes es muy tentador para nuestro exiguo paladar. Marcel Claude es claro: Asamblea constituyente, nacionalización de recursos naturales, fin de la AFPs, sistema de salud público, reforma tributaria profunda, educación pública, gratuita y universal, entre otras  propuestas muy saludables de digerir.

Muchos esperamos que esta refrescante receta política apoyada por los movimientos sociales chilenos, no sea un golpe nutricional demasiado fuerte para nuestros grasosos estómagos de inquilino. Esto no es broma: póngale ojo y coma bien.

* Publicado en "Bufé Magazín de Cultura" y en "El Quinto Poder".

jueves, 14 de marzo de 2013

Voto chileno en el exterior y la mosca en la sopa



Foto editada por Pablo Ocqueteau.

Es una suerte de exilio político que sobrepasa lo absurdo. Con frecuencia las chilenas y chilenos residentes en el extranjero, ya sea en Berlin, Toronto, Moscú o donde las vueltas de la vida nos haya llevado, vemos como miles de inmigrantes de otros países concurren a sus consulados a ejercer su derecho a voto. Como estamos la mayoría acostumbrados a masticar el sabor amargo de la orfandad política, a “naturalizar” y a convivir con la vulneración de nuestros derechos, la mera idea de votar en el extranjero nos parece parte del guión de una película marciana. Muchas veces me enfrento a la situación de que una amiga o un conocido de algún país latinoamericano –o de cualquier lugar del orbe- me cuenta que va a ir a votar al consulado de su país. Ahí es donde comienzo a sentir una incomodidad interna, la que desde un inicial carácter ocasional comienza a transformarse en una incomodidad crónica. Un malestar en la conciencia ¿Por qué no pueden votar? – me preguntan, en medio de la sorpresa y de la conmiseración. Obviamente, me cuenta mucho responder.

¿Cómo otorgamos a una situación política completamente absurda, una justificación plausible de digerir? Somos unos de los pocos países en el mundo, cuyo ejercicio efectivo del derecho a voto en el extranjero se encuentra bloqueado por su misma institucionalidad política ¿Cómo explicar que para aquellos que detentan el poder, el tener derechos es casi una insolente quimera “comunista”? ¿Cómo justificamos que esa palabrita, “derecho”, con excepción del derecho de propiedad, es en Chile sólo una prerrogativa de privilegiados y una prebenda para los buenos inquilinos?

La verborrea dictatorial borró ese vocablo de nuestra cultura republicana, en un país donde los problemas públicos pasaron a ser meros problemas individuales. En esta perversa transmutación semántica, de alquimia política, sus sílabas se oyen como extraños sonidos de un idioma exótico. Es más que una xenofobia lingüística. Como en nuestro país hablar de derechos es como platicar de física cuántica, el sólo hecho de reclamar lo justo; es decir, demandar que el casi millón de chilenas y chilenos puedan ejercer el derecho a voto en el extranjero, genera serios inconvenientes para que ello sea asimilado culturalmente.

Porque para la mayoría de las chilenas y chilenos que residen en el territorio nacional, el voto en el exterior es tan urgente como sembrar zanahorias en la luna y, salvo valiosas excepciones, este tópico no ha formado parte de la agenda política cotidiana de nuestros legisladores y partidos políticos. Lo que para muchos de otros países es una vergüenza de proporciones, una vulneración grave de un derecho político, para muchos de nuestros connacionales es menos incómodo que una mosca en la sopa. Una expresión de sorprendente autorreferencia. Porque cuando Chile fue azotado por la dictadura militar, cuando nuestra angosta faja de tierra era violentada por los desastres naturales, la “solidaridad” desde el extranjero transgredía los límites espaciales de nuestro estrecho nacionalismo, para medir el diámetro del planeta tierra.

Por eso, la solidaridad debe ser recíproca y la cultura cívica chilena, la demanda y la construcción colectiva de derechos, debe trascender las nociones decimonónicas de geopolítica y de espacio geográfico. Sólo la modorra política o una cultura incapaz de sentir vergüenza por la vulneración de los derechos de su gente, puede seguir tolerando un año más el bloqueo intolerable del legítimo derecho a votar en el exterior.

sábado, 12 de enero de 2013

La Araucanía herida y el racismo genocida del capital



Dibujo a grafito, del pintor y artista visual mapuche Eduardo Rapimán.
 
A muchos nos impacta la idea de que un ser humano decida poner fin a la vida de otro. Para ello se requiere que alguien se atribuya la autoridad de exterminar, de devastar el precario equilibrio de la vida y que piense que esa potestad es legítima o justa. Entre pensar y dar muerte a alguien, sólo dista un corazón forzado a detenerse. Y no es una pausa lo que provoca, sino que el cese inexorable y para siempre del rítmico latido del universo materializado en cada pulsación cardiaca. Muchos nos vemos conmocionados cuando presumimos o tenemos una intuitiva certeza de que los asesinatos se imbrican con objetivos políticos y económicos. Es decir, matar para conseguir poder. Supuestos de esa índole pueden dirigir nuestras elucubraciones hacia horrorosos senderos sembrados de dolor y de muerte.

Los últimos acontecimientos de extrema violencia acaecidos en la Región de La Araucanía y la reacción del gobierno chileno representado por el Presidente de la República de Chile, Sebastián Piñera Echeñique, vuelven descarnadamente visibles las ruinas provocadas por el paso del poder, los vestigios de la arremetida implacable de los agentes de dominación. En el marco del mal denominado “conflicto mapuche”, un profundo dolor emerge al recordar que el matrimonio Luchsinger – MacKay fue alevosamente asesinado en enero de 2013, así como también cuando reconocemos que miles de mapuche han sido asesinados, en estos casi ciento treinta años de usurpación y dominación que el Estado chileno ha establecido en el territorio mapuche, también llamado Walmapu, desde tiempos inmemoriales.

¿Por qué la majadera denominación de “conflicto mapuche”? Basta una mirada rápida para observar que con tal etiqueta se pretende atribuir al Pueblo Mapuche la autoría de esta crisis en el sur de Chile. Específicamente, se ha omitido que son principalmente ellos el sector social subyugado, invisibilizando a los opresores representados por el Estado chileno, sus gobiernos y los intereses de las élites económicas que tienen sus negocios en el ancestral territorio mapuche. Esta invisibilización ha llegado a tal extremo, que se ha llegado a ocultar del curriculum escolar el carácter criminal de la llamada “Pacificación de La Araucanía”, que se caracterizó por el despojo territorial y por el genocidio perpetrado contra el Pueblo Mapuche, por parte del Estado y los gobiernos chilenos. Estos últimos han intentado ocultar deliberadamente –mediante diversas formas- los motivos históricos y actuales de esta crisis, criminalizando las legítimas reivindicaciones territoriales de los pueblos originarios e intentando, en la actualidad, otorgar a ellos la categoría de “enemigos”. Y al gobierno chileno, especialmente al Ministro del Interior, Andrés Chadwick, es bueno aclarar esto: el Pueblo Mapuche no es nuestro enemigo; es un pueblo hermano.

El vergonzoso doble estándar del actual gobierno chileno no es casual. Apoya el bloqueo de carreteras realizado por un grupo de camioneros y agricultores, pero demoniza y reprime brutalmente la protesta social, tal como ocurrió con el movimiento de Aysén, con la movilización estudiantil y en las protestas reivindicativas mapuche. Todo ello nos lleva a pensar que la aplicación de la Ley Antiterrorista y las arengas “bélicas” de los señores Chadwick y Golborne, promoviendo la intensificación del proceso de militarización del Walmapu y la represión  policial de las comunidades, correlacionan positivamente con el riesgo que los grandes empresarios observan en sus negocios, todos de carácter extractivo en los sectores pesquero, forestal, minero y energético.

La Araucanía sangra copiosamente a través de sus heridas. Sin embargo, para el gobierno y para una parte importante de la sociedad chilena, hay víctimas y ciudadanos de primera y de segunda categoría. Se solidariza con fuerza cuando las víctimas de la violencia son blancas, propietarias de tierras y poderosas desde la perspectiva de su estatus social. Al contrario, si las víctimas son de origen mapuche, pobres y/o con un estatus social menor, el desdén se hace tan evidente, que sus perpetradores pueden verse rodeados de total impunidad, como es el caso de los carabineros autores de los asesinatos de Alex Lemún, Matías Catrileo y Jaime Mendoza Collío. Esto no es trivial; es expresión directa del racismo y del clasismo, en tanto características culturales y formas arraigadas de dominación de la clase política y de gran parte de la sociedad chilena.

Aquí hay que asumir que la forma en que el actual gobierno y la sociedad chilena han abordado la relación con el Pueblo Mapuche y con sus demandas de recuperación y autonomía territorial, ha estado totalmente equivocada. Como resultado de esa deliberada ineptitud debemos lamentar el dolor por todas las víctimas de la violencia y observar con impotencia la militarización y la sistemática represión policial ejercida contra las comunidades mapuche. Todo Chile debiese rechazar explícitamente la prisión política de los dirigentes mapuche, los montajes policiales y la utilización de testigos sin rostro contra ellos, así como la aplicación de la Ley Antiterrorista. Debiésemos sorber del amargo brebaje de la vergüenza de no saber o de no querer saber. Porque no se trata aquí de la ignorancia del incauto; es la ignorancia consentida que se expresa en la negación sistemática de las causas históricas de la crisis política en el Walmapu.

En Chile decimos “hacerse el huevón”, que no es otra cosa que el acto de descarada hipocresía que simula nuestra bajeza moral de no querer saber, sabiéndolo todo. Porque de tanto hacernos los que no sabemos, vendrán otros Luchsinger, otras MacKay y otros Catrileo, Mendoza y Lemún, ultimados por el desplazamiento furtivo de los agentes de dominación. Ya nadie puede hacer la vista gorda, ni verse tentado a simular un tierno desconocimiento acerca del apoyo político, económico, mediático y militar que el gobierno y la clase política ha prestado a los intereses que los grandes empresarios tienen en el territorio mapuche, continuando con ello el despojo, la dominación, la represión y la muerte. Y eso lo saben muy bien Chadwick, Golborne, Mayol y Mathei, que hacen las veces de comisarios políticos de las manos mancilladas del capital.